En 1949, el antropólogo Joseph Campbell publicó el libro «El Héroe de las Mil Caras» en el que demuestra que la estructura narrativa en las historias de los mitos de diferentes épocas, sociedades y contextos es similar. Llámelo teoría del “monomito” o viaje del héroe. Las trayectorias de Jesús, Moisés, Buda, Prometeo, Hércules y Osiris son ejemplos de ello. Todas tratan con personajes del mundo común que se aventuran en una región de prodigios sobrenaturales después de haber recibido una llamada que se negaron a aceptar. Si se superan los desafíos, ganan algo decisivo y pueden beneficiar a sus semejantes.
Si usted conoce alguna historia contemporánea que se pueda resumir de esa manera, no es mera coincidencia. Sagas como Matrix, Star Wars y Harry Potter siguen tal estructura, así como buena parte de la producción hollywoodiana actual. El Rey León es otro ejemplo. Todo porque un guionista americano adaptó la obra de Campbell para su uso en el cine. Ante el éxito de las películas que siguen los pasos del “monomito”, el libro del guionista Christopher Vogler se ha convertido en una biblia para escritores de todo el mundo.
¿Pero por qué el público responde tan bien a la aventura del Héroe? ¿Habría un inconsciente colectivo en el proceso de creación? ¿Qué necesidad de heroísmo tenemos para que nos deleitemos con las historias que lo rodean? Sin ningún cientificismo, la respuesta obvia, incluso infantil, es que es inspirador ver cómo el héroe gana tantos desafíos y sale sano y salvo de las aventuras. Es bueno ponerse en el lugar de alguien tan especial y sentirse un ganador.
Esta postura pueril no está exenta de razón. Convertirse en un héroe es una tarea eminentemente humana en la búsqueda del autoconocimiento. Está en las reminiscencias del ser humano. El autor de «El Héroe de las Mil Caras» deja claro su posición de que el “monomito” es un viaje de auto-conocimiento.
Los símbolos y misterios del mito, que en la infancia de la humanidad proporcionaron a los seres humanos el camino para la búsqueda de su esencia, hoy ya no responden a sus expectativas de igual manera. La gran tarea de la humanidad actualmente es encontrar otro camino que la lleve a la esencia, un mecanismo que despierte en el ser humano los arquetipos profundos del conocimiento de sí mismo. Después de divinizar y conocer la naturaleza y el cosmos, al ser humano le queda el conocerse a sí mismo. Él es su propio desafío.
¿Serían las historias de ficción modernas un camino para ese despertar? Traída a las pantallas, la Aventura del Héroe llega como una representación muy pálida, exterior y superficial de un trayecto que necesita ser recorrido internamente, la relectura del viaje que la humanidad debe emprender. Los enemigos a ser vencidos – los villanos que se ven en las películas – son, de hecho, aquello que el ser humano reconoce como él mismo. Pero aunque las ficciones son sólo caricaturas de la misión de autoconocimiento, que es también la misión de nuestra vida, siguen siendo una manera lúdica de hablar del camino.
En relación con sus recuerdos arquetípicos, el espectador asume el objetivo de la lucha del héroe. Es como si te desafiaran a responder a una voz subyacente: «¿Quieres ir? ¿Cuánto estás dispuesto a arriesgar?». Renunciar al «mundo común» con el fin de alcanzar un mundo desconocido es lo que se pide del héroe que ha recibido la llamada, y si el miedo de los obstáculos que podrá enfrentar inicialmente lo desalienta a aceptar el desafío, un destello movido por algo anterior a él lo impulsa a vislumbrar la esperanza latente de un mundo desconocido en los terrenos insondables del alma. Y él lo sigue.
¿Hacia dónde? ¿Y por qué vas a luchar? ¿Para salvar el lado opuesto y perdido de ti? Eso significaría salvar todo lo que se proyecta en los demás también, pues es preciso enfrentarse hasta a la propia sombra, haciendo de la luz su espada. El guerrero, a menudo representado también con escudo, armadura, casco y cota de malla – símbolos preciosos de realidades internas – tiene en estos accesorios la fuerza que lo anima a luchar.
La decisión, el guerrero, la batalla… Estas fuerzas de enfrentamiento presentes en los fragmentos de lo cotidiano son una forma de que el héroe se relacione consigo mismo. En medio de tantas voces y conflictos, las posiciones que él asume hacen que su punto de vista se convierta en el problema y que se identifique con uno de los lados del campo de batalla. Y cansado, sin ya querer sufrir las pruebas, huye de sí mismo, desfallece.
Sin embargo, la lucha gradual transforma los obstáculos en faros. Las experiencias de temor y desfallecimiento se convierten en el combustible para una acción renovada, que dan a su aventura una nueva perspectiva. Despierta en él la percepción de que el compromiso puro y simple en uno de los lados de la batalla conduce invariablemente, e incluso con la victoria, a un agotamiento de fuerzas y a la aparición de nuevos peligros. Tal percepción, basada en las vivencias del héroe, se convierte en la lámpara que da la dirección, su verdadero maestro. El reconocimiento de ese maestro indica que la lucha tuvo un desenlace y que ella misma sucumbió junto con el guerrero.
La vida se convierte en una aventura cuando el alma comienza a florecer y a conocerse a sí misma. Lo que antes se presentaba como un mundo hostil, ahora es visto sin las lentes que el propio héroe había forjado para sí mismo. Él vuelve a este mundo, pero llega transformado por sus experiencias. Ha eliminado capas de sí mismo, y por eso sabe que todavía hay trabajo que hacer. Usted necesita ser consciente de ello, pues sabe que no hay tiempo que perder, que solo se ha ganado una difícil batalla. Exactamente como en las sagas que nos acompañan en las pantallas de cine, el viaje es una espiral: el héroe siempre recibirá una nueva llamada, se enfrentará a desafíos, agotará sus fuerzas, pensará que ha sido derrotado, pero luchará hasta el final y vencerá. Los niños entienden eso bien cuando, sin ceremonias, se visten de héroes, y la ficción está haciendo lo que puede para darnos el mensaje. Pero, ¿y nosotros? ¿Cuándo pondremos nuestros pies en este fantástico viaje?