La insoportable Libertad de Cristo

La libertad es un concepto que tiene algo de incomprensible en su complejidad. Probablemente no conozcamos la libertad en absoluto y probablemente nunca la hayamos conocido. Sin embargo, siempre ha habido gente seriamente interesada en conocerla. ¿Pueden los seres humanos en su trivialidad soportar ser libres?

La insoportable Libertad de Cristo

Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky (1821-1881) tejió la historia del Gran Inquisidor en su novela ‘Los hermanos Karamazov’, para señalar algunas reflexiones impresionantes sobre la libertad humana.

Tal vez tengamos una necesidad interior de libertad; algo que nos lleve por un camino de vida que conduce a la verdadera liberación. Pero, ¿poseemos alguna idea verdadera de cómo sería tal libertad? Puede ser una idea o incluso una visión, pero siempre parece ser sólo un anhelo que se encuentra más allá del horizonte. Como objeto del anhelo, tiene algo de inalcanzable.

Esta libertad, sin embargo, tiene algo en común con el horizonte. El horizonte es un lugar donde el cielo y la tierra se encuentran. Pero nunca se puede alcanzar un horizonte. Si me muevo hacia él, huye de mí. Si le doy la espalda y me alejo, me sigue. Quizás esto es similar con el límite entre el anhelo y la verdadera libertad.

El miedo a la libertad

Saber que este horizonte es inaccesible, despierta en muchas personas el deseo de un oasis, un jardín perfecto que sea muy accesible e invite a quedarse. Este jardín tiene sus límites y en él hay quienes tienen la tarea de vigilar para asegurarse de que nadie se desvíe más allá de sus límites.

Hubo un tiempo en que a estos protectores se les llamaba Inquisidores. Eran los gobernantes desenfrenados de un mundo que no teme nada más que la verdadera libertad que amenaza con destruir este oasis. Su pesada tarea consistía en dar a las personas que no podían alcanzar la verdadera libertad, un lugar donde habitar que ddiese cabida a toda su adoración y necesidad de protección. Los Inquisidores fueron la casta sacerdotal dispuesta a recibir la adoración de la humanidad en nombre de Dios, siempre y cuando Dios mismo se mantuviera al margen de sus esfuerzos. Estaban dispuestos a aceptar todo el sufrimiento de este mundo material, siempre y cuando la gente les obedeciese.

Pero, al mismo tiempo, la eterna voz interior de todo ser humano, que llama a pertenecer a ese jardín perfecto, se convierte en el agitador persistente que sigue añorando esa verdadera libertad, ese jardín perfecto. Y esa voz se convierte en el antagonista que amenaza con socavar el poder de los inquisidores.

 

Estos inquisidores reunían a su alrededor a las personas que les gusta habitar en el oasis, que se sienten más cómodas permitiendo que sus sacerdotes medien por ellos con su Dios, que son obedientes y se alegran cuando arden las piras, en las que mueren aquellos que con sus corazones ardientes desafían su mundo.

En secreto, todos sueñan con un amor que no necesite ser alimentado con el “pan” terrenal. Sin embargo, aquellos que siguen este sueño y sacrifican todo para alcanzarlo, son ciertamente pocos. Viven con el corazón ardiente, en silencio, amando a la humanidad y mostrándole: «No sólo de pan vive el hombre».

Van «al desierto» con el corazón ardiente, siguiendo a su Señor que una vez venció todo lo terrenal en ese desierto y recuperó así su libertad original garantizada por Dios. Pero también atraen con ellos a quienes, fascinados por el desierto, siguen su anhelo de la verdadera libertad, sin embargo, pronto se enfurecen cuando el pan que esperan escasea. Regresan rápidamente al oasis, prefiriendo seguir a quienes les convierten las piedras en pan.

El sacrificio del Inquisidor

La figura del inquisidor, sin embargo, conoce ambas reacciones. Conoce a las personas que, con un corazón que arde en anhelo y un profundo amor por el prójimo, instan una y otra vez a la humanidad a seguir su anhelo de esa mayor libertad. Y conoce también a aquellas personas que no pueden seguir su anhelo de una libertad más verdadera.

En este sentido, el inquisidor se convierte en el puente que protege a aquellos que se contentan con su pequeña libertad, mientras que al mismo tiempo, aleja a quienes buscan la verdadera libertad en su viaje por el desierto. Así, se convierte en un símbolo de una realidad fracturada en la que, tanto las libertades «pequeñas» como las «grandes», se interpenetran entre sí. A veces, el inquisidor se encuentra con el corazón anhelante en el oscuro calabozo de la realidad del individuo y busca un intercambio que lo desvíe de su anhelo.

En su historia ‘El gran inquisidor’, Dostoievski relata un monólogo que el Inquisidor dirige a Cristo en el silencio de la oscura mazmorra[1]:

¡He venido a hablar contigo, a hacerte unas preguntas! ¿Por qué has venido a molestarnos? Sabes muy bien que no te necesitamos. Ofreces a la gente la perspectiva de una libertad que no quieren. Cada pira que encienden, cada castigo que infligen, cada guerra que declaran contra los que te siguen, es prueba de que prefieren seguirme antes que a ti.

Una y otra vez, las personas que te siguieron a ti y a tu promesa de libertad, en la hora de su muerte, se dieron cuenta de su fracaso. Les ofreciste libertad cuando dijiste: “No sólo de pan vive el hombre”. Pero, ¿es realmente mayor su libertad si se acuclillan como ermitaños, ayunando en algún lugar del desierto, hasta que ya no son conscientes de su tormento? Preferimos darles pan en tu nombre, porque les ayuda a olvidar su servidumbre, aunque se arrepientan en la última hora antes de su muerte, cuando finalmente se den cuenta de que ese pan no ha satisfecho su hambre.

