Mindfulness

¿Cómo puede “mindfulness" ayudar a quienes buscan permanentemente sustituir la desarmonía por la armonía, el caos por el orden y la tensión por la calma? La verdadera atención plena no es simplemente una práctica que pueda alcanzar su objetivo a través de una decisión de la mente o un acto de la voluntad, sino que sigue un camino de crecimiento que implica a todo el ser y que comienza con las experiencias de la vida.

Mindfulness

En el emergente periodo post-New Age, «mindfulness» se ha convertido en un término aceptado que expresa una reacción ante la insatisfacción general con los “valores” que nos ofrece el mundo de hoy.  Se ha convertido en una técnica popular que se centra en el propio ser interior, para «trascender» esta fatigosa realidad.  ¿A qué nos referimos, pues, cuando utilizamos el término «mindfulness»? Wikipedia lo describe de la siguiente manera:

“Mindfulness, la atención plena, es la práctica de prestar atención intencionadamente a la experiencia del momento presente sin evaluarla, una habilidad que se desarrolla a través de la meditación u otro tipo de entrenamiento». Aunque las definiciones y técnicas de mindfulness son muy variadas, las tradiciones budistas explican lo que constituye la atención plena, por ejemplo, cómo los momentos pasados, presentes y futuros surgen y cesan como impresiones sensoriales momentáneas y fenómenos mentales.

Muchos de los que se sienten atraídos por “mindfulness»  comparten un punto de partida común: experimentan nuestro modo de vida actual saturado de tensiones y estrés constantes, de los que desean escapar. Hay otros que utilizan esta práctica como posible remedio para el dolor crónico, por ejemplo, o para abordar miedos o fobias profundamente arraigados y otros desequilibrios psicológicos o emocionales. Otros ven mindfulness como una práctica espiritual que puede «purificarles» y elevarles a un estado superior de conciencia. En esta búsqueda de  «soluciones y resultados», se recurre al pasado para que nos ayude a encontrar respuestas para el presente; así, mucha gente ha abrazado la tradición budista de la atención plena, mindfulness, que ofrece una forma de utilizar la mente para restablecer el orden y el equilibrio en nuestro interior.

En este ensayo nos gustaría centrarnos en aquellos que buscan un verdadero resultado espiritual y, por lo tanto, suponemos que albergan el deseo de que el resultado sea permanente. En otras palabras, sustituir permanentemente la desarmonía por la armonía, el caos por el orden, la tensión por la calma, y experimentar los aspectos superiores de la Libertad, el Amor y la Paz.

La técnica de mindfulness, cuyo objetivo es «permanecer en el presente», parte del supuesto de que la mente es nuestro factor de control y, siendo así, ¿puede «dirigir» inteligentemente nuestro destino? Al fin y al cabo, las técnicas de «meditación y otros entrenamientos» implican que la mente puede «controlar el barco y guiarlo a buen puerto». Solo necesita aprender las habilidades de control o mando.

Mindfulness también habla de «silencio», lo que significa que si la mente puede controlar los pensamientos, se puede obtener un nivel de «quietud», y esa «quietud» interior sustituirá automáticamente a cualquier desarmonía. Así pues, al practicar mindfulness, buscamos un cambio interior permanente que nos haga pasar de un extremo negativo percibido a su opuesto.

Y si queremos comprender plenamente las cualidades de mindfulness, también debemos buscar una respuesta a la pregunta: si conseguimos la «quietud» a través de esta práctica, ¿qué significa esto para las lecciones que se supone que debemos aprender de las experiencias del caos? La decisión de «escapar» de nuestro caótico estado interior ¿implica que conocemos también la dirección que debemos tomar para llegar a ese destino alternativo? ¿Y que realmente hemos aprendido, de hecho, todo lo que había que aprender de nuestras experiencias vitales actuales? ¿Es entonces el mindfulness una «tarjeta de salida de la cárcel»?

Lao Tzu, el filósofo chino, que vivió hace unos cinco mil años, dijo de la humanidad: «El mayor mal del hombre consiste en no saber que no sabe». Una afirmación que apunta de forma conmovedora a la ignorancia del hombre. Así pues, cuando nos acercamos a la idea de ser «conscientes» como práctica espiritual, ¿cómo debemos entender su interacción con la «ignorancia»?

Si investigamos las enseñanzas universales de todos los tiempos, encontramos que coinciden en una serie de verdades fundamentales: el hombre fue una vez divino, pero en algún momento cayó de su estado de gracia y, como consecuencia, ahora está atado a la materia, al ciclo de la vida y la muerte, a la impermanencia, la transitoriedad y la mortalidad. De ahí que, en comparación con su estado divino original, ahora se considere que el hombre vive en el engaño y la ignorancia.

