Sé que te he buscado desde mi primer aliento.
Nunca me detuve.
Mi alma no ha olvidado, siempre me habló,
desde el día que abrí mis ojos a la luz de este mundo.
Poco a poco ya no podía escuchar… Olvidé aquella voz, ese susurro cada vez más lejano…
Llegaron otras voces, despóticas, impetuosas… Las seguí, en el laberinto de las experiencias.
Huérfana de madre y padre. Sola.
En el abandono que quise llenar por todos los medios.
Pero nada podría ocupar tu lugar.
Te busqué, como un ciervo anhela el aguas puras del manantial.
Quise saciar mi sed en tu fuente.
Te llamo Dios, la gente me ha instruido que te dé este nombre.
Pero no conozco tu nombre.
No sé que eres.
No sé quien eres.
No puedo comprenderte.
Sin embargo, te busco.
Sin embargo, mi corazón te conoce.
Aprendí a contemplarte en la Vida.
Traté de sondear tu poder, tus fuerzas.
Fui arrogante en mi deseo de conocerte hasta el punto de querer tomar tu lugar.
Quería ser como Tú. Quería ser Tú.
Mi alma nunca olvidó su origen, siempre me habló, haciéndome sentir una profunda nostalgia.
Ahora, humildemente, quisiera pedirles que no desconfíen de mí.
No quiero apropiarme de ti.
No quiero forzar nuestro encuentro.
No quiero llegar a ti por medios equivocados, con engaños.
Solo quiero que vuelvas a habitar en mi corazón, te lo prepararé… te espero.