Percepción del Silencio

La vida es uno de los misterios más profundos. Está estrechamente relacionada con la percepción, el intercambio de energía y el cambio constante. Desde un punto de vista sistémico, todo ser humano forma parte de una red de vida más amplia, en la que la energía y la información fluyen libremente.

Percepción del Silencio

Vida misteriosa

Está anocheciendo y el zorro avanza en silencio por el prado, hacia el bosque. Una y otra vez se detiene, olfateando la ligera brisa de la tarde, girando la cabeza en todas direcciones; con ojos vivaces, busca a su alrededor cualquier señal de peligro. Cambia constantemente de dirección y, finalmente, desaparece en el bosque.Desde una perspectiva puramente química, el zorro es una amalgama de elementos como los que se encuentran en la corteza terrestre. Su cuerpo está formado por carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, entre otros elementos. Ensamblados en estructuras moleculares complejas, forman la base material que hace posible la forma y la función.

Las investigaciones sobre tales estructuras durante los últimos cien años han aceptado que hay algo invisible presente, algo inconmensurable, que da estructura cohesiva, vida y movimiento a estas moléculas ensambladas, que quizá sean de naturaleza magnética. En teoría de sistemas, se habla de estructuras disipativas o de autoorganización.

El zorro, producto de una acumulación de moléculas, está en constante interacción con su entorno a medida que se desplaza por la pradera. Su cuerpo tiene estructura; expresa su vida a través de sus órganos sensoriales impulsados por su instinto de supervivencia y se mueve intencionadamente.

La anatomía, la actividad y las funciones de los cuerpos vivos han sido ampliamente estudiadas y explicadas por la ciencia. Se ha explorado ampliamente cómo se desarrolla y crece un ser vivo y la influencia de la evolución sobre el mismo, pero el impulso subyacente para la manifestación, la esencia de la vida misma, sigue siendo un misterio.

La ciencia dual y sus consecuencias

A principios del siglo XX, la visión mecanicista de la naturaleza estaba en su máximo apogeo, y los cuerpos físicos, como el del zorro, se comparaban con máquinas. El corazón era una bomba; los músculos, los pistones; la sangre, el lubricante; los sensores, el centro de control, el tablero de instrumentos. Los éxitos en la comprensión del mundo de la mecánica, especialmente en el mundo occidental, movieron a los académicos y científicos a imponer este modelo de conocimiento y experiencia a los cuerpos vivos, y tratarlos desde la misma perspectiva.

Nuestra visión moderna de la vida, incluso la exploración del mundo subatómico, tuvo su punto de partida en la «mecánica». El modelo de la mecánica cuántica fue el primer intento de comprender la dinámica subatómica desde una perspectiva matemática. Sin embargo, los físicos tuvieron que revisar continuamente sus conclusiones mientras se enfrentaban a aparentes paradojas una y otra vez. Las percepciones que hasta ahora estaban fuertemente construidas sobre un modelo mecánico, fueron nuevamente desafiadas por los resultados ambiguos a los que se enfrentaron los científicos, de modo que se vieron obligados a buscar respuestas a sus observaciones en el campo de las probabilidades.

Para la física cuántica, las trayectorias presuntamente fijas por las que se entendía que los electrones se movían alrededor del núcleo en el átomo, ahora se transformaron en múltiples probabilidades basadas en su movimiento constante. De repente, surgieron numerosas teorías, incluso contradictorias, lejos de lo que antes se aceptaba como inequívoco. Si Einstein soñó con un viaje o “paseo” en un rayo de luz, el desarrollo de diferentes visiones demostraba el importante papel que comenzó a jugar la percepción de un «mundo interior».

La vida como red de energía e información

Las teorías de los físicos de principios del siglo XX proporcionaron una base sólida para el desarrollo de la teoría de sistemas. Desde su punto de vista, el zorro era más un sistema en equilibrio que un robot. Sin embargo, lo que entonces se consideraban «máquinas en movimiento», ahora se convertían en sistemas vivos, campos magnéticos vibrantes o campos morfogenéticos que interactuaban con su entorno.

En la teoría de sistemas, el contacto entre el ser vivo y su entorno se considera un intercambio constante de energía e información. Para mantener el equilibrio los seres tienen órganos de percepción. Además, tienen que ingerir alimentos para vivir.  Los órganos de percepción del zorro le ayudan a encontrar el alimento adecuado y a evitar aquellos que podrían serle perjudiciales. La percepción le permite acumular experiencia que posteriormente le lleva a un comportamiento más útil y preciso.

