La crisis del yo

Los impulsos espirituales nos llevan a la crisis, a una crisis existencial. No puede ser de otra manera porque el otrora intacto campo del alma ha desaparecido en gran medida.

La crisis del yo

Vivimos tiempos en los que siempre pasa algo nuevo, tiempos de un ajetreo perpetuo, y este movimiento constante también va acompañado de un potencial espiritual, un paso espiritual que en la actualidad está abierto para todos. Los grandes maestros espirituales que, durante siglos, han venido a nosotros, siempre han dado este paso y nos han mostrado un ejemplo que podríamos seguir. Así, esta posibilidad también ha tomado forma y se manifiesta en la memoria de la naturaleza, que, en nuestro tiempo, irradia su influencia sobre la humanidad.

Este potencial está conectado a la conciencia de la que el poeta alemán Holderlin dejó constancia en su poema “Los robles”, con las palabras:

“Cada uno de ustedes es un mundo

Que vive como las estrellas del cielo

Cada uno un dios,

Juntos en unión libre.»

Estas palabras describen una posibilidad, una espiritualidad potencial dentro de nosotros: como las estrellas del cielo, cada uno de nosotros somos un Dios en potencia, un mundo en miniatura, un microcosmos, que existe junto a otros en unión y libertad. Hace unos dos mil quinientos años, Pitágoras, el filósofo griego, también enseñó a sus alumnos la misma filosofía espiritual, aunque en sus tiempos el mensaje estaba más oculto, en un lenguaje velado a causa del antagonismo dominante con los poderes y autoridades de la época. Aún no había llegado el momento para este mensaje.

En lo más profundo de nuestro ser, somos un Dios. Jesús nos dice: “Vosotros sois dioses” (Juan 10:34). Podemos aceptarlo o rechazarlo, pero para muchos de nosotros, llega un momento en nuestras vidas, una experiencia de vida interior, que puede cambiar todos nuestros puntos de vista previamente mantenidos. Y este “despertar” va en aumento en nuestros tiempos. Cada vez más personas experimentan un cambio de conciencia, un cambio impulsado desde lo más profundo de su ser.

“¿Quién soy yo?” Esta pregunta se la hacen cada vez más personas, pero la respuesta no se puede encontrar en este mundo.

¿Quién y qué es el yo?

El “yo” percibe lo que le rodea. Miro a mi alrededor y, por lo tanto, soy el centro de un “círculo” creado por mis percepciones. El mundo está fuera de mí y tiene un impacto en mi “yo” interior, mientras que mi conciencia interactúa continuamente con ambos. Internamente sigo generando el “centro”, y mis experiencias y percepciones de la vida se imprimen en mi conciencia.

Michel de Montaigne (1533-1592) amplió esta situación señalando las características únicas que han evolucionado para cada individuo debido a este estado del “yo”:

Todos estamos hechos de retazos coloridos, cada uno atado al otro, tan flojo que revolotean a voluntad. La conciencia de sí mismo, de cada ser humano, es tan única y diferente como él es diferente de todos y cada uno de los demás seres humanos.

Cada uno de nosotros es varios, es muchos, es una prolijidad de yoes (Fernando Pessoa, 1888-1935).

Herman Hesse (1877-1962) declaró:

En realidad […] ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo muy diverso, un pequeño cielo estrellado, un caos de formas, etapas y estados, herencias y posibilidades. […] Como cuerpo, todo ser humano es uno, pero como alma nunca es así. […] El cuerpo es siempre uno, el alma que lo habita, sin embargo, consiste en innumerables “unos”. Por lo tanto, el ser humano es como una cebolla formada por múltiples capas, un tejido formado por muchos hilos (Hermann Hesse, 1877-1962).

Todos estos autores trataron, a su manera, de influir en nuestra percepción, de abrir nuestra conciencia a un nivel de pensamiento superior. Y puede ocurrir que, durante una experiencia de vida particular, nuestra conciencia se agite y una nueva transparencia ilumine nuestra conciencia. El “yo” experimenta algo de la energía viva y fluente de la vida. Y en un momento de apertura vigorosa, vemos que toda la vida está conectada, que hay un flujo y reflujo que está formado por las fuerzas del alma. Comenzamos a ver que todas las formas de vida también están llenas de vida del alma, lo que nos habla de los ocultos mundos sutiles activos detrás del mundo visible manifestado.