Si aceptamos estas premisas fundamentales, entonces debemos aplicar esa misma lógica a todos los niveles de expresión del hombre, incluido el de la mente. Si la mente es verdaderamente «maya», engaño, como afirman tantas filosofías, entonces ¿podemos crear algo real y permanente (verdadero silencio interior) a partir de algo que se considera una ilusión? Si nuestra ignorancia es tan intrínseca a nuestro ser, si la mente es verdaderamente «irreal», entonces la lógica nos dice que utilizar la mente para guiar el ejercicio mindfulness solo puede producir un resultado acorde con la entrada: ¡ilusión!

Es indiscutible que la práctica de mindfulness puede alterar el patrón de los pensamientos, y que esta nueva «expresión» del pensamiento puede resultar tranquila, sosegada y armoniosa, e incluso aportar beneficios físicos. Los pensamientos están controlados y, por tanto, carecen de elementos de desarmonía y desequilibrio. ¿Qué hay de malo en ello? Seguro que es mejor que el caótico deambular de los pensamientos a través de la negatividad, la crítica y el veneno, por no hablar de lidiar con las intensas emociones que, como resultado de ello, pueden entrar en juego.

Pero si no podemos ser positivos o tener el control todo el tiempo, estar «quietos» es una alternativa deseable y, sin duda, una forma «más segura» de navegar por la vida. Por supuesto, pero ¿es esto permanente; es este proceso la expresión natural de un verdadero cambio espiritual interior?

 

Entonces, ¿qué ocurre realmente cuando practicamos mindfulness? Podemos identificar dos atributos primarios, dos facultades que entrarían en actividad durante un proceso meditativo: la imaginación y la voluntad. Si el anterior estado de ignorancia es cierto, y no poseemos el conocimiento intuitivo interno de lo que es un estado omnipresente, en otras palabras, de lo que son la verdadera quietud y el silencio, entonces para practicar «mindfulness» debemos recurrir a nuestra imaginación para evocar estas imágenes, y emplear nuestra voluntad para intentar llevarlas a la manifestación.

Por tanto, cuando mindfulness nos pide que vaciemos nuestra mente de pensamientos caóticos y seamos conscientes solo del presente, tenemos que preguntarnos: ¿sabe nuestra imaginación lo que significa el verdadero «vacío»? ¿Puede significar ausencia de pensamientos? ¿Son la mente y los pensamientos dos actividades separadas? Si no tengo pensamientos, entonces, para conseguirlo, mi imaginación se activa y un «espacio» vacío y negro es generalmente lo que mi mente percibe. Pero ese espacio vacío ¿está realmente vacío?, porque todavía hay una parte de mí que está observando el «espacio», observando la falta de pensamientos incontrolados. Entonces, ¿es esa observación en sí misma un pensamiento, un nivel diferente de conciencia? ¿Soy consciente de lo que ocurre en mi mente y puede funcionar la conciencia en ausencia de pensamientos?

Aquí es donde empezamos a dar vueltas en círculos, porque con cada supuesta respuesta, nos enfrentamos a otra pregunta. ¿Es entonces la mente verdaderamente «maya», irreal, ilusión? Por mucha importancia que percibamos que tiene esta actividad en nosotros, seguimos enfrentándonos a la cuestión de cómo la mente, que se considera incapaz de captar la verdadera Realidad, puede utilizarse para impulsarnos hacia un estado del ser que no se entiende ni se comprende.

Es natural que el hombre crea que para obtener lo «espiritual» basta con eliminar lo que no es espiritual, pues comprendemos lo no espiritual con demasiada facilidad. Si elimino la tensión, debería obtener la paz. Si elimino la desarmonía, debería obtener el equilibrio. Si elimino mi pensamiento caótico, obtendré orden, quietud y silencio. Es sencillo. Pero si soy un verdadero «ignorante», ¿cómo puedo saber cómo son estos valores absolutos, o solo estoy atrapado en la ilusión del «saber»?

Ahora bien, lo que a menudo se olvida cuando se aborda la idea de mindfulness es que, en realidad, empieza con el corazón, no con la cabeza. Ningún individuo se planteará la idea de practicar mindfulness si, en primer lugar, no ha alcanzado una madurez de experiencia vital que le proporcione una visión clara de su verdadera realidad; una respuesta intuitiva a la impermanencia, transitoriedad y sufrimiento de este mundo; y, en segundo lugar, debe poseer un profundo anhelo interior de trascender su imperfecto estado actual; una conmoción del corazón que solo puede explicarse como un anhelo de dirigir el camino de la vida hacia valores absolutos, hacia una verdadera solución espiritual.

