El ser humano es lo que piensa

De todas las criaturas existentes, solo el ser humano está dotado de razón. Aún debe hacerse consciente de su presencia y de la unidad que existe entre la suya y la de los demás.

El ser humano es lo que piensa

Los pensamientos están compuestos de átomos extremadamente sutiles.
Los pensamientos son cosas, criaturas, seres vivos; también son relámpagos de luz, impulsos luminosos de nuestro cerebro. Se reúnen según su naturaleza y así se vuelven cada vez más poderosos. Cuando decidimos no vivificar mentalmente esos seres-pensamientos en nuestro campo de manifestación, por consiguiente cuando permanecen estáticos, parecen formaciones nubosas que, al igual que las nubes en el aire, siguen un determinado movimiento.
Cuando la Lengua Sagrada despotrica contra el abuso de la santa función creadora, contempla el abuso del poder mental del hombre subordinado a una vida de codicia casi ilimitada, y sus consecuencias. Cuando abrimos nuestros ojos de carne, una vez restablecida la conexión espíritu/cuerpo físico, durante nuestro nacimiento, es como haber estado en una caverna, sombría, durante mucho tiempo de la que, súbitamente, salimos cegados por la luz del sol.
Durante los primeros años de nuestras vidas, aunque no tengamos ningún recuerdo de ellos, percibimos todo: el aura y sus celestes colores, sentimos a la vez la belleza del amor y la dictadura del miedo. En este momento somos absolutamente puros y estamos en conexión con lo que nos ha permitido satisfacer nuestra elección, la fuente divina de todas las fuentes, fuente de todo poder y de toda bondad.
Al crecer, nos volvemos tan densos como nuestra madre Tierra pudo serlo, por la responsabilidad de nuestra ignorancia y de nuestros miedos. Tengamos presente que todo lo que enviamos al universo nos vuelve. Con el tiempo, acabamos por olvidar quienes somos, de donde venimos y porque estamos presentes en la Tierra, aquí y ahora. Por ello, acabamos por identificarnos con el mundo de la forma, el mundo material (al que algunos llaman la tercera dimensión de la realidad, la de la densidad), es decir, nos identificamos con nuestro físico, con nuestros pensamientos, con nuestra mente, con nuestros miedos, con nuestra personalidad.
En definitiva, nos identificamos con un ser inferior, fuente de todos los miedos e ignorancias: el ego dominante que se nutre de nuestros miedos. Lo que tiene como efecto que solo nos deja vibrar en frecuencias muy bajas, muy densas. Al igual que el ego, el mental también tiene su razón de ser, razón por la cual el individuo inclinado a expresar el esplendor de su ser interior debería aprender, indudablemente, a domar su mente para convertirla en aliada del corazón, aliada de su consciencia. Pues la presencia interior jamás se expresa por el mental degenerado, sino a través del corazón puro y consagrado.
Alimentándonos conscientemente o no con vibraciones tan «bajas», nuestro cuerpo físico sufre estas débiles energías. Por tanto, nuestras emociones negativas no resueltas, acumuladas desde hace tantos años y tantas veces, terminan por «pudrirse» en nosotros. Lo que tiene como efecto, entre otras cosas, hacer que nuestro cuerpo físico enferme. Pues las energías no circulan como debieran.
Al dejar que la asociación ego/mente prevalezca sobre nuestras vidas, permitimos que el yo inferior o ser inferior dicte su ley sobre nuestra existencia. Más allá de nuestra propia persona, contribuimos a proyectar, en el vasto océano de la conciencia universal, la ignorancia y el miedo destructivo por la emisión de ondas energéticas negativas. No obstante, tenemos y somos un ser interior superior.
Debemos recordarlo, acordarse, sacarnos de lo que a menudo queremos llamar «el velo del olvido», tenemos que reconectarnos a esta fabulosa realidad que es nuestro ser interior o nuestra naturaleza divina, espiritual. ¡Restablezcamos de nuevo la conexión! Al venir a la Tierra, traemos con nosotros esta esencia, aquí, ahora, en nosotros. Tenemos una parte de esta fuente divina en nosotros que «es» lo que todos somos en realidad: la fuente en la carne que es consciencia infinita y eterna.
