Hoy por hoy observamos cómo se despliegan ante nuestros ojos numerosos conflictos de diversa naturaleza y magnitud.
Con este artículo nos gustaría responder a las siguientes preguntas: ¿a qué se debe esta agitación? ¿Podemos restablecer la unidad a partir de un estado de ser tan perturbado?
La humanidad siempre ha lidiado con conflictos y guerras de todo tipo más por un pedazo de tierra, para afirmar la propia religión o reivindicar una ideología, que por un derecho supuestamente violado; ha luchado por defender su existencia, que inevitablemente es a costa de los demás.
Pero, ¿de dónde surgen estos conflictos?
Esta lucha está generada por el instinto de supervivencia inherente al ser humano y sostenida por el miedo a perder algo que siente que le pertenece por derecho, olvidando que todo, realmente todo, solo nos ha sido dado en préstamo.
En nuestra psique también se produce este mismo mecanismo de lucha.
Nos identificamos con nuestras convicciones y las defendemos a capa y espada, para no cuestionarlas ni aceptar cambiar radicalmente de perspectiva.
Es muy fácil encontrar un culpable, un enemigo, algo externo contra lo que luchar. Un mal contra el que luchar nos hace sentirnos ajenos a ese mal: proyectarlo fuera de nosotros nos hace creer que no nos pertenece.
Solo amamos de nosotros mismos y del mundo aquellos aspectos que consideramos «correctos» y, por el contrario, nos indignamos con los demás, rechazándolos… innecesariamente.
En esta continua división que llevamos a cabo fuera y dentro de nosotros mismos, nuestro ego tratará constantemente de afirmarse e imponerse, generando una lucha que está perdida desde su raíz.
Tan nobles y agradables pueden ser nuestras virtudes «celestiales», como oscuras e «infernales» las que rechazamos en nosotros.
Y así, la modestia se convierte en hija del orgullo, la belleza lleva guardada su decadencia, la juventud tiene en sí la semilla de la vejez, el bien pronto cambia su rostro por el mal y, del mismo modo, de todo lo que creemos oscuridad puede surgir milagrosamente la luz.
Pero hasta aquí no aparecen milagros, ni magia, solo leyes que rigen la existencia, porque la vida natural tiene su propio movimiento, y el movimiento se genera a través de los contrarios.
Toda «noche oscura del alma», toda dificultad, toda crisis, tan molestas a nivel personal, tienen como fin la creación de un espacio libre para ser iluminado por la Luz Única sin sombras.
La sombra se genera por la acción de la luz al entrar en relación con el objeto, y no es más que su proyección; por lo tanto, ¿qué sentido tiene emprender una lucha contra una ilusión?
Podemos y debemos acogerla como una manifestación de la propia luz y, por tanto, portadora de valiosas enseñanzas.
Neutralidad
No ser.
No ser es un punto neutro que no proyecta ninguna sombra en nosotros. Significa ir más allá de todos nuestros intentos de afirmación.
Ser en el no-ser es la única posibilidad más allá de las oscilaciones del mar de los contrarios, como la aguja de una balanza que se desplaza, alternando de un lado a otro con igual fuerza y medida.
Sin embargo, ese no-ser, ese centro, existe. Más allá de todas las leyes que rigen el mundo y, al mismo tiempo, en lo más profundo de todas las cosas.
No es fácil darse cuenta de ese centro, porque mientras estemos enfrascados en el carrusel de los opuestos, que sin embargo nos permiten conocernos cada vez mejor, ignoramos la existencia de un campo neutro, virgen, intacto.
Se ignora la existencia de la posibilidad de otra vida.
El conflicto entre opuestos también puede manifestarse en la relación entre el ser humano y la naturaleza.
El ser humano y la naturaleza están mutuamente interconectados y se influyen mutuamente. La humanidad en su estado actual crea y genera fuerzas equivalentes a sí misma en la naturaleza, que se vuelven contra ella.
Pensemos en los efectos climáticos que estamos presenciando en todo el mundo. El impacto humano genera desequilibrios en los ecosistemas, cuyas consecuencias son cada vez más evidentes y fatales.
El juego de los opuestos desencadena acontecimientos tanto más extremos cuanto más se altera el equilibrio natural, como mecanismo compensatorio para restablecer el orden.
¿Cómo es posible salir de este juego de opuestos?
El ser humano genera pensamientos, deseos y acciones que, a su vez, determinan un entorno, un estilo de vida y unas fuerzas naturales a su imagen y semejanza, consolidando los barrotes de su prisión.
Sin embargo, el ser humano siempre tiene la posibilidad de reconocer su estado de encarcelamiento y emprender un camino en busca de su verdadero ser, que podrá acoger y manifestar un nuevo estado de consciencia y de vida, remodelando así la relación que mantiene con la Naturaleza y con los demás seres humanos. Para ello, debe sanar la raíz de la corrupción de su estado de conciencia, su alejamiento de su verdadera esencia y su búsqueda obsesiva de autoafirmación y conservación del ego.
Si comprendemos las leyes de este mundo, podemos llegar a reconocer en la neutralidad una cualidad liberadora, a la cual, a menudo, se considera que entra en contradicción con las dinámicas sociales; estas, por el contrario, exigen siempre una toma de posición, una toma de partido entre dos polos opuestos.
La neutralidad, que casi siempre se percibe como una falta de responsabilidad, una especie de desinterés por los acontecimientos y, cuando se la alcanza conscientemente, revela la gran oportunidad de dejar fluir la vida, acogiendo todas sus manifestaciones, sin conflicto.
Tal neutralidad es una cualidad de la consciencia, que se manifiesta como fruto en un ser humano implicado en un proceso de reunificación con su propio ser. Este estado se expresa a partir de un elemento ya presente en latencia en cada uno de nosotros, que nos habla de unidad, despertando el deseo de volver a ese estado perdido de totalidad.
En el antiguo texto Hsing Hsing Ming (El Libro de la Nada), de Jianzhi Sengcan, se encuentra un claro testimonio especialmente evocador de tal estado del ser.
La Gran Vía no es difícil para quien no tiene preferencias.
Cuando el amor y el odio están ausentes, todo se vuelve claro e indisimulado. Sin embargo, si se hace la más mínima distinción, el cielo y la tierra se separan infinitamente. Si quieres ver la verdad, no tengas opiniones a favor ni en contra de nada. Poner lo que te gusta en contra de lo que te disgusta es la enfermedad de la mente. Cuando no se comprende el significado profundo de las cosas, se perturba en vano la paz esencial de la mente.
La Vía es perfecta, como el vasto espacio donde nada falta y nada sobra. De hecho, se debe a nuestra elección de aceptar o rechazar por lo que no vemos la verdadera naturaleza de las cosas. No vivas ni en los enredos de las cosas exteriores, ni en los sentimientos interiores de vacío. Mantente sereno en la unidad de las cosas, y tales puntos de vista erróneos desaparecerán por sí mismos. Cuando intentas detener la actividad para lograr la pasividad, tu mismo esfuerzo te llena de actividad. Mientras permanezcas en uno u otro extremo, nunca conocerás la Unidad.
Quienes no viven en la Vía única fracasan tanto en la actividad como en la pasividad, en la afirmación como en la negación. Negar la realidad de las cosas es perder su realidad; afirmar la vacuidad de las cosas es perder su realidad. Cuanto más hablas y piensas sobre ello, más te alejas de la verdad. Deja de hablar y de pensar, y no habrá nada que no puedas conocer. [1]
Referencias
[1] Third Chinese Patriarch of Zen (The Hsin Hsin Ming) (csulb.edu) (El tercer Patriarca chino del Zen)