El amor es la única relación que ilumina, de verdad, la propia Verdad, aun siendo – el amor – invisible a nuestros ojos.
Hablamos aquí de amor en sentido amplio, entendido como fuerza que puede asumir innumerables formas de manifestación: como la energía, por ejemplo, que nace espontáneamente entre un artista y la naturaleza intrínseca de la creatividad; o como sentimiento, cuando almas afines se reconocen en fraternidad y respeto; o como llama del corazón, que se manifiesta cada vez que hay un enlace de sintonía y comprensión. Pero también, de manera sublime, cuando nos abrimos, sin reservas, a la percepción de la Naturaleza como entidad viva que se refleja en la vida que está en nosotros y comparte un aliento sagrado.
El amor, cuando está presente y se manifiesta, es el único fenómeno que conlleva intrínsecamente el carácter de pureza; el único que carece de máscara, el único que no se viste con ninguna falsa ideología. No reconoce amos, ni siervos, y aparentemente es inmune a las leyes físicas y cósmicas inflexibles que atrapan toda la materia.
El amor, no siendo un concepto sino una realidad, es como un oasis que da descanso a un sediento, un faro que señala el rumbo a un velero en dificultad, un rayo de luna salvífico que no cede a las tinieblas, durante una noche oscura y tempestuosa, cuando un viajero se ha perdido, y corre el riesgo de ser terriblemente envuelto en la oscuridad.
Es opinión compartida por mucha gente que el amor es realmente la única cosa que da esperanza a todos aquellos que, en esta existencia laberíntica, se sienten perdidos en la búsqueda de algo que dé sentido a su vida.
Sin embargo, nadie podría decir que ha visto el amor, pues solo es objeto de percepción o contemplación interior.
Misterio escurridizo, si bien innegablemente existente. Prodigio incalificable, generado por dinámicas celestiales. Dulce enigma de cristalina evanescencia.
Aunque por su parte la mecánica ciencia académica no admite lo que no se puede sopesar, diseccionar y ver, nadie en la humanidad negaría nunca la existencia de una energía como el amor, aunque sea invisible.
La invisibilidad del amor es la prueba de la veracidad del mundo invisible.
Las peculiares dotes de indestructibilidad y la existencia innegable del amor se elevan, pues, a carácter de indicio, de huella, de vestigio directo de la presencia de Dios, entendido como presencia de lo Verdadero.
Lo Verdadero es todo lo que, aunque no puede ser negado, no puede ser asimilado en un patrón, en una estructura, reducido a una imposición.
Las máscaras infinitas de la personalidad son ficciones corruptibles e inevitablemente destinadas a morir, mientras que lo Verdadero existe y persiste por sí mismo, en sí mismo.
Por consiguiente, afirmar la existencia del amor implica afirmar la existencia de lo Verdadero: amor y verdad están en relación directa entre ellos.
Para terminar, nos gustaría citar a Panikkar, quien, parafraseando una afirmación de Gandhi, nos dice: Dios no es la verdad, sino que la Verdad es Dios.