La vida en el campo de tensión entre el equilibrio y el caos

Todos los seres sensibles transforman la experiencia en percepción evolutiva -percepción que ayuda a nuevos comportamientos y, por tanto, a la evolución-, y la percepción en comportamiento. Los sistemas vivos están sometidos a un proceso que avanza hacia la madurez; un proceso en el que cada experiencia vital transforma sus percepciones internas; un proceso que se construye gradualmente de un periodo de desarrollo al siguiente.

Un zorro joven es más curioso, más ágil y vivo. Un zorro mayor parece más tranquilo, más centrado y atento, y ha aprendido a utilizar su fuerza con un propósito más deliberado. El mayor ha adquirido más experiencias vitales. Ha adquirido una percepción más aguda de lo que es potencialmente beneficioso o perjudicial para él, lo que demuestra cómo la experiencia y la percepción están tan interconectadas.

La particularidad de los sistemas vivos es que la calidad de la percepción determina el comportamiento. En el transcurso de una vida, las experiencias pueden acumularse hasta abrumar el sistema; pueden sumirlo en una crisis, cambiando la calidad y la dirección de la percepción. El movimiento oscilante de la experiencia entre armonía y crisis, entre periodos de equilibrio y desequilibrio, estimula el proceso de desarrollo de la percepción. Cada día el zorro vive experiencias clave que pueden provocar cambios en su comportamiento.

El ser humano tiene siete sentidos

Por lo que sabemos, el zorro posee cinco sentidos. Cuando camina por un prado, mira (visión) y escucha (oído); sus patas tocan el suelo (tacto); su olfato se emplea constantemente para detectar el peligro o encontrar comida, mientras que utiliza su sentido del gusto para determinar la idoneidad y seguridad de los alimentos. Utiliza sus cinco sentidos para interactuar con su entorno inmediato y ponerlo a prueba, asegurando así su supervivencia.

Aunque reconocemos que el ser humano experimenta un impulso hacia la perfección cada vez mayor, se considera que en los animales este impulso, si está presente, se entremezcla estrechamente con el instinto de supervivencia. En el ser humano, sin embargo, este impulso hacia la perfección puede observarse tanto a nivel inconsciente como consciente.

El ser humano tiene siete sentidos a su disposición para canalizar este impulso; sin embargo, la ciencia por ahora no ha reconocido un sexto y séptimo sentidos.

Según la concepción científica moderna, la cabeza, el cerebro y el corazón son simplemente órganos que realizan una función orgánica, pero no se consideran órganos de los sentidos.  Alice Baily, la escritora teosófica, sin embargo, considera la mente como el sexto sentido y la intuición (el corazón), como el séptimo sentido.

Cuando se dice que alguien tiene un sexto o séptimo sentido, lo que generalmente se quiere decir es que es capaz de percibir impulsos que no pueden experimentarse o explicarse a través de los cinco sentidos “clásicos”. El ámbito de la intuición y la percepción extrasensorial no puede demostrarse científicamente ni atribuirse a un órgano de los sentidos en particular; sin embargo, se acepta que incluso estos cinco sentidos clásicos están sujetos a límites de percepción muy variables, que dependerán de la sensibilidad del individuo.

La mente es un órgano muy complejo cuyo funcionamiento se basa en el concepto de consciencia. Pero como órgano de los sentidos, ¿qué percibe la mente y por qué percibe? Nuestra mente es capaz de pensar racionalmente, de forma independiente y de centrar nuestros pensamientos en un objeto o acontecimiento concreto. En cambio, un órgano sensorial clásico funciona de forma diferente: percibe y reenvía los impulsos al cerebro, que procesa estas señales o estímulos.

Piensa en mí

Hoy en día, cuando hablamos de «pensar» o «pensamientos», solemos decir “yo pienso esto o aquello», lo que implica que “yo produzco” el pensamiento. Toda nuestra cultura se basa en este supuesto. El filósofo René Descartes nos legó esta conocida afirmación: «Pienso, luego existo”; pero incluso con todas las contradicciones que encierra esta frase, se ha convertido en un referente de la mentalidad occidental. Según esta visión, el órgano del pensamiento es el lugar de producción de los pensamientos de cada persona y no únicamente un órgano de percepción.

En su libro Indigenialität (Indigenismo), el filósofo y biólogo alemán Andreas Weber describe la mentalidad particular de las culturas tribales indígenas. El «indigenismo», según el autor, describe una consciencia cultural en la que las percepciones opuestas de «yo» y «el mundo que me rodea» en gran medida no existen.