La educación nos ha hecho creer que estábamos separados. Desde el punto de vista del mundo de la forma, sólido, no espiritual. No es así. Todos estamos conectados entre sí. No existe ningún espacio vacío, como se nos hace creer o como nuestros ojos de carne nos lo hacen «ver» ilusoriamente. Entre tú mi hermana en La Reunión y tú mi hermano en La India, este espacio es, de hecho, un inmenso océano energético universal «invisible» llamado también campo etérico, por el que circulan libremente pensamientos, palabras, emociones, oraciones de todo tipo.
Esta fuente, que es la base de absolutamente todo en el multiverso, está presente en cada una de nuestras células subatómicas, a imagen de la célula original, como ocurre, por otra parte, en todas las células vivas. Está constituida por una fuerza todopoderosa llamada Amor incondicional, que nos confiere un poder ilimitado, que adquiere un aspecto luminoso, pero no cegador, sino todo lo contrario, más bien magnéticamente transparente y puro.
La fuente, la Rosa del corazón, que es lo que somos en realidad, nos permite utilizar y, por consiguiente, poseer todas las capacidades del Espíritu Universal inherentes a todo ser espiritual que vive la experiencia humana, tales como: manifestación, creación, ubicuidad, mediumnidad, telequinesia, proyección astral, curación, auto-curación, telepatía, etc. Estos son nuestros verdaderos poderes, esta es nuestra verdadera naturaleza, gracias a la fuente de todo y sólo gracias a ella. Somos canales que deben permitir que toda fuerza se exprese a través de nosotros. Siempre hemos estado y estaremos a su servicio. Con el fin de dejar que se exprese el ser interior, debemos alimentarle con esta fuerza todopoderosa que tácitamente hemos acordado llamar, en tanto que pensamiento colectivo: Amor incondicional.
Pero seamos cuidadosos, porque el amor no es una palabra, es una fuerza, una energía, la más poderosa que existe. Por otra parte, en contraposición, coexiste la energía más baja que existe y que abre la puerta a todos los males, esta energía: es el miedo.
El Amor, esta muy poderosa fuerza energética, es la base del universo, de todos los universos, de toda la creación. Aun cuando hubiéramos alterado su significado, tenemos que sentir esta fuerza en nuestras entrañas, porque sólo pide ser utilizada en abundancia. No estamos hechos, concebidos, para vivir en una realidad distinta a la del amor universal, fraterno e incondicional.
Este Amor incondicional se expresa a través de atributos, atributos energéticos de altas frecuencias tales como: el Perdón, la Compasión, la Paz, la Aceptación, el Dejar ir, la Tolerancia, la Escucha, el Compartir, la Humildad, la Mansedumbre, la Benevolencia, la Verdad, la Empatía, el Humor sutil, el Don, la Entrega de uno mismo, la Alegría, la Serenidad, la Fe, la Confianza en sí mismo, el Desapego, etc.
Utilizando sus atributos en nuestras vidas como soluciones a los problemas planteados, alimentamos nuestro ser interior que es la parte divina en cada uno de nosotros, permitiendo así que el divino creador se exprese a través de nosotros al servicio de los demás.
¿Qué sentimos cuando expresamos o recibimos alguna de sus energías en nosotros? ¡Sentimos vibraciones! ¡Vibramos! En sentido estricto, realmente vibramos. ¿Pues qué es una energía sino la emisión o la recepción de un impulso electromagnético que recibimos, emitimos e interpretamos (más o menos conscientemente)? Nuestra energía es electromagnética al igual que la de la Tierra (campo magnético terrestre) y toda la creación.
Cada ser humano emite y recibe, cada día, miles de impulsos eléctricos llamados vibraciones. Algunas de ellas son elevadas y rápidas, otras bajas y lentas. Las interpretamos de acuerdo a nuestra educación, nuestras creencias, nuestras diversas culturas, nuestro nivel de consciencia, o más bien nuestro nivel de conexión con nuestro ser interior.
Cuanto más recibimos y emitimos altas vibraciones, más se eleva nuestra tasa vibratoria personal, e inversamente. Como hemos dicho antes, en el plano de la conciencia espiritual somos uno. Así que cada individuo que aumenta su señal vibratoria, aumenta el nivel vibratorio de sus pensamientos, de sus palabras, de sus acciones, de sus emociones y también aumenta su campo de percepción y de acción. Eso es lo que llamamos ascensión.

 

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Fecha: marzo 20, 2018
Autor: Blaise BITO (France)

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