El objetivo de la iniciación no se completa con la llegada al Edén o Paraíso, lo que implica la restauración del “estado edénico”, del estado del ser humano anterior a la inmersión en la materia. Beatriz (símbolo del Alma Espíritu) ha conducido a Dante hasta el Paraíso, pero ello no es sino una etapa más, por muy elevada que esta sea. Con la llegada al Edén, esto es, con la eclosión del alma-espíritu, el candidato está verdaderamente preparado para comenzar su “viaje celestial”, la conquista de una nueva conciencia o conciencia cósmica. Tal conquista que en el relato de Dante conduce ante la presencia de la Santísima Trinidad, implica elevarse a través de sucesivos estados representados en lenguaje astrológico por las nueve esferas estelares y planetarias que dan orden y movimiento al Universo.
En este punto, Dante sigue tradiciones como la irania: «las almas de los muertos cruzaban el puente Cinvat y subían después hacia las estrellas; si eran virtuosas, llegaban a la luna y después al sol; las más virtuosas, llegaban incluso en el “garotman”, la luz infinita de Ahura Mazda»[i].
Esta misma creencia se ha conservado en la gnosis maniquea y era conocida en Oriente. El pitagorismo dio un nuevo impulso a la teología astral al popularizar la noción de empíreo uránico (o espiritual).
El primer cielo, el más cercano al mundo terrestre es el cielo de la Luna. Le sigue el de Mercurio (constituido por las almas que han obtenido fama y gloria a través de sus buenas acciones). El tercero es el de Venus (el de las almas amorosas), el cuarto círculo es el del Sol (teólogos). Le sigue el de Marte (mártires de la Iglesia), luego el de Júpiter (los justos), y el de Saturno (los espíritus contemplativos). Tres círculos más se añaden a los 7 planetarios: el cielo de estrellas (donde se encuentra Adán y el séquito de Jesucristo), el cielo cristalino (coros angélicos) y el más elevado de todos, el Empíreo, donde se encuentran la Virgen María y San pedro y una rosa de luz permite el encuentro con la deidad misma:
Bajo la forma, pues, de blanca rosa
se me mostraba la milicia santa
que con su sangre Cristo hizo su esposa.
(Paraíso XXXI, 1-3)[ii]
Cada círculo o cielo formado por las huestes celestiales, gira así en torno al anterior y los nueve en torno al centro divino.
Tras la contemplación de la Luz Trina, el poeta termina su Divina Comedia dejando constancia en sus últimos versos, de que su voluntad y su deseo giraban como ruedas, en torno del “amor ardiente que mueve el Sol y las demás estrellas”.
Dante termina por tanto su obra, aludiendo al amor espiritual (el amor platónico) focalizado en Beatriz a la que ha buscado infatigablemente, pues la posesión del alma-espíritu es la base y cumplimiento de todo proceso alquímico.
[i] Mircea Eliade, Tratado de la historia de las religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado, ediciones cristiandad, Madrid, 3ª edición, 2000
[ii] La Divina Comedia de Dante Alighieri, Freeeditorial/autor de este artículo