Si un individuo ha alcanzado ese nivel de experiencia vital en el que posee una profunda conciencia de su imperfección fundamental, pero no anhela poseer y revestirse de verdaderos valores espirituales, entonces utilizar la mente para alcanzar la «quietud» será un esfuerzo realizado sin un conocimiento intuitivo del destino y, por tanto, abierto a la especulación y plagado de errores. A la inversa, si el corazón de un individuo no puede encontrar descanso aquí en esta vida, y está lleno de un anhelo de ser elevado a un estado espiritual más alto, pero su experiencia de vida aún no ha alcanzado ese nivel de madurez para darle una visión verdadera, entonces, de nuevo, los intentos de la mente para encontrar la «quietud» no poseerán la guía intuitiva para alcanzar el destino deseado. Perderá el rumbo.

No podemos olvidar ni subestimar el papel que desempeña el karma en todo este escenario. Cuando planteamos la pregunta sobre el papel que desempeña la experiencia del caos en la vida de un individuo, estábamos pensando en la interacción entre la ignorancia y el karma. La expresión de nuestra vida incluye la ley del karma. Por lo que sabemos, el objetivo de mindfulness no es escapar o trascender el karma; sin embargo, el karma se activa con nuestros actos, y utilizar la mente y la voluntad para lograr la «quietud» es una acción y, por lo tanto, provocará una respuesta kármica. Por lo tanto, ¿podemos pasar de la ignorancia a la sabiduría practicando mindfulness, o el karma se convierte en la puerta de peaje?

Sí, podemos controlar y enfocar nuestros pensamientos. Sí, podemos cultivar nuestros pensamientos de una forma a otra; de lo malo a lo bueno, de lo negativo a lo positivo, del caos a la calma, por ejemplo. Sí, nuestras mentes pueden centrarse en crear quietud, pero si esta quietud no impregna la esencia misma de todo nuestro ser, si no irradia desde cada átomo de nuestro ser, ¿es entonces solo un cultivo de nuestros pensamientos que nos da la ilusión de quietud a través de la ausencia de pensamientos incontrolados?

Habrá muchas personas para las que mindfulness se haya convertido en un bote salvavidas que ha prometido salvarlas de ahogarse en los turbulentos mares de la desarmonía y la confusión, y nadie puede menospreciar tales esfuerzos y respuestas. Son comprensibles y justificables. Si reconocemos que estamos enfermos, debemos buscar una cura. Pero, como ocurre con todas las enfermedades, ¿nos detenemos en cuanto nuestros esfuerzos han eliminado los síntomas o seguimos buscando las causas subyacentes y, por tanto, una cura permanente?

También puede ayudarnos considerar que una de las expresiones de la ignorancia y el engaño en el hombre es su disposición a aceptar una «solución» a un problema sin una comprensión completa de la cuestión; mientras desaparezcan los «síntomas» del problema, suele estar contento.

Ahora bien, la persona cuyo corazón ya no puede encontrar ninguna forma de consuelo en este mundo; la persona cuyo corazón arde con el anhelo no solo de encontrar la paz, sino de ser «uno con esa paz», descubrirá que la mera eliminación de los «síntomas» no apaciguará su anhelo; no satisfará ni alimentará el deseo de salir de su mundo interior de sufrimiento y pena. La enfermedad fundamental de la ignorancia seguirá infligiendo dolor a un corazón así; el péndulo de los opuestos seguirá oscilando entre los polos del bien y del mal, sin importar el estado que alcance la mente, y la muerte seguirá siendo la recompensa de la vida, por muy calmado que se haya vuelto nuestro pensamiento.

La calma, la quietud y el silencio son atributos deseables y, en esencia, necesarios para apoyar positivamente nuestro viaje por la vida. Son cualidades que se atribuyen a una vida espiritual superior y, por tanto, se consideran esenciales. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿la práctica de mindfulness, dirigida por la mente, cura o solo alivia los síntomas?

El hombre es un ser dual. Es mortal, ha nacido de esta naturaleza y, por tanto, es fundamentalmente uno con las leyes de la vida y la muerte. Pero también lleva dentro de sí los elementos de la divinidad, aunque estén latentes y principalmente inactivos. Sin embargo, es esta divinidad la que agita el corazón, la que anhela expresarse. Es esta divinidad la que hace que nuestro mundo y sus límites se reflejen en el espejo de este anhelo, y por lo tanto, nos da una visión de nuestra propia «maya». Es esta divinidad la que nos lleva a buscar la unión con los valores absolutos; es el impulso que empuja a la mente a entender, comprender y actuar, ¡y, por lo tanto, a la plenitud de la mente!

