Referencias femeninas

Inicio del viaje iniciático: descenso a la oscuridad

Referencias femeninas

Comenzamos una serie de artículos, que tendrán continuidad en el tiempo, basados en algunas figuras femeninas que han aparecido a lo largo de la historia conocida de la humanidad. Este momento parece ser el más adecuado para hacerlo, pues existe una enorme necesidad de revalorizar las cualidades femeninas en los seres humanos —tanto en hombres como en mujeres— y, en consecuencia, colocar así a la mujer en un lugar visible para que sea apreciada por su aportación. Este movimiento se está extendiendo a ámbitos sociales, culturales, políticos, etc.
Como referentes positivos para ilustrar la corriente evolutiva de la humanidad, de su consciencia, utilizaremos figuras mitológicas y también mujeres de carne y hueso. Aunque más que abarcar una gran variedad de figuras, reflexionaremos, discerniremos y profundizaremos en la información que existe sobre ellas para, según nuestra interpretación, rescatar y conocer lo esencial femenino como el aspecto parejo de lo masculino, el cual indefectiblemente tiene que participar en el desarrollo favorable de una vida plena.

Comenzamos con Pistis Sofía, la figura mítica femenina protagonista del evangelio que lleva su nombre, un evangelio apócrifo del gnosticismo de los primeros siglos de nuestra era. Para empezar, vamos a introducir su figura, el contexto en que se produjo, algunos elementos de comprensión sobre su posible significado y, en un próximo artículo, entraremos de lleno en el viaje iniciático que realizó.
Se trata de una bella representación, que quizá resulte árida como consecuencia de que su viaje, su sombría y dolorosa experiencia, está descrito con un lenguaje que actualmente nos es ajeno y extraño, por repetitivo y simbólico, ya que pertenece a otro momento evolutivo del pensamiento y de la consciencia humana. Además, su historia se ha interpretado, muchas veces, escrutando y resaltando la culpabilidad, el error y el pecado. De hecho, su figura carga con un enorme peso de negatividad debido a que realiza —según una interpretación que podríamos denominar «primitiva»— un acto que el ser humano «no debería hacer»: descender a la oscuridad. Pistis Sofía comete el error de dejarse llevar por el impulso de búsqueda de la luz, luz que, en este caso, consideramos se trata del conocimiento creador.

Queremos rescatar su valor, enfocar su experiencia desde otro ángulo y tomarla como ejemplo de iniciación y de posible transformación que se encuentra oculta tras la capa de una moralidad simplista. La historia de Pistis Sofía nos relata —en forma de mito— el viaje interior del alma humana, con el que algunas personas podemos identificarnos o reconocer la existencia de alguna semejanza entre los hechos, los pensamientos, las emociones, los ideales y las imágenes que se expresan en su historia y las de nuestro mundo interno. Las experiencias que atraviesa Pistis Sofía son arquetípicas, es decir, obedecen a patrones de desarrollo de la consciencia y, por ello, probablemente nos están revelando algo que puede ser importante para nuestra comprensión de la vida y de lo que nos sucede.
Es apasionante observar el modo en que el ser humano ha tratado de explicar lo desconocido y ha añadido, a lo largo de la historia de su pensamiento, ingredientes nuevos a la comprensión de cuanto le rodea. Por eso, es importante situarnos en el tiempo y en el contexto en que se produjo el Evangelio de la Pistis Sofía, para no abordarlo como algo intocable, desde el punto de vista religioso, o desecharlo por obsoleto.

Pistis Sofía se gestó durante los dos o tres primeros siglos de nuestra era cuando, por un lado, se buscaba la preeminencia de un Dios único, y esa búsqueda de unicidad convivía, paradójicamente, con una separación moral del bien y del mal que tendía a ser radical. La consciencia humana afrontaba al reto de utilizar nociones contrapuestas y hacerlas compatibles. Por otro lado, la mitología, como manera de acercarse a los misterios de lo desconocido, estaba mezclándose con otra tendencia emergente: la del pensamiento racional. Se empezaba a poner palabras y a utilizar conceptos, sustituyendo las imágenes, para poder explicar el misterio. La filosofía griega había entrado como ingrediente en el gnosticismo generando una extraña, curiosa e interesante mezcla entre pensamiento y creencia, y esta amalgama de ingredientes se refleja en el viaje de Pistis Sofía.