Desde un punto de vista sistémico, todo ser humano forma parte de una red de vida más amplia, en la que la energía y la información fluyen libremente. Desde este punto de vista, es solo un pequeño paso considerar los pensamientos como modulaciones de esta red mayor, que son recibidas y procesadas por la mente como órgano de percepción.

Así, «pienso, luego existo» se convierte en «piensa en mí porque piensa en ti». Una actitud mental de este tipo podría revolucionar los fundamentos del pensamiento cultural y situar la mente en el centro como órgano del sexto sentido.

La intuición del corazón

En el libro El Principito, de Antoine de Saint Exupéry, el zorro le dice al protagonista: «He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Solo se ve bien con el corazón. La verdad permanece oculta a los ojos». La intuición es mucho más inasible y misteriosa que las percepciones de la mente. Es más difícil de definir como órgano de los sentidos que el de la mente.

A veces, a la intuición se la llama “corazonada». A veces se ha utilizado para atribuir un elemento de verdad a una intuición que no podría demostrarse de otro modo. Se puede considerar que desempeña un papel especial en la vida de las personas, en la que sucesos que parecen ocurrir al azar han revelado, a través de la intuición y una visión retrospectiva, un hilo conductor.

Platón describió el conocimiento del mundo de sus ideas como intuitivo, ya que no podía demostrarse. El místico Jacob Böehme tampoco pudo demostrar gran parte de sus ideas filosóficas y, sin embargo, muchos de los que se han familiarizado con sus escritos reconocen su verdad interior.

Una corriente de impresiones, pensamientos, sentimientos e imágenes

Quien experimente estas dos impresiones especiales -intuición y visión retrospectiva- de los órganos de los sentidos, será consciente de la mezcla de corrientes individuales y supraindividuales, que pueden incluir pensamientos, impresiones, imágenes y sentimientos intuitivos. Pueden llevar a uno a acciones que a menudo se sienten sin causa aparente y espontáneas, pero que a posteriori pueden mostrar los elementos ocultos de intención y sentido.

El resultado es una conciencia alterada que puede cambiar positivamente los otros cinco órganos sensoriales hasta un nivel orgánico fundamental. Esto puede permitir potencialmente una mayor sutileza, una percepción más elevada. Así pues, vemos que la influencia de las actividades de los sentidos sexto y séptimo puede aportar cambios positivos a toda la estructura metabólica de la red de la vida.

A través de esta actividad, se desarrolla una mayor consciencia, que puede aportar una armonía y un equilibrio más profundos al conjunto de la vida, un equilibrio que disipa el caos y retro alimenta un mayor nivel de consciencia.

Percepción de la quietud

En los últimos años, la corriente “mindfulness” (atención plena), y la práctica de esta técnica o modo de vida, que se supone lleva a la percepción de los «mundos interiores», se ha hecho muy popular en el mundo occidental. También ha surgido una consciencia más profunda de la interconexión entre percepción y vida. Algunos filósofos místicos han descrito la vida como algo que tiene un fundamento primordial intangible e imperceptible, mientras que otros filósofos hablan de un ser trascendente, al que la religión llama Dios. Sin embargo, la ciencia, fiel a su tradición de pensamiento materialista, ha rechazado la intuición por no ser científica.

A través de una autoconsciencia más profunda, el ser humano aprende a apreciar la mente y el corazón como órganos de los sentidos que pueden darle acceso a una percepción más sutil de los grandes misterios de la vida. La percepción y la intuición son esencialmente aspectos de nuestra personalidad, que forman parte de un todo mayor, cuya esencia pertenece a todos o a nadie.

Si dejamos atrás el dualismo, las percepciones obtenidas de ambos órganos de percepción pueden fluir juntas en una sola unidad, y hacer posible la experiencia de quietud que subyace a toda la Vida; una Vida que ya no incluye el movimiento constante entre la armonía y el caos.

«Solo se percibe bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos” dice el zorro. La naturaleza holográfica de la vida puede experimentarse más íntimamente a través de la intuición. Visto así, toda la humanidad podría ser simbólicamente un órgano sensorial para el planeta y el cosmos. Entonces, tal vez, la humanidad podría ser el ojo con el que Dios mira la materia.

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Fecha: febrero 28, 2023
Autor: Heiko Haase (Germany)
Foto: monicore auf Pixabay CCO

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