Más que nunca, nuestras almas buscan la unidad universal que lo abarca todo.
No tanto para ‘descansar’ de las exigentes tareas y deberes que la vida, y especialmente las limitaciones socioeconómicas de nuestra cultura, parecen imponernos, sino más bien para poder decir adiós a la prisión y la opresión que las condiciones previas de la existencia en la esfera material parecen imponernos. Dejando ir lo que ata.
Esa unidad cósmica que lo abarca todo no parece funcionar bien con la producción, el rendimiento, la competencia, el éxito y la cultura de consumo casi prescritos en esta realidad tridimensional. Su despedida parece ser, pues, una condición espiritual para la absorción y la experiencia del alma de la unidad del Universo.
El aumento del resplandor de la conciencia de completa armonía, en la libertad de la unidad con el Amor, explica el elevado campo de la Nueva Tierra, que no tiene nada en común con la que ahora ocupamos, y por la cual el anhelo de muchas almas es tan fuerte, que están dispuestas, por así decirlo, a renunciar a su libertad personal, para ser absorbidas por la paz absoluta. En parte porque el abismo de nuestra realidad dual con la unidad parece tan evidente, y también porque ha crecido nuestro interés en la no dualidad y la no localidad como posibles exponentes de la unidad.
No es, pues, fácil situar la unidad del Universo en la perspectiva de toda la existencia dialéctica, porque es más que la conocida experiencia mística de la unidad; quiere involucrar, por así decirlo, el estado razonable de conciencia.
Y si se observa la realidad dialéctica de manera puramente racional, parece, paradójicamente, que ninguna razón puede existir en la naturaleza. La belleza puede existir, pero no la razón.
Pero, ¿con qué ojo miramos entonces? ¡Con el ojo que ve como esa belleza se marchita!
Las culturas antiguas pueden haber estado más cerca de la fuente, que representa la unidad, que la nuestra. En la cultura occidental, desde Descartes, ha arraigado la opinión de que la unidad de mente y cuerpo es una imposibilidad razonable. Así, se estableció firmemente en nuestra cultura un dualismo basado en nuestro yo y en la percepción a través de los cinco sentidos. Muchos olvidan que Descartes también señaló la actividad sublime de la mente en nuestro cuerpo, a saber, la actividad superior de la pineal (epífisis).
Lo que muchos tampoco saben es que, en el conocimiento contemplativo, hay una unidad de cuerpo y mente más allá de la dualidad que parece tenernos cultural y científicamente como rehenes.
En consecuencia, esta unidad no es una imposibilidad razonable, sino más bien un resultado del funcionamiento de la razón, como indica Spinoza, entre otros (como el tercer camino del conocimiento en la quinta parte de la Ética [1]). Hay, pues, un estado de conciencia racional-moral que está ligado a la unidad del Universo y no descuida su relación con la materia. Eso hizo suspirar a un filósofo/escritor holandés del siglo XVII:
El universo es mío, ¿qué más podría desear? [2]
¡Y no como en un éxtasis místico, sino como una percepción racional!
Esa percepción solo puede llamarse razonable si tiene una relación con nuestra vida de acción en la materia. Por eso Spinoza también indica que la actividad del ‘conocimiento contemplativo’, tal como él lo ve a la luz de la eternidad, fomenta el funcionamiento cada vez más óptimo de nuestra vida de acción. Un funcionamiento que en parte tiene como base el cuerpo y se nutre del cuerpo.
El creciente poder del espíritu en el conocimiento contemplativo (que significa ver a la luz de la eternidad) no solo se expresa en ese cuerpo, sino también en las formas progresivamente más complejas y ricas de interacción que este cuerpo establece con el mundo.
escribe Jeroen Bartels en el libro Van Bacterieel Bewegen naar Menselijke Cultuur (Del movimiento bacteriano a la cultura humana) [3]. Podría referirse a esto como una
armonía en el cambio de actividades. [4]
Así logramos dar forma a las ideas de nuestras vidas, nuestras acciones y nuestras emociones a través del poder del espíritu, que lleva la fuerza de la unidad en su interior, y relacionamos estas ideas con lo que hemos llegado a ver como el fundamento de nuestra existencia, ‘Dios’, o la naturaleza infinita. Spinoza distingue tres grados de conocimiento:
– en primer lugar, el conocimiento que surge de los sentimientos y sensaciones;
– en segundo lugar, el conocimiento y la comprensión como resultado de la percepción y su procesamiento, el pensamiento y
– en tercer lugar, el conocimiento que brota de la Intuición, es decir, el amor intelectual de Dios, el Amor Dei intelectualis. La razón en el ‘tercer tipo de conocimiento’ no parece alejarnos de la realidad cotidiana y, por lo tanto, tampoco parece ofrecernos espacio para un comportamiento de escape y ‘atardeceres místicos’, sino que, por el contrario, nos lleva de vuelta a la realidad.
