Algunas reflexiones, astillas de pensamiento sobre el nacimiento del ser humano y de la humanidad.
“Alterus non sit,
qui suus esse potest”«No seas otro si puedes ser tú mismo»
Lema de vida de Paracelso
«La humanidad está a punto de cometer un suicidio colectivo
porque hay muy poca capacidad individual.»Jan van Rijckenborgh
¿Por qué preocuparse por este axioma de Paracelso, por el mandato de vida de uno de los Maestros de los viejos tiempos? Estoy, como miembro de esta humanidad, rodeado de una miríada de ideas, programas, narrativas mediúmnicas, miedos y preocupaciones de más o menos toda la humanidad–las viejas certezas se están rompiendo una tras otra y en mi alma se siente profundamente el vacío –de otro ser– ¿En quién o en qué puedo seguir confiando a través del camino en mi búsqueda de lo que realmente es?
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Hipnosis. Casi todos los grandes maestros, filósofos y profetas del mundo han utilizado expresiones como “despertar” o “despertar del ser humano” cuando este debe cumplir sus tareas inherentes y divinas. La mayor parte de la humanidad sigue sumida en un profundo e hipnótico sueño causado por el miedo y la superstición. Y de inmediato surge la pregunta: ¿qué es lo que debe despertar en el ser humano? Por nuestra propia experiencia aprendemos a ser (al menos) dos seres diferentes: primero está nuestra personalidad con la conciencia habitual, que gira más o menos constantemente en torno a las cosas externas, sus valores y dramas, ocupada con miedos y preocupaciones y, alguna vez, cuando ya ha dado de sí lo suficiente, muere con el cuerpo; pero también somos criaturas cósmicas con algo así como una consciencia universal, una consciencia omnímoda, una llamada profunda, que se nos da a conocer de muchas maneras diferentes, a menudo asombrosas. A saber, cuando nos sentimos inseguros ante lo conocido, cuando empezamos a hacer preguntas, cuando nos damos cuenta de la existencia de la injusticia y la corrupción, las mentiras y el desprecio por los valores humanos más básicos.
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Poder. Los poderosos de todos los tiempos crean sistemas, formas de pensamiento, deseos, miedos; marcan tendencias en el mundo, tendencias que, como olas, se expanden a través de las cabezas y los corazones de la gente. Los creadores de opinión, los que influyen, los que soplan desde muchas direcciones, despiertan deseos, generan emociones, entusiasmo, resentimiento, instan a la gente a luchar o a someterse, a dimitir. Se utiliza a la gente, se reclaman sus energías y su vitalidad, se la aliena. Por supuesto, esto solo puede continuar mientras seamos partícipes, mientras nos dejemos utilizar y «abrumar» en contra de nuestro mejor discernimiento e intuición. Los guías de las áreas de la vida en las que estamos interconectados sugieren, abierta o encubiertamente: si haces lo que te decimos podrás ser feliz, estar sano y vivir en paz y alegría. Puede que el paraíso aún no esté aquí, pero puedes hacer que un poco de él sea una realidad para ti… Y, por supuesto, ahí están los traficantes del miedo: si no lo haces, entonces… te pondrás gravemente enfermo, enfermarás y morirás y nadie, nadie, sentirá lástima por ti, te lo decimos en serio y con buenas maneras… De esta forma, muchas personas son, por así decirlo, arrebatadas de sí mismas, sus contenidos vitales les son entregados desde fuera.
Y quienes mantienen vivos estos ciclos son, ellos mismos, víctimas, víctimas complicadas; ellos mismos están atrapados en corrientes subterráneas y son, a menudo, mortalmente infelices, sacudidos por los miedos más profundos e incluso más faltos de libertad que nosotros y que la mayoría de nuestros contemporáneos. A medida que partes más amplias de la humanidad despiertan a la auto-responsabilidad y a su capacidad intuitiva, ellos también tienen la oportunidad de recuperarse.
Al igual que en épocas pasadas, cuando las diversas iglesias nos amenazaban con el infierno y la destrucción, si desobedecíamos, hoy en día las tendencias de las ciencias naturales y sus intereses económicos implicados son los que están forzando a los pueblos de todo el mundo a adoptar puntos de vista materialistas, o al menos lo intentan. No en vano los maestros espirituales hablan del «engaño de la ciencia» [1], refiriéndose al cientificismo, la creencia de que las ciencias naturales pueden explicar la totalidad del ser humano y de la vida. El dolor del vacío interior, el sufrimiento en nosotros y a nuestro alrededor, las decepciones que experimentamos día tras día, la brecha entre la aspiración y la realidad, la injusticia tan evidente que nos encontramos a cada paso, provocan la ira y la resistencia en las personas, y también la voluntad –a pesar de claras consecuencias como la exclusión, el ridículo, el desprecio, incluso la persecución en algunos lugares– de dejar de participar en los sistemas y corrientes sociales establecidas. El primer paso en el despertar consiste, pues, en una pausa, en una sacudida casi siempre inesperada y sorprendente y quizá incluso sobrecogedora, en dejarse atrapar por otro orden mundial, una realidad que hasta ahora había escapado por completo a nuestra atención.