Sin embargo, las mismas Enseñanzas Universales que nos hablan de la ilusión de nuestras mentes, también nos dicen que la unión del alma y el espíritu, y, por lo tanto, el fin del sufrimiento, solo puede llegar a través de la práctica del «no ser», de «perder la vida», de «vaciarse». También hablan de «no mi voluntad, sino la tuya…». ¿Hemos llegado a una paradoja? Seguramente el no-ser también significa ausencia de pensamiento caótico, ¿y cómo voy a conseguirlo si no ejerzo mi voluntad sobre mis pensamientos para dirigirlos hacia el silencio? ¿Acaso mindfulness no es más que otra ilusión?

 

¡No! Pero para acercarnos a la comprensión de la esencia de mindfulness como práctica espiritual, tenemos que entender, en primer lugar, que la verdadera atención plena no es simplemente una práctica que pueda alcanzar su objetivo a través de una decisión de la mente o un acto de la voluntad, sino que sigue un camino de crecimiento que implica a todo el ser y que comienza con las experiencias de la vida. Se dice que nuestra conciencia es siempre un reflejo de nuestro estado de vida interior y, por lo tanto, son las vicisitudes de nuestra vida exterior las que pulen constantemente la lente de la autoconciencia, agudizando su enfoque y dotándonos de una mayor capacidad para observarnos a nosotros mismos. Así nace la atención plena.

A partir de ahí, la mente aprende a permanecer en observación objetiva, observando sin juzgar, sin criticar, sin reaccionar, en un completo «no ser». Si logramos entrar en este estado de observación imparcial, la objetividad de la mente desmitifica gradualmente la niebla de la ignorancia, penetrando así en la verdad de su propia realidad, que habla a través de una percepción cada vez más profunda. Y a medida que esta percepción evoluciona, también lo hace nuestra autoconciencia, que ya no refleja los impulsos de la emoción que antes la nublaban con deseos insatisfechos. La atención comienza a dejar atrás su infancia.

Simultáneamente, la conciencia se hace cada vez más consciente de la voz del elemento divino interior, cuyos ecos agitan el corazón con un anhelo de unión con los valores absolutos. La mente, en su búsqueda de plenitud, es arrastrada por este anhelo, dando forma a sus pensamientos para refinarlos y sintonizarlos con las intuiciones que comienzan a guiarla. Así, el anhelo del corazón y las intuiciones de la mente se unen en una unidad equilibrada y armoniosa. Mindfulness entra en la adolescencia, mostrando una madurez más profunda.

A medida que la mente crece en la conciencia de su propia ignorancia y limitaciones, fortalece sus cimientos en las profundidades de la humildad, dejando atrás su vida de caos y desarmonía. Se desarrolla un verdadero silencio interior, y aprendemos que la quietud de la mente no se encuentra en el control o la ausencia de pensamientos, sino en los pensamientos desprovistos de «yo». Y en esta nueva conciencia, la mente se vuelve consciente de la luz purificadora del sacrificio; de la necesidad de servir más que de recibir, de renunciar más que de alcanzar.

Por lo tanto, la persona consciente entra en su vida con la convicción del autosacrificio; no busca el control, no desea ser otra persona de la que es, sino que permite que la trayectoria del momento fluya sin resistencia: empieza a dejar atrás los impulsos del «yo». Al equilibrio de la cabeza y el corazón se añade la armonía de la acción; las manos empiezan a reflejar la misma dirección que la mente y el corazón. Los nuevos elementos del pensamiento y el anhelo cada vez mayor de lo espiritual se viven a través de nuestras acciones cotidianas. Mindfulness abandona su adolescencia y comienza a florecer en la edad adulta de la plenitud.

La persona atenta se sumerge entonces en lo impersonal, mientras busca lo primordial; reúne pero no posee; experimenta pero no se compromete; tiene sed de la pureza de lo absoluto, mientras ya no bebe de la fuente de la imperfección; está en el mundo mientras ya no es del mundo.
Mindfulness no desea escapar de las imperfecciones de esta vida, sino que se nutre del impulso de conectar con una realidad superior. Se ha convertido en la puerta tallada en el granito de la ilusión, esculpida por los martillazos de las penas de la vida y guiada por el cincel de la perspicacia. La atención plena ha madurado.

Todo el ser ha sido transmutado a través de su perspicacia, anhelo y perseverancia, y la verdadera plenitud de la mente irradia como resultado. La verdadera atención plena, entonces, no busca la armonía, la quietud y el equilibrio, sino que se ha convertido en la expresión abierta de estos valores que reflejan la luz de un nuevo estado del Alma. Una persona así no practica «mindfulness», ¡ “es mindfulness»!

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Fecha: mayo 30, 2023
Autor: Manny (Netherlands)
Foto: by realworkhard on Pixabay CCO

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