Donación de órganos – ¿un acto de caridad? Parte 1

¿Qué podemos aprender de las experiencias cercanas a la muerte? El ser humano no es solo un cuerpo físico, sino también una entidad multidimensional. En el proceso de la muerte, para nuestra identidad, para nuestra esencia espiritual, es esencial que en una retrospectiva sin interrupciones, se pueda recoger los momentos esenciales de la experiencia de la vida pasada como una cosecha de consciencia.

Donación de órganos – ¿un acto de caridad? Parte 1

En la evolución natural, la disposición a sacrificarse para conservar la especie es evidente y tiene mucho sentido. Incluso, en nuestro organismo, las células también se «sacrifican» continuamente para dejar paso a las jóvenes, para mantener la renovación continua de la vida.

Por lo tanto, desde este punto de vista natural, es una decisión valiente y desinteresada el estar dispuesto a donar órganos.

Sin embargo, el ser humano no es solo un cuerpo físico, sino que también es una entidad multidimensional. Es un ciudadano de dos mundos, por así decirlo. En él, el «Hijo Eterno del Cielo» se une el hijo efímero de la Tierra.

La conexión entre un principio espiritual inmaterial y una entidad biológica es la característica distintiva del ser humano. Esto le da, al mismo tiempo, un sentido y una tarea especiales. Cada vez que un ser humano se convierte en una criatura, es en el vientre donde el ser espiritual se conecta con la forma corporal biológica y, en cada proceso de muerte, se separa de ella de nuevo, llevando consigo la cosecha de experiencias como un aumento de la consciencia para, después de una fase de procesamiento intermedia en los mundos de materiales sutiles, reconectarse con una entidad terrenal.

Durante la preparación para una nueva inmersión en el mundo físico, el ser humano espiritual supervisa y acepta las condiciones esenciales de la vida venidera, que en última instancia sirve para despertar la consciencia espiritual en el mundo de la materia. Ese es el verdadero objetivo de nuestra existencia. Nuestro libre albedrío está unido a nuestra identidad espiritual. En otras palabras, en lo que se refiere a nuestra esencia espiritual, antes del nacimiento, dijimos «sí» a nuestra próxima vida, con todos sus altibajos, porque queríamos aceptar sus lecciones y, por lo tanto, también estamos dispuestos a compensar, en la encarnación actual, los viejos fracasos en nuestro camino del desarrollo.

Así que, en última instancia, es nuestra alma celestial la que determina el momento de la encarnación. Y también es la que determina el momento justo en el que nuestro corazón deja de latir y la vida física termina. Sin embargo, los factores perturbadores pueden intervenir en este plan y terminar prematuramente o prolongar artificialmente una vida.

En el proceso de la muerte, es esencial que nuestra verdadera identidad, nuestro ser espiritual, sea capaz de realizar una retrospectiva tranquila de los momentos esenciales de las experiencias de la vida recién pasada, para llevarlos consigo como una cosecha de consciencia. Esto se produce después, cuando la conciencia terrenal se desvanece. Esta colecta de consciencia puede ser usada en el mundo del más allá para un mayor crecimiento de la consciencia espiritual y, con este potencial, preparar una nueva encarnación con condiciones más favorables.

Este examen crítico de la “película” de la vida que acaba de terminar está descrita en todas las enseñanzas de sabiduría, por lo que en los círculos culturales asiáticos, así como en Egipto, se han escrito libros («libros de los muertos»), para leerlos al moribundo en las últimas horas de su vida y durante algún tiempo después de su muerte, para ayudarle a pasar del mundo físico al más allá. Ya entonces se sabía muy bien – lo que ahora nos confirma la ciencia moderna – que el órgano auditivo es el último en morir. Podemos aprender de ello la importancia de no acompañar a nuestros moribundos con palabras inútiles y destructivas en los últimos momentos. Por cierto, el órgano auditivo es también el primero en despertar en el feto, que escucha la voz amorosa de la madre y percibe la música. También en este caso se puede adoptar un comportamiento sensato y consciente para preparar con delicadeza y afecto la transición al mundo físico de la nueva entidad.

Experiencias cercanas a la muerte

Podemos encontrar la confirmación de estos procesos en las miles de experiencias previas a la muerte que, hasta la fecha, son conocidas y están registradas.

Es interesante y útil para nosotros, saber que todas las personas que han vivido una experiencia cercana a la muerte han perdido todo miedo a la muerte.

