La multidimensionalidad del ser humano
Existe un conocimiento original, una Sophia Perennis, que se refleja en casi todas las tradiciones culturales, ya sean los Vedas, la filosofía hermética, el sufismo, la teosofía, la antropología y en el cristianismo esotérico al que también pertenece la Rosacruz. Este conocimiento original incluye el reconocimiento de que «el ser humano es un microcosmos séptuple compuesto por una parte inmortal y una parte mortal».
Echemos un vistazo más de cerca a este milagro séptuple de nuestra existencia:
Está el verdadero yo humano, el núcleo de su individualidad inmortal. Su ser más íntimo es:
(7) el elemento espiritual eterno, inmaterial (Atman), que se reviste con
(6) el alma eterna (Buddhi) y
(5) la «razón superior» (Manas superior)
Esta trinidad espera el desarrollo del ser humano terrenal y puede crear las oportunidades para ello.
Su personalidad terrenal consiste en:
(4) su intelecto terrenal (Manas inferior) – el cuerpo mental
(3) su aspecto emocional – el cuerpo astral
(2) su vitalidad – el cuerpo etérico y
(1) el cuerpo físico.
Se hace evidente que es la estructura microcósmica inmortal con su espíritu y núcleo del alma, que se sumerge en el mundo físico y se une a una personalidad terrenal mortal, para tener una forma física como medio de expresión en el mundo material.
Sobre el sentido de la vida humana
Nuestro verdadero ser yace latente en nuestro ser como una semilla. Esperando que nuestra consciencia terrenal personal perciba esta semilla y apoye su desarrollo en un ser humano perfecto alma-espíritu. Nuestro anhelo de perfección, justicia, paz y amor universal es un atributo del verdadero yo inmortal. Es el motor que nos mantiene en la búsqueda, hasta que encontremos esa fuente interior y nos demos cuenta de que nosotros, como seres humanos terrenales y conscientes de nosotros mismos, debemos convertirnos en sirvientes de nuestra identidad superior para que pueda volverse activa. En nuestro verdadero ser, inseparable de la fuente divina, están toda la sabiduría y toda la fuerza creativa que permiten el despertar espiritual en nuestro ser natural, para que podamos convertirnos en un instrumento vivo de las fuerzas espirituales eternas y así apoyar la evolución natural y espiritual que se manifestará de acuerdo con la voluntad divina.
El objetivo supremo de nuestra existencia es: llevar la consciencia cósmica que lo abarca todo hasta el nivel material para que se revele y se haga efectiva.
Para ello, nuestro pensamiento terrenal, la lógica egocéntrica del ser humano de hoy, debe transformarse en una razón superior en la que convivan la sabiduría y el amor. Nuestra capacidad de pensamiento superior ya está activa en un espacio de consciencia transpersonal y, a través del servicio voluntario de la personalidad, puede expresarse en el mundo material.
Al morir, nuestro verdadero ser se separa primero de la forma física y se lleva los cuerpos sutiles a las esferas del más allá. Allí, la esencia de la vida vivida se inserta en la estructura de las esencias de innumerables encarnaciones del microcosmos. Son las semillas para el diseño de una nueva reencarnación adecuada a la materia.
La ley del karma le da a cada individuo, en la próxima encarnación, la oportunidad de experimentar y trascender las consecuencias de todo lo que no se ajustaba a la ley divina, convirtiéndolas, en una elección libre, en sabiduría.
La rueda de los renacimientos gira en torno a nuestro verdadero ser hasta que reconocemos nuestro verdadero designio y permitimos que se haga realidad. El nuevo ser humano que viene es la realización de la imagen de un alma-espíritu, cuya manifestación de la forma será imperecedera y ya no estará sometida a la muerte. Se está convirtiendo en un verdadero hijo de Dios, llamado a participar en la revelación universal.
Cuando nos damos cuenta de esta maravillosa evolución que está en nosotros y qué es lo que se nos pide que hagamos, nos orientamos interiormente en silencio, hacia el núcleo del alma celestial que habita en nuestro corazón y entonces, en todo momento, encontraremos la decisión correcta, que concuerda con la voluntad creativa.
Cuando obtenemos nuestra propia autonomía interna, cuya único vínculo es nuestra identidad espiritual del alma, sabremos en todo momento cómo debemos comportarnos para cumplir nuestra ley interior.
Para terminar con nuestro tema sobre el misterio de la vida y la muerte, me gustaría mencionar un poema de Herrmann Hesse. Lleva el título de “La vida que elegí”. En él dice:
Antes de venir a esta vida terrenal,
se me mostró cómo viviría.
Allí estaba la preocupación, allí estaba la tristeza.
Allí estaba la miseria y carga de sufrimiento.
El poeta señala los placeres:
Pero también estaban las alegrías de aquellos días
tan llenos de luz y de hermosos sueños.
Y él continúa su trabajo:
Se me mostró el mal y el bien.
Se me mostró la abundancia de mis defectos.
Y cuando miré a mi futura vida
Allí escuche la pregunta del Ser
¿Te atreves a vivir esta vida?
“¡Esta es la vida que quiero vivir!»
Dije yo como respuesta, con una voz firme.