El ser humano, el océano y el arcoíris

Quizá podríamos decir que todos los rostros humanos componen el rostro de Dios. O que, como seres humanos, somos letras que, si el amor las une de la manera adecuada, forman el nombre de Dios.

El ser humano, el océano y el arcoíris

Cuando era joven, una vez me asaltó el sentimiento desgarrador de que interiormente estaba completamente fragmentado. Me había recostado un momento, y en ese instante tranquilo me penetró esta verdad aterradora. No entendía de dónde venía y cuál era su propósito, pero era verdad y lo sabía.

Desde entonces han pasado bastantes años y he llegado a comprender mejor mi situación. El problema de tal condición es la dificultad para determinar mi camino en la vida: no sabía qué camino tomar. Muchos fragmentos se entrelazaban caóticamente y no me procuraban sosiego. Cada vez que me centraba en un aspecto concreto, al cabo de poco o mucho tiempo, los otros fragmentos me atacaban. Estos aspectos de mí mismo también exigían atención. El rompecabezas estaba desordenadamente mezclado y por eso siempre vivía en tensión: la agitación del conflicto interior sin resolver.

Creo que este caos interior fue la razón por la que más tarde empecé a escribir. En el papel había espacio para todos los aspectos, allí podía utilizar todas las facetas y fusionarlas en una unidad. Era (y es) una terapia para el alma: cuando escribía me sentía realizado. Pero la vida real no está hecha de papel, ni de pantallas de ordenador y, al final, sigues mirándote en la realidad de tu propio yo.

Beinsa Douno, el maestro espiritual búlgaro, dice: «El poder del alma humana reside en el cumplimiento de la voluntad de Dios»[1] Aunque dice algo que es muy profundo e importante, no creo que, en general, la personas puedan hacer mucho con ello. ¿Existe algo así como «la voluntad de Dios»? y ¿cuál sería el resultado de cumplir esa voluntad?. El joven que yo era no habría entendido nada de eso.

Océano de deseo

¿Por qué es tan difícil comprender la afirmación de Beinsa Douno? Porque el mundo que conocemos es un océano de deseos. ¿Qué anhelamos? ¿A dónde se orientan nuestros sueños, nuestros deseos y anhelos? ¿Amor, libertad, conocimiento, poder, riqueza, verdad, armonía, belleza, desarrollo, vida eterna…?

El océano de los deseos tiene tantos aspectos y perspectivas! Vemos peces de los más bellos colores, pero también monstruos horribles. La alegría de vivir de un delfín, las fauces desgarradoras de un tiburón. Y el viento y las olas lo empujan todo a un ritmo sin fin. «Todos los ríos desembocan en el mar, pero el mar no está lleno…»[2].

¿Qué es el deseo? No su realización y concreción, sino la pura fuerza primigenia que nos hace esforzarnos. ¿Podemos decir algo al respecto?. ¿Es la fuerza que nos mantiene en movimiento, que nos impulsa hacia nuestros objetivos, nuestros sueños?. ¿Es también la fuerza que no nos da tregua ni paz, que ataca nuestra imperfección, que nos pone de nuevo en camino?. ¿Es el impulso que nos hace buscar porque tiene que haber más?

Lao Tzu dice: «Lo imperfecto se hará perfecto. Lo que está torcido se enderezará. Lo que está vacío se llenará. Lo que está gastado se tornará nuevo»[3].

Aunque no seamos capaces de precisar la esencia de la fuerza primordial del deseo, sí experimentamos que esta fuerza nos impulsa siempre hacia adelante. La fuerza abstracta motriz se manifiesta en una serie de deseos concretos. Cuando un rayo de luz incide en el agua, la luz blanca se divide en rayos de diferentes colores. Entonces podemos admirar la belleza y la magia del arcoíris.

El arcoíris

La humanidad es como un arcoíris de muchos colores, como la paleta del pintor. Una y, sin embargo, diversa. Una en el deseo primigenio, diversa en su revelación. ¿No es extraordinario que todos los miles de millones de rostros humanos sean diferentes? Nuestro rostro y nuestros ojos expresan nuestra individualidad, nuestro deseo personal, nuestro trocito de arcoíris.