Si observamos a vista de pájaro la historia de nuestra era, veremos en sus comienzos un poderoso impulso espiritual: Cristo, el Logos solar. Este impulso se derrama en el mundo con el mandato a la humanidad de recordar su propia vocación como imagen de la Divinidad y de hacer realidad esta vocación en su propia vida, y de hacerlo mediante una renuncia radical a los antiguos dioses, doctrinas y métodos. Desde entonces se nos ha dicho: ¿no sabemos que pertenecemos a una raza real y sacerdotal, hemos olvidado ser coherederos y habitantes del reino de los cielos? Desde hace al menos 2.000 años el ser humano está llamado a realizar su destino individualmente y en grupos de personas afines. Naturalmente, esto fue tan mal recibido por los poderosos de entonces como lo ha sido en los siglos posteriores. ¿Hay una sola razón para que hoy sea diferente? Los dramas de la historia –todas las guerras de todos los tiempos, para ser precisos– no son más que una lucha continua contra la luz del «otro mundo», entre el despertar y la represión o la perturbación. El Renacimiento, que comenzó hace unos cientos de años en Italia y desde allí cambió partes del mundo, solo fue posible luchando paso a paso por el territorio de una nueva libertad con el sufrimiento, heroicamente soportado por innumerables personas, con la persecución y el destierro, la quema en la hoguera y el encarcelamiento. Pero el renacimiento del ser humano avanza precisamente por eso, sin cesar, intemporalmente; en el presente ha cobrado una dinámica que tal vez solo era imaginada y esperada hasta ahora. Una misteriosa llamada a la humanidad recorre toda la tierra. Las crisis de todos los tiempos, desde siempre, han abierto a los pueblos y los han impulsado a la renovación, al renacer, al renacimiento. El médico, diplomático y filósofo venezolano Dr. Adolfo Aristeguieta Gramcko ya habló, hace décadas, de un punto de inflexión en el tiempo en el que estamos entrando, que superará con creces el antiguo renacimiento, y las visiones de los antiguos deberán convertirse en radiante y dichosa realidad… [2].
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Levantar el campo. Es posible levantar el campo en nuestro ajetreo cotidiano, pero solo después de despertar. Levantar el campo es una expresión maravillosa con dos significados que llaman rápidamente la atención. Por un lado, romper; por otro, partir. Antes del despertar de las posibilidades espirituales que llevamos dentro, a menudo, debe producirse una ruptura de nuestras actitudes, de nuestras creencias y hábitos y matrices habituales, de nuestro automatismo, a menudo tan aburrido y ciego. Y, al mismo tiempo, puede conducir a un “levantar el campo”, a un realismo espiritual que no solo nos permita vislumbrar lo nuevo, lo luminoso, sino también a realizar un gran cambio de vida que haga posible que la chispa oculta se convierta en llama, que la llama se convierta en fuego. Un fuego que lleva a todo nuestro ser a un gran proceso de cambio, de renovación. ¿Qué ocurre en este cambio? La luz de la chispa divina se refleja en nosotros. Primero toca nuestra esfera mental y exige una nueva forma de pensar. La mente debe convertirse en un órgano de los sentidos, un órgano de reflexión, en el que se refleje nuestro verdadero ser; y ello en facetas cada vez nuevas, cada vez más amplias, cada vez más en expansión. Ella quiere ser comprendida, quiere ser acogida, quiere ser recibida y realizada por nosotros, su imagen. El ser, que hasta ahora ha permanecido dormido en nosotros, quiere despertar a sí mismo y, con ello, a la consciencia y la gloria cósmicas. Para ello, suscita en nosotros un nuevo pensamiento, una comprensión interior intuitiva.
No ser otras personas y sus flujos de pensamientos, sino pertenecer al Otro en nosotros, lo hasta ahora inaudito, lo impensable con nuestros pensamientos anteriores. Él quiere pensarse a sí mismo en nosotros. Y nosotros estamos llamados a pensar con él. Todo nuestro ser se siente interpelado y sacudido por él. Así nos transforma, y nosotros se lo permitimos. Una «revolución» tiene lugar en nosotros. Un renacimiento mayor que el primero.
En un pensamiento visionario, nos unimos unos con otros, él conmigo, yo con él. De ahí surge lo nuevo, lo inédito en esta forma: el yo cósmico.
Ser o no ser, ser víctima o no ser víctima, esta es la verdadera cuestión. Esto significa que cuanto más conscientemente un grupo de hombres y mujeres se sitúen en los procesos de su propia transformación y tengan el valor de dar testimonio de ello con firmeza en su vida exterior, más se contagiarán las personas que tal vez aún vacilan y posponen un acto, para entrar en esta alegría de la renovación.
No seas otro si puedes ser tú mismo.
Referencias
[1] Cf. Jan van Rijckenborgh, especialmente en «The Coming New Man», (El hombre nuevo)” «Call of the Rosicrucian Brotherhood» (Llamada de la Fraternidad de la Rosacruz); también hay numerosas referencias en este sentido en los escritos de Rudolf Steiner, Krishnamurti y otros.
[2] En una conversación personal en noviembre de 1993 en Caracas, en ocasión de un Simposio sobre Paracelso en su 500 aniversario.