¿Acaso este conocimiento contemplativo no ve cómo la belleza se desvanece en la realidad? ¿Puede y quiere la razón co-crear una belleza duradera en el campo del espacio y del tiempo? ¿O respirar en la unidad no es equivalente a alcanzar la libertad humana?
La libertad no significa que podamos escapar de las leyes generales de la naturaleza o negarlas con impunidad. Por el contrario, son precisamente estas leyes y nuestro conocimiento de ellas lo que nos permite desarrollar nuestra capacidad de acción independiente y activa y convertirnos en personas (más) libres.
Así lo afirma Bartels en el capítulo ‘La unidad de cuerpo y mente en el conocimiento contemplativo’ del citado libro. Esto se sigue lógicamente de la definición 7 de la Ética de Spinoza:
Se llama libre a algo que existe solo en virtud de la propia naturaleza, y que es accionado solo por uno mismo. Se llama necesario, o más bien ‘constreñido’, a algo que es inducido a un modo particular de existencia y acción.
Es un hecho menos conocido que ya en el siglo XVII Spinoza indicó que el cuerpo y la mente no son realidades diferentes, sino expresiones distintas de una misma realidad. Por eso, también se le llamó el místico racional o el racionalista místico. El punto central a su enfoque de esa realidad, es la visión sub speci aeternitatis, la visión a la luz de la eternidad. Cuando Spinoza escribe sobre el conocimiento contemplativo, no se trata, por lo tanto, del conocimiento de otra realidad llamada «superior», «detrás» o «encima» de la realidad que nos rodea. Se trata de la misma realidad pero luego aceptada en las verdaderas proporciones y en la perspectiva correcta. La nueva forma de conocer, el ver-saber o conocimiento contemplativo, permite vislumbrar la realidad que ha sido desde el principio la base de la realidad cotidiana de nuestras acciones (Dios). Sin embargo, solo obtenemos conocimiento de este terreno a medida que nos hemos convertido en personas más libres. Hoy lo llamamos la Fuente.
Este ‘concepto’ de la unidad universal, que puede conocerse y experimentarse en la conciencia humana como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, ciertamente ha inspirado a muchos a lo largo de los siglos, pero el dualismo de cuerpo y mente como resultado de las ideas de Descartes ha determinado una cultura mucho más fuerte. Es decir que el arte, la ciencia y la religión han tomado principalmente ese dualismo como punto de partida y en su mayor parte todavía lo hacen.
Solo con el advenimiento de la mecánica cuántica surge en la ciencia una nueva posibilidad de la orientación hacia una unidad que lo abarque todo. En su reciente libro Reconectando con la fuente, Ervin Laszlo [5] muestra cómo podemos conectarnos con el universo cuántico (‘la Fuente’) que es nuestra matriz cósmica y el fundamento (‘el suelo’) de nuestras vidas. La Fuente existe fuera de cualquier marco religioso o filosófico y está disponible para todos en todo momento, según Laszlo. Cuando estamos conectados a la Fuente, estamos en contacto con nosotros mismos, nuestra intuición, nuestros seres queridos, la naturaleza y toda la humanidad.
El muy conocido ‘Vosotros sois dioses’ se refiere principalmente a esa conexión, a hacer que la Fuente vuelva a estar activa en nuestras vidas, con lo que la unidad universal puede ser conocida por completo. Esa unidad (solo) puede buscarse y encontrarse en la Fuente.
Quien va en busca de la unidad y se sitúa así en el encuentro con Dios, desbloquea todos los números, [6]
dice J. van Rijckenborgh. «Todos los números» significa en él la plenitud del todo, eso que los antiguos gnósticos llamaban pleroma.
Fuentes:
[1] Benedictus de Spinoza, Ética
[2] Franciscus van den Enden, Filedonio
[3] Jeroen Bartels, Van Bacterieel Bewegen naar Menselijke Cultuur, een evolutionair verhaal vol verrassingen [Del movimiento bacteriano a la cultura humana, una historia evolutiva llena de sorpresas] pág. 254, Rijksuniversiteit Groningen, 2021
[4] Uno de los principios básicos para la construcción del equilibrio interior según los Rosacruces
[5] Ervin Laszlo, Becoming who you are, experiences beyond the limits of daily consciousness [Reconectarse con la fuente: La nueva ciencia de la experiencia espiritual, cómo puede cambiarte y cómo puede transformar el mundo], St. Martin’s Essentials, 2020
[6] J. van Rijckenborgh, en un verso inédito