Quizá la confusión reside en creer que por pensar algo o decirlo en voz alta, ya lo hemos hecho, y del dicho al hecho hay un gran trecho. ¡Llámalo esfuerzo!
Aparentemente, nos confunden las sensaciones y nos motivan las prisas por alcanzar una felicidad y una plenitud imperecedera. La sociedad actual ha sustituido el sentido de la vida por sensaciones, estamos sumergidos en una constante estimulación de los sentidos, somos esclavos de la inmediatez y por inercia huimos del silencio.
Esa huida responde al miedo de hacer frente a un vacío interno, a la sensación de haber perdido el rumbo y a no tener propósito de vida. Buscamos la felicidad en forma de perla, como si encontrarla fuera algo que dependiera de la suerte de alcanzar las condiciones perfectas. Todos queremos la receta secreta. Todos queremos que con un mantra, tres afirmaciones y dos vueltas, consigamos alcanzar la plenitud y detener una inercia que lleva años o quizás vidas, alimentándonos con fuerza.
Si nos detuviéramos a analizar cada uno de nuestros pensamientos, nos daríamos cuenta de que la gran mayoría son quejas, y que estas son proporcionales al miedo con el que vivimos nuestra vida, es decir; cuanto más miedo, más te cierras, menos ves y más te quejas.
Nos cuesta enfrentarnos a ese sentimiento de incertidumbre y nos protegemos de él disfrazándolo de victimismo o buscando un cúmulo de sensaciones que apacigüen el vacío. Buscamos que haya ruido, que pasen cosas, pues el silencio nos acerca a nosotros mismos y eso puede parecer un abismo.
La realidad es que la única vía de escape es la honestidad que seamos capaces de tener con y para nosotros mismos. En abrir los ojos, aunque a veces sea incómodo y en soltar las expectativas de ‘’cómo deberían ser las cosas’’. Nos gustan las sorpresas, hasta que no coinciden con lo que queremos y a eso lo llamamos problemas.
La principal confusión entre cualquier práctica de la corriente new-age y la espiritualidad, es que la primera te hace sentirte bien y la segunda te hace ser consciente, y a veces ser consciente no sienta tan bien.
Ser consciente de algo supone dejar de esconderse tras el velo de las ilusiones distorsionadas a favor del ego y empezar a hacerse responsable de lo que uno es y de lo que uno hace, con todo lo que eso conlleva. Supone ahondar en el mundo de las causas y dejar de justificar o adornar los efectos de las mismas.
Es por ello que un desarrollo espiritual requiere compromiso, humildad, coraje y valentía. No somos capaces de ver la inmensidad de la que formamos parte y a veces se nos coloca ante pruebas que nos obligan a romper con creencias y a reconocer nuestras limitaciones, y aunque no lo parezca, ese es el primer paso, pues implica estar dispuesto a soltarlo todo y a abrirse a algo nuevo.