Hay plenitud, unidad, pero también diversidad. Si consideramos que la humanidad está dividida en apariencias específicas, en individualidades, entonces todos los seres humanos juntos forman la plenitud del ser humano original. ¿Encontramos aquí una pista para nuestra búsqueda, una señal para nuestro anhelo? ¿Es posible una transformación de la consciencia? ¿Podemos superar nuestra consciencia egocéntrica fragmentada y alcanzar un estado de plenitud y unidad, de consciencia de alma?

Partimos de la unidad, pero como aún no nos conocemos a nosotros mismos, nos dividimos en diferentes cualidades y aspectos, nos convertimos en individuos. Ahora estamos conociendo conscientemente todas estas cualidades, toda nuestra riqueza. Lo que vemos en otra persona es siempre una parte de nosotros mismos. Aprendemos lo que es el amor. El amor por el otro y, por tanto, el amor por el otro en nosotros mismos. El amor nos reúne, nos convierte de nuevo en una unidad, en una plenitud. Sin embargo, la diferencia es que ahora se trata de una unidad consciente y activa en todos los aspectos. Es el cumplimiento del «Hombre, conócete a ti mismo». Todos los seres humanos en un ser humano, un ser humano en todos los seres humanos.

Quizá podríamos decir que todos los rostros humanos componen el rostro de Dios. O que, como seres humanos, somos letras que, si el amor las une de la manera adecuada, forman el nombre de Dios.

«Has escrito los caracteres de la naturaleza con tu mano, pero nadie que no haya aprendido en tu escuela puede leerlos».

La Palabra

La búsqueda del «Nombre inefable de Dios» es una búsqueda espiritual de plenitud, unidad y realización. Es un tema que atrae mucho a la imaginación porque está estrechamente relacionado con la «Palabra de poder». Esta «Palabra» siempre me ha parecido fascinante y la siguiente cita es una bella ilustración de ello:

«Entonces los doce discípulos oyeron una voz, una voz calma suave, y se dijo una sola palabra, una palabra que no se atrevían a pronunciar; era el sagrado nombre de Dios. Y entonces Jesús les dijo: «Por esta Palabra omnipotente podéis controlar los elementos y todos los poderes del aire. Y cuando pronunciéis esta Palabra dentro de vuestras almas, tendréis las llaves de la vida y de la muerte; de las cosas que son; de las cosas que fueron; de las cosas que han de ser»[4].

Compréndase, para aclarar cualquier malentendido, que los discípulos oyen y dicen esta «Palabra» en sus almas. Esto significa que solo la nueva Alma renacida puede entender y usar esta Palabra. El abuso está fuera de lugar porque el Alma renacida en Dios es unidad, amor y bondad. La Palabra puede y debe ser utilizada solo para el bien de todas las criaturas.

Para los escritores, por supuesto, encontrar su propia voz es interesante. Pero no solo para ellos, porque la escritura es una forma más específica de la búsqueda humana general: búsqueda de la verdad, la sabiduría y el amor; búsqueda de significado y sentido.

Sabemos que las palabras están formadas por letras, pero la forma de interpretar estos caracteres varía de una persona a otra. En la escuela aprendemos que el alfabeto se compone de vocales y consonantes, y eso es todo. Sin embargo, hay personas que descubren todo un mundo detrás de una letra: las letras se convierten para ellas en arquetipos espirituales.

Una nueva conciencia, un Alma renacida, entra en contacto con los rayos del Espíritu. Los cátaros designaban estos rayos con las vocales A-E-I-O-U. Los discípulos escucharon la «Palabra» en sus almas. Un alma conectada al Espíritu, a las vocales vivas, resuena con la Fuente de toda Vida. Entonces, siempre que el cuerpo esté suficientemente sintonizado con el alma, el cuerpo también se convierte en una consonante, en un vehículo del Espíritu. Así nos convertimos en una Palabra viva, una unidad de vocales y consonantes espirituales.

Teth

En las lenguas antiguas, cuando la humanidad aún no había descendido tan profundamente a la materia, la relación entre el contenido espiritual y la forma material era más estrecha. Las letras de estas lenguas tienen un carácter pictórico; también podemos llamarlas símbolos. Por ejemplo, en hebreo, la letra «Teth» está representada por el siguiente carácter:

Es un símbolo relacionado con el nacimiento y el renacimiento y corresponde al número 9. Esta letra también apunta a una fuente interior de Luz y Vida, de bondad potencial.