Porque serán míos, y los calmaremos y los conduciremos en tu nombre. Entonces será demasiado tarde para su libertad. Pero ya ves que prefieren seguirnos antes que fracasar en alcanzar tu libertad. Pero no te preocupes, los cuidaremos, los tranquilizaremos y les daremos lo que les negaste en el desierto. Los llevaremos de regreso al punto donde podamos saciarlos nuevamente con nuestro pan. Querías darles libertad, pero se doblegarán ante la libertad que les damos, porque podemos saciar su hambre inmediata.

¿Qué tipo de libertad es esta que quieres darles? ¿Eres libre? Después de todo, todos somos pensamientos de Dios. Todo pensamiento contiene una estructura, es el comienzo de una historia, que ya tiene sus límites, entonces, ¿cuál es la diferencia entre tu libertad y la nuestra? Nuestra libertad es quizás superior, ya que ofrece la dulce distracción de no tener que pensar, y también preferimos darles el milagro a cambio.

Los milagros son necesarios

Pero, para poder darles milagros, te necesitamos. A través del milagro, hacemos que te adoren y luego nos ponemos en tu lugar y recibimos sus oraciones, porque nos amarán porque les ofrecemos nuestro pan. Necesitan tales milagros para poder creer sin cuestionar su pequeña existencia. El milagro les da la oportunidad de adorarnos en tu lugar. ¿No pretendías también ganar su atención y adoración a través de tus milagros? ¿Cuál era tu objetivo cuando, en Canaán, convertiste el agua en vino? ¿No fue este primer milagro también destinado a darte autoridad y llamar la atención? Querías que la gente creyera en ti y caminara contigo en perfecta libertad, pero no lo conseguiste. En cambio, los abrumaste y te crucificaron por ello, porque no entendieron tus milagros.

No comprendieron que abrías una puerta a la libertad; una libertad que sigue siendo inalcanzable para la mayoría. No puedes escapar del tormento que produce este portal. Porque lo abriste en cada corazón, a través de tu crucifixión, que permitiste. Ahora tenemos que cerrar el abismo que creaste.

El fuego que encendiste en el los seres humanos, nosotros lo llevamos por ellos. Una y otra vez, fueron necesarias guerras y piras para limitar tu libertad. Y aunque existe una larga historia desde que abriste esta puerta a la libertad, sé que le has pedido demasiado a la humanidad. Ahora hemos dividido este fuego en pequeñas llamas controlables. Entonces, ¿por qué regresas para interrumpir ese trabajo?

La humanidad no te necesita, porque le va bien sin ti. Y hemos aprendido a hacer milagros por nuestra cuenta. El ser humano ya no necesita la libertad asociada a los verdaderos milagros. Solo tengo que escenificar mis milagros lo suficientemente bien como para convencer a las masas. Mucha gente ya cree en ellos y se ahorran los esfuerzos del difícil camino que les exiges. Puede que tu libertad resulte ser mayor al final, pero ¿quién la quiere cuando parece tan inalcanzable?

El secreto que guardamos de la gente es que te conocemos. Siempre hemos sabido que estabas allí y que debemos contar contigo. Soy tu sombra, más oscura que la noche más negra, y te pertenezco hasta la última hora. Cuando llegaste por primera vez, dejaste una luz brillante en la tierra. Te convertiste en el flagelo de la humanidad, y teníamos que aliviar ese flagelo.

El secreto

Tu gran secreto es tu luz, pero la gente necesita alcanzarla desde sí misma. Cuando tu gran adversario te enfrentó en el desierto y te preguntó si podías hacer algo por la pequeña libertad, por todos aquellos que no podían alcanzar tu mayor libertad, tú se lo negaste. No quisiste desvelar este secreto interior al mundo exterior, porque dijiste que estarías tentando a Dios si saltabas de lo alto del templo para demostrar tu libertad a la gente. Así también, te negaste la última oportunidad de dar a la gente una meta alcanzable La gente no debe admirar la luz que hay en ti, sino descubrir la luz que hay en ellos mismos. No sé si eras consciente de que sólo serías una figura guía para unos pocos y nos dejarías a nosotros ocuparnos del resto. ¡Así que trabajemos en paz y no nos molestes!

Podría incluso ahora quemarte en la hoguera, sabiendo que la multitud se regocijaría, porque estaría quitando la expectativa que sienten en tu presencia y a la cual solo pueden responder con la adoración. Pero con cada pira, solo hemos logrado magnificar tu luz; solo hemos logrado que más personas tomen conciencia de tu luz. Podríamos ayudarte de esta manera, pero solo aumentaría nuestra agonía.

Sé que no tienes respuestas para mí que yo no sepa ya. Y en tu silencio, solo veo el amor ardiente en tus ojos. Así que no intentaré quemarte, porque ya la crucifixión te ha beneficiado más que a mí. En cambio, abriré la puerta de tu celda y te rogaré que te vayas y nunca regreses. Incluso si traes la verdadera libertad al ser humano, no nos ayudas, ¡así que vete!

El Cristo salió a la noche silenciosa y deambuló por las calles solitarias, sin saber cuántos corazones había incendiado en las tranquilas habitaciones de las personas que descansaban.

 

Referencias:

[1] Reproducción basada en la novela de Dostoievski El Gran Inquisidor: https://www.gutenberg.org/files/38336/38336-h/38336-h.htm

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Fecha: julio 25, 2023
Autor: Heiko Haase (Germany)
Foto: Gero Birkenmaier auf Pixabay HD

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