Es una cálida y soleada mañana de abril, llena de alegría y deleite. Te sientes con mucha energía, pero vacía interiormente, como siempre. Has decidido dar un paseo por el bosque que siempre has querido visitar, pero que no has podido debido a tu apretada agenda. Las flores van abriéndose y los pájaros cantan hermosas melodías. Encontraste un camino sembrado de piedrecitas blancas. Rosas abiertas de distintos colores crecían en el camino de piedra a derecha e izquierda. De alguna manera, tu corazón te dijo que siguieras ese camino.
Te diste cuenta de que otras personas caminaban delante y detrás de ti. Te diste cuenta de que todos ellos, incluida tú, caminaban hacia algo, en cierto modo llamándote, pero no estabas segura de lo que era, solo sabías que ese era el camino acertado. Al final del camino había una verja con flores, con rosas amarillas que brillaban como el oro. Admiraste la belleza del paisaje y, de algún modo, el vacío que había en tu interior se hizo un poco más llevadero. Te sumergiste en tus pensamientos, que susurraban algo así:
Vamos caminando por un empinado sendero rocoso, algo que se parece a caminar por el sendero de la vida, frío, áspero y duro. Si lo pensamos, somos como las rocas, duras y afiladas, pero tenemos también otros rasgos más positivos: resistimos como las rocas, y ni la lluvia ni la nieve pueden detenernos.
Seguiste observando a las personas que caminaban contigo. Te diste cuenta de que cada una tenía su propio ritmo: una avanzaba despacio, otra marchaba muy deprisa, casi corriendo; algunas caminaban con su pareja de la mano, otras marchaban solos en silencio. Algunas preferían hablar mientras caminaban, y otras estar a solas con sus propios pensamientos.
Te sentaste en un banco junto a la puerta rodeada de flores. Observaste cómo todo el mundo atravesaba esa puerta misteriosa, pero familiar en cierto modo. Observaste cómo la gente que caminaba a tu lado desaparecía una vez atravesaba la puerta de las flores.
«¿Adónde van? – pensaste. Aunque no lo sabías, tu corazón deseaba seguirles. Continuaste mirando sola y en silencio. De repente, una mujer se te acercó, amable, y con una hermosa sonrisa en la cara.
«¡Querida, ven con nosotros! No estás sola, podemos ayudarte»– te dijo con voz tranquilizadora.
«¿Puedo? ¿De verdad puedo acompañaros?» – preguntaste con curiosidad.
«¡Claro que puedes, querida! ¿No ves que la puerta de la rosa dorada está abierta de par en par?
Sin pensarlo más, te pusiste en pie y atravesaste junto a toda la gente la hermosa y brillante puerta de las rosas.