Esta también aparece en otros textos del gnosticismo; pero es en este evangelio donde su descenso a la oscuridad se trata con una mentalidad menos cargante. La visión del autor del Evangelio tiene atisbos de comprensión y de benevolencia para con el impulso por conocer y crear qué vive en esta figura femenina representante del alma humana. Sofía aparece como la descendiente de la madre Sofía, cuyo nombre significa ‘sabiduría’, a la que, en algunas corrientes del gnosticismo de la época, aún se la consideraba la pareja de Dios.

El viaje-descenso de Sofía —así se la denomina casi todas las veces que se menciona su nombre en el texto— es una constante en todas las tradiciones espirituales en las que se requiere una inmersión en la oscuridad para que se produzca un cambio profundo en el ser humano. A veces, ese descenso se escenifica como una muerte simbólica que representa el tránsito necesario para un posterior renacimiento, una resurrección para entrar en una nueva vida.
Este hecho tiene una analogía siempre recurrente en la naturaleza: las semillas entran en la oscuridad de la tierra para brotar como plantas y árboles hacia la luz del Sol. La entrada en la oscuridad representa el episodio iniciático que, en otros mitos, también aparece como la experiencia de permanecer un tiempo en una cueva, en una tumba, en el vientre de una ballena, etc., lugares en los que se produce una transformación radical del ser que ha entrado en ellos, y de donde saldrá renacido.

Para la Rosacruz, ese tránsito iniciático se realiza, actualmente, en nuestra vida diaria, en lo cotidiano, a través de los acontecimientos que nos suceden y de las experiencias que atravesamos. Consideramos que las dificultades que aparecen en nuestra vida, los momentos duros, terribles, en los que nos sentimos, anímicamente, en la oscuridad —con el sufrimiento inherente a la pérdida de las certezas que proporcionan seguridad, estabilidad, confort— en definitiva, son las situaciones de crisis que nos obligan a permanecer, simbólicamente, en esa «tumba» y a realizar una introspección y una transformación en nosotros. Si las dificultades se acogen con ánimo iniciático, representan los períodos necesarios de contacto con la profundidad de sí mismo para poder acceder, posteriormente, tras el conocimiento y la regeneración obtenidos, a un estado de consciencia diferente.
Por eso, la historia de Pistis Sofía es una metáfora que se desarrolla en el escenario del mundo interno del ser humano, en el mundo del alma. En ese espacio interior, las distintas representaciones de los personajes establecen una analogía con las distintas fuerzas dinámicas, tendencias, impulsos, tensiones, etc., que se pueden experimentar de manera subjetiva. Pistis Sofía personificaría al alma humana celeste (aspecto femenino de hombres y mujeres), «el alma sideral».

Ese viaje tan importante hacia la profundidad, necesario para poder experimentar la elevación, lo han realizado antes que Sofía, por ejemplo, las diosas Innana, en Sumeria, e Ishtar, en Mesopotamia; el dios Osiris, en Egipto; Psique (el alma humana en el mito de Psique y Eros); etc. Todas ellos reproduciendo la necesidad de transformación inherente al ser humano. Y mencionamos especialmente a Jesús, quien también aparece en el viaje de Pistis Sofía como el primer ser humano que aborda ese descenso conscientemente, siguiendo este modelo de viaje al inframundo que comenzó en la esfera de los dioses y ha entrado en la esfera humana. En el próximo artículo abordaremos este viaje.

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Fecha: junio 8, 2020
Autor: Irene Mira (Spain)

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