¿Y el ser humano?

En este sentido, Herman Hesse también nos dice:

El ser humano no es de ninguna manera un producto firme y duradero, es más bien un ensayo y una transición, no es otra cosa sino el estrecho y peligroso puente entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios, lo impulsa la determinación más íntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su vida temblando de miedo. Lo que la gente, la mayor parte de las veces, entiende bajo el concepto de «ser humano» es siempre solo un transitorio convencionalismo burgués (Hermann Hesse). [1]

El alma ha sido creada en un lugar entre el tiempo y la eternidad, a los que toca . El alma toca la eternidad con sus fuerzas superiores, pero con sus fuerzas inferiores toca el tiempo (Maestro Eckhart).

Yo y no-yo

Al contemplar la naturaleza del ser-yo es posible que podamos adquirir consciencia, con nuestro ojo interior, de la disolución de los mundos energéticos más sutiles a medida que se transforman en una “nada” espiritual. Y como sabemos, todo se origina en  esta «nada»; crea todo y todo vuelve a ella. Solo queda la conciencia pura.

Si centramos nuestra concentración en el momento presente, en el eterno «ahora», podemos experimentar interiormente que nacemos en cada momento y somos disueltos en cada momento; nuestra existencia está experimentando continuamente un ciclo de nacimiento y muerte. Solo nuestra conciencia es constante.

En la filosofía hermética leemos:

Dios es un círculo infinito cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna. [2]

Esta es la declaración de una verdad fundamental. En el nivel espiritual más elevado, el nivel del no-ser, el espíritu puro, el eterno “yo”, se convierte en el centro. Representado por un punto en el centro del círculo, sin embargo, no es una sustancia. Es un principio que da forma a la sustancia a su alrededor, creando una esfera. Así nacen las periferias alrededor del centro y todas ellas son únicas y un reflejo del principio central. La abundancia y diversidad de la existencia también se refleja en cada ser. También soy un lugar tan periférico, un reflejo del yo divino en el centro – en mi centro.

El arquetipo, el principio y la reflexión, la sustancia, también están en constante comunicación ya que son una unidad. Poderosos impulsos magnéticos irradian incesantemente desde el centro hasta la periferia y, desde allí, regresan de la periferia al centro. Por lo tanto, el espacio entre ellos está en constante movimiento. Es el alma, el campo de manifestación entre el tiempo y la eternidad, el campo de su encuentro.

Las experiencias de vida del yo mortal, la periferia, son constantemente absorbidas por el centro divino, la chispa de espíritu, el yo eterno, mientras que la chispa espiritual irradia constantemente de nuevo en el campo de la manifestación. Hay una interacción incesante entre los dos. Todos los pensamientos, sentimientos y acciones del yo de la naturaleza mortal se comunican instantáneamente al centro y se reflejan de nuevo enriquecidos con impulsos divinos. Por lo tanto, nuestra vida recibe un propósito y valor a través de una visión intuitiva, y puede transformarse a través del crecimiento espiritual.

Somos una aventura cósmica. La deidad se experimenta a sí misma en nosotros, en cada individuo, por lo tanto comparte las experiencias del “yo”. Por lo tanto, nuestro “yo” adquiere una importancia específica como un significado existencial para el Dios interior. Angelus Silesius (1624-1677), el místico alemán, lo resumió diciendo:

Sé que, sin mí, Dios no puede vivir ni un instante

Si yo tuviera que dejar la vida, Él tampoco podría continuar. [3]

Mi centro es un principio que recibe experiencias de vida a través de la sustancia, a través de mi “yo”. A través de mí, lo más íntimo se convierte en Dios. Sin embargo, es posible para mí separarme del Dios interior simplemente poniendo mi enfoque en mí mismo. Puedo intentar convertirme en el único centro, llenando mi entorno con objetos y valores que solo se relacionan con mi personalidad, creando así mi propio significado a través de mi propia voluntad y del entorno que creo. A consecuencia de ello, la conexión entre lo divino y el yo, el centro y la periferia, se pasa a un segundo plano y se convierte en vagos impulsos que solo operan en el inconsciente. Un abismo surge dentro de mi ser y la conexión interior ya no es coherente, pero, sin embargo, el centro divino sigue funcionando.