Han aprendido que lo invisible para nuestros órganos sensoriales no es antinatural ni incomprensible. «Más allá» significa solo más allá de nuestra experiencia sensorial. Por eso la muerte es escalofriante mientras no nos demos cuenta de que en realidad somos inmortales.

Este tipo de experiencias del más allá, confieren a la consciencia una cualidad cognitiva  completamente nueva, que permite captar las conexiones interiores en una visión holística de conjunto, y esto nos ayuda a comprender los límites de nuestro conocimiento intelectual acumulado. La línea entre el espíritu (inmortal) y la mente (mortal) se vuelve consciente.

Lo que en teoría estamos aprendiendo en este lado, en beneficio de la mente, se almacena en el cerebro y se queda en la esfera terrenal. Solo lo que experimentamos y percibimos a un nivel más profundo, esencial, será memorizado y nos acompañará al más allá.

Por regla general, no nos dejamos guiar por el Espíritu en nuestras vidas. De hecho, tomamos las riendas nosotros mismos, porque el ser divino-espiritual, que está detrás de nosotros, no llega a nuestra conciencia. De este modo, a menudo interferimos en los acontecimientos naturales sin que podamos predecir las consecuencias; por lo general, el verdadero conocimiento de la estructura cibernética de la creación suele faltar.

Las experiencias cercanas a la muerte, en las que la consciencia supera el límite de la mente material, proporcionan al ser humano intuiciones completamente nuevas y transforman de forma duradera la subsiguiente existencia de la materia, porque, de repente, el sentido de su existencia terrenal se vuelve claro.

Algunos, sostienen que estas experiencias cercanas a la muerte se deben a la falta de oxígeno en el cerebro, de forma que se encuentra en un mundo alucinante. Sin embargo, ¿cómo podría eso dar lugar a ideas tan brillantes que cambian la vida?

Eben Alexander, un neurocirujano estadounidense, entrenado y modelado por la ciencia materialista, trajo intensas impresiones de una experiencia cercana a la muerte que cambió completamente su vida. Escribe: «Solo cuando dejemos atrás las limitaciones de nuestro cuerpo físico y de su cerebro, comprenderemos la inmensidad de la comunidad con todas sus formas y conoceremos el infinito amor del Creador».

Una experiencia cercana a la muerte se vive en la fase de transición, en la que la consciencia cerebral está apagada, pero el hilo vital entre lo espiritual, el alma y los cuerpos sutiles de un lado y el cuerpo material, de otro, no están aún definitivamente separados. Aquí es donde comienza la gran visión, el gran examen de la vida vivida hasta ahora. Es interesante notar que, en el sentido de un ser reflexivo que juzgue, no existe ninguna autoridad externa, sino que es más bien la propia persona la que ve pasar el panorama de su vida, para llevar consigo, en su consciencia, la esencia de la biografía de su viaje evolutivo, en el que finalmente dejará atrás todo lo que no concuerde con el objetivo perseguido, que es la obtención de una consciencia cósmica universal.

En experiencias cercanas a la muerte, el ser humano vuelve a esta vida. Eso es posible porque la cuerda de plata que combina lo que va a la otra vida y el cuerpo material aún no se ha cortado y separado de forma permanente.

El ser humano es un ser compuesto de un espíritu intangible, por un lado, y de la forma material sutil y densa, por otro. Y luego está el alma, que es tanto espiritual como material. El alma humana es mortal en una parte, e inmortal en la otra.

Cuando morimos, se produce una separación de esta composición. La muerte es una especie de renacimiento en el mundo del más allá.

En el sueño, que es el hermano pequeño de la muerte, la entidad compuesta se relaja, pero no se separa. En sueños, vemos sin el aparato óptico de nuestros ojos.

Al igual que en las experiencias cercanas a la muerte, en las que la distensión de la estructura es mucho más pronunciada, también vivimos en sueños niveles de percepción más amplios, y el tiempo se percibe de forma acelerada.

Espíritu, alma y cuerpo se mantienen unidos por las radiaciones electromagnéticas; el alma conecta lo mortal con lo inmortal. Al morir, la forma sutil se eleva desde el cuerpo denso, material, que la deja salir y ya no le queda energía vital. Se aleja como un globo que ya no está sujeto, y el cuerpo físico se queda sin alma.

Para entender mejor estas relaciones, nos gustaría analizar más de cerca al ser humano en su multidimensionamiento.

 

A la parte 2

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Fecha: enero 18, 2020
Autor: Dr. Dagmar Uecker (Germany)
Foto: S.Hermann & F. Richter via Pixabay CCO

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