Hace unos 2000 años, los textos atribuidos al sabio Hermes Trismegistos fueron escritos en Alejandría. Durante casi 1000 años, estos textos fueron desconocidos en el mundo occidental, habiendo sido parcialmente recuperados durante el Renacimiento, gracias al trabajo de Cosimo de Medici y Marsilio Ficino.
Estos textos dan testimonio de una tradición esotérica mucho más antigua, ligada a los antiguos misterios griegos y egipcios. El propio nombre de Hermes Trismegistos, a menudo, se asocia con el dios egipcio Thot.
Actualmente, la idea acerca de la sabiduría hermética es que es algo extraño y exótico. Pero esta enseñanza tiene mucho que decir sobre el ser humano, en toda su complejidad. Su enfoque central es estimular en nosotros la adormecida consciencia superior, la misma consciencia que guiará nuestros pasos hacia un camino espiritual liberador.
Para acercarnos a esta enseñanza, nos gustaría establecer una correlación entre las enseñanzas de los textos herméticos y las enseñanzas del budismo zen, a fin de mostrar que el soporte de la vida y de la sabiduría no conoce barreras geográficas.
Habiendo surgido en China y ganado fuerza y forma en Japón, el budismo zen impregnó la cultura de todo el extremo Oriente y, desde principios del siglo XX, también penetró, gradualmente, en Occidente. El objetivo central de los adeptos del Zen es alcanzar el Satori, que habría sido la experiencia vivida por Gautama Buda en el momento de su iluminación. Todo lo que se ha escrito sobre el Satori refuerza su condición de inexplicable, indescriptible e ininteligible, lo que equivale a decir que no es susceptible de definición.
Por lo tanto, aquellos que están interesados en saber más sobre el Satori a través de la vía discursiva, solo pueden contar con los relatos de los maestros Zen que estaban dispuestos a hablar sobre sus propias experiencias. Uno de estos relatos se puede encontrar en el libro de Alan Watts, El Espíritu del Zen:
“Cuando miré a mi alrededor, arriba y abajo, todo el universo, con sus múltiples objetos sensoriales, me pareció completamente diferente; todo lo que antes era repulsivo, junto con la ignorancia y las pasiones, pasó a ser visto como el simple fluir de mi naturaleza más profunda, que en sí misma permanecía brillante, verdadera y transparente.”
Este relato nos indica que el Satori es la experiencia responsable de presentar al buscador su «naturaleza más profunda», lo que algunas tradiciones budistas acuerdan llamar naturaleza búdica: la que permanece en medio del flujo constante de la existencia.
Hermes, el paisaje y el des-paisaje
En cuanto a Hermes Trismegistos, el «tres veces grande», es de poca importancia saber si fue un mensajero, varios, o simplemente un prototipo eterno del «Ser que Es», el que estamos en camino de convertirnos. El hecho es que las obras: el Corpus Hermeticum, la Tabla Esmeralda y De la aflicción del alma, obras atribuidas a él, sobrevivieron al tiempo y al espacio y pasaron por innumerables interpretaciones, hasta tocar verdaderamente nuestras cabezas y corazones y despertar la reminiscencia de nuestro verdadero Ser.
Así como es arriba, es abajo.
Así como es dentro, es fuera.
Como en el grande, en el pequeño.
El lenguaje sirve para expresar, pero también termina restringiendo conceptos. Es un arma de doble filo que puede liberar ideas profundas o encerrarlas, cristalizándolas para siempre.
Respecto a los textos sagrados de todos los tiempos, podemos decir que nuestras interpretaciones se asemejan a la experiencia de un joven monje en su discipulado. Según una enseñanza zen, para el joven monje que inicia sus estudios, las montañas son montañas, los árboles son árboles y los hombres son hombres. Después, las montañas dejan de ser montañas, los árboles dejan de ser árboles y los hombres dejan de ser hombres. Cuando alcanza la Satori, las montañas vuelven a ser montañas, los árboles vuelven a ser árboles y los hombres vuelven a ser hombres. Esto nos ilumina acerca de la llamada consciencia espiritual que, en esencia, muestra la realidad de las cosas como son.
Muchos de los que entraron en contacto con los textos herméticos irreflexivamente, consideraron que podrían ser útiles para dominar y coleccionar conocimientos espaciotemporales vinculados con el cosmos, el macrocosmos y el microcosmos. Sin embargo, este nunca fue su propósito, que es la liberación de la consciencia humana de sus ilusiones. Coleccionar conocimientos no nos llevará a esa liberación.
La Tabla Esmeralda, por ejemplo, relaciona lo que está “arriba” con lo que está “abajo”, mostrando la unidad de toda la manifestación. Sin embargo, siguiendo una cuestionable interpretación mística de estos textos, seguimos contraponiendo alto y bajo, dentro y fuera, grande y pequeño. En una lectura grandilocuente, podemos perdernos realmente en una sobrevaloración de nuestro ego. Al “conectarnos” negativamente con la divinidad, podemos sentirnos grandes, vivir una vida elevada e interiorizada, “allí arriba” y “allí dentro”, y dejamos que el mundo “allí fuera” sea “pequeño” y “bajo”. O podemos tender hacia una mística masoquista, llena de prejuicios heredados de tradiciones religiosas desequilibradas, a partir de la desvalorización de nuestra condición humana (somos los «pequeños», estamos «aquí abajo» y siempre «fuera»). ¡Nada más equivocado que eso!
Si dejamos que las enseñanzas herméticas nos toquen, sin pensamientos, sentimientos u otras reacciones basadas en la cultura de nuestro país o época, percibiremos que la advertencia de Hermes es muy clara, sin comparaciones, divagaciones o metáforas. Lo que nos señala es que:
No importa si se está arriba, abajo, dentro, fuera, se es grande o pequeño. Lo que importa es el Todo y su/nuestra esencia.
Lo que el texto nos señala es que la divinidad, el Ser Absoluto, derruye completamente las barreras que nos cristalizan, que nos aprisionan y crean lentes que distorsionan la Verdad Absoluta. ¡Nos saca del paisaje! Así, sin contexto, sin cultura previa, sin ningún conocimiento adquirido, dejamos de ser buscadores para simplemente ser.
Vemos así que la comprensión profunda de las enseñanzas de Hermes nos lleva, como el Satori del Zen, a «acceder» a nuestra verdadera naturaleza, naturaleza que permanece «brillante, verdadera y transparente», incluso ante la aparente mutabilidad de todo. Brillante, porque llena nuestra visión interior y se destaca invenciblemente entre todos los objetos de nuestros pensamientos. Verdadera, porque no llega hasta nosotros por medio de puentes hechos de palabras o insinuaciones, sino que derruye todos los puentes que conectaban nuestro ser fragmentado, haciéndonos ver que la integralidad de la existencia es una con la Verdad. Transparente, porque fijando nuestra visión en ella podemos ver todo lo que existe, pues su realidad no oscurece la realidad de ningún otro ser.
Cuando constatamos que nuestra ubicación espacio-temporal es solo apariencia, entendemos que solo puede haber igualdad o proporcionalidad a partir de la eternidad, de la esencia, de la unidad con el Todo.
Entonces, ya no nos preocupamos de conceptualizar hasta dónde va la divinidad y hasta dónde vamos nosotros. Después de todo, cuando llegamos a ese punto, ¡nosotros y la divinidad volvemos a ser Uno!