Los impulsos espirituales nos llevan a la crisis, a una crisis existencial. No puede ser de otra manera porque el otrora intacto campo del alma ha desaparecido en gran medida. Entonces, las fuerzas del centro tienen que disolver y romper todo lo que causa la separación, para sanar la interrupción de la conexión armoniosa original y restablecer el principio de guía interno. Esto me afecta de una manera dramática, pero también conduce al punto donde los ojos internos pueden abrirse

En sus propias palabras, Carl Jung refuerza el estado actual del yo de la siguiente manera:

El yo es una adquisición empírica de la existencia individual. Surge primeramente, al parecer, del choque de los factores somáticos con el entorno y, una vez puesto como sujeto, se desarrolla por medio de nuevos choques con el entorno y con el mundo interno. El yo es la personalidad consciente. [4]

El filósofo Jochen Kirchhoff afirma:

El desarrollo del yo es un deseo combativo, una conciencia que se aferra a sí misma, que se contrae a sí misma. La lucha por la conciencia penetra en la naturaleza. Cuando se forma el capullo en una planta y finalmente se abre en una flor, éste es un acto de fuerza que la naturaleza logra. Después de este tremendo esfuerzo, la flor  parece ingrávida, porque en la flor, la planta supera su naturaleza terrestre. (Jochen Kirchhoff.

“¿De qué se trata el universo sino del desarrollo de la conciencia;  una lucha por la luz, la forma y la conciencia? Todo el sufrimiento, el dolor y la miseria, todas las cosas terribles que suceden solo pueden justificarse con esta perspectiva más alta y más abarcadora en mente” (Jochen Kirchhoff). [5]

Después de un sinfín de experiencias, lo terrenal puede comenzar su camino de regreso al centro, para reconectar con su fuente divina. Llega a una floración final, luego los pétalos se caen y es agarrado por el no ser, cayendo como una fruta al «suelo». El suelo es la tierra en la que vivimos, pero también es el Dios interior. A través de la devoción a Él, el alma será sanada, renacerá del ser más íntimo, se volverá ingrávida, desprendiéndose de los lazos de la materia.

También es posible que durante este camino de regreso, a medida que lo natural se vuelve más y más consciente de su transitoriedad, le entre miedo, un miedo a no ser, a lo desconocido. Pero en la entrega a la ilimitabilidad de la nueva alma emergente, nuestro ser será perfeccionado. El resultado es que “nosotros” nacemos de nuevo de lo más íntimo, de lo desconocido. En este doble camino de aumento y disminución, desvanecimiento y crecimiento, en esta “comunicación” cada vez más intensa con el Dios interior, surgen momentos de unidad con lo divino, de unidad absoluta. Y así como los aspectos del viejo yo se disuelven, el secreto de la inmortalidad se revela en el espacio proporcionado. Entonces se cumple la sensación de crisis cada vez más nuevas y el flujo de revelaciones siempre recién experimentadas llenará nuestro ser.

En ti está todo lo visible y el infinito invisible (Rose Ausländer, 1901-1988: “En ti”)

 

 

[1] Hermann Hesse, El lobo estepario, Círculo de Lectores, Barcelona 1979

[2] Citado en: Joost Ritman, Die Bibliotheca Philosophica Hermetica, en: La gnosis hermética a lo largo de los siglos, Haarlem y Birnbach 2000, p. 668

[3] Angelus Silesius, The Cherubine Wanderer (El Peregrino Querúbico), Libro Primero, verso 8 https://nytz.files.wordpress.com/2015/05/peregrino-querubinico.pdf

[4] C.G. Jung, Aion. Contribución a los simbolismos del sí-mismo, Editorial Paidós, 2ª edición 1997, Barcelona, p. 19

[5] Jochen Kirchhoff, El otro mundo. Una aproximación a la realidad, Klein-Jasedow, 2a edición 2002, p. 217).

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Fecha: julio 18, 2020
Autor: Gunter Friedrich (Germany)

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