Creo que podemos leer todo el desarrollo humano en este signo. Comienza con el punto en el centro: la idea primordial espiritual, la semilla espiritual, el pensamiento creador divino, el Verbo. El ser humano que surge de esta Palabra es potencialmente perfecto, pero aún no se conoce a sí mismo. Él es Luz en la Luz. En un proceso incomprensiblemente largo y desciende al nivel material, a los elementos que conocemos. Vemos esta involución en el semicírculo descendente de la derecha y, ahora, es luz en la oscuridad. Lleva dentro de sí su origen espiritual, su derecho de nacimiento y su herencia, pero ya no es consciente de ello. Entonces sigue su camino por el desierto de la vida, y nada en el océano de los deseos para llegar a la línea horizontal del fondo de Teth, totalmente fragmentados por absorber en nosotros las contradicciones inherentes a los elementos. Comemos el fruto del árbol del bien y del mal.

A través de los interminables movimientos del océano, a través de los cursos circulares de la naturaleza, el  ser humano se cansa excesivamente y se desespera. Se encuentra con las manos vacías una y otra vez, abriendo siempre una nueva puerta en el laberinto. Como resultado, empieza a anhelar intensamente un desenlace, una solución. La mortalidad le roe el alma y anhela valores eternos. Y ahora llega el misterio del ser humano, pues su herencia espiritual, su «primer amor», en realidad nunca le abandonó. Siempre la llevó dentro de sí.

Este nuevo deseo lo cambia. Se orienta hacia su centro espiritual interior y la fuerza de su primer amor se convierte en su salvación, en su liberación. Rompe sus cadenas con la materia, una a una. Interiormente se da la vuelta, se «convierte», abre su corazón y su cabeza a la Verdad. Esta es la línea vertical ascendente en el lado izquierdo del Teth. Toma el camino de la liberación y retorna a su Padre.

El número «9» significa el  ser humano Verdadero, su recreación original según el Espíritu, el Alma y el Cuerpo. Por eso vemos tres líneas en la parte superior de la Teth. Un ser humano renacido y transfigurado de este modo se ha convertido en un «tres veces grande», como Hermes Trismegistos. Entonces, se ha convertido en una emanación autónoma y autocreadora de la Verdad, la Sabiduría y el Amor. Ahora es el Verbo vivo. Es libre y utiliza esta libertad para hacer que sus semejantes tomen consciencia de su riqueza interior, de su elevado origen. Por eso, del círculo del número 9 desciende una línea: la eternidad desciende al tiempo. Es la llamada del Padre, una invitación a todos sus hijos.

Para la mentalidad occidental, puede parecer bastante infantil e ingenuo interpretar las letras y los números de forma espiritual. Sin embargo, ese es el problema del obstáculo intelectual: no ver el bosque entre los árboles. Cuando la mente concreta se desconecta del Alma-Espíritu, empieza a escarbar en la materia. O, como dice el Evangelio de Acuario, «la precipitación del hombre en las ciénagas de la maldad»[5]. ¿Adónde conduce eso? Lo vemos a nuestro alrededor: los robots nos reciben en el mostrador y la inteligencia artificial responde a nuestras preguntas y escribe nuestras redacciones. Pero, por desgracia, la Palabra viva sigue estando lejos de nosotros. Hemos llegado lejos, pero en la dirección equivocada…

Christian Rosacruz tomó un camino diferente. Tomó el camino del corazón abierto y la «cabeza desnuda». Para beber las vocales espirituales y hablar la Palabra viva, dejó de lado el delirio mental y recuperó la inocencia infantil de su alma. Eso es la Vida. Eso es la Verdad. Eso es el Amor.

Cada persona tiene su propio camino. Se ha dicho que hay tantos caminos como personas. Escribir forma parte de mi camino. Se trata de encontrar las letras vivas, las vocales que componen el arcoíris espiritual. Creo que siempre estoy intentando escribir la plenitud de la Palabra viva en mi alma. Volver al principio. En el principio era el Verbo»[6].

Referencias

[1] Peter Deunov:  Maestro del Amor. LOGON.

[2] Eclesiastés, 1:7.

[3] Tao Te Ching, capítulo 22 (https://www.goldenrosycross.org/books/the-chinese-gnosis)

[4] El Evangelio Acuariano de Jesús el Cristo, 89, 7-9.

[5] Evangelio Acuariano de Jesucristo, 13,15.

[6] Juan 1,1.

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Fecha: julio 18, 2023
Autor: Niels van Saane (Bulgaria)
Foto: Hal Gatewood on Unsplash CCO

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