Los juegos y la búsqueda de la autonomía

Queremos rutas, pistas, y los juegos ofrecen todo eso. Pero nunca nos realizamos enteramente en ellos, pues buscamos fuera de nosotros lo que sólo puede ser encontrado dentro.

Los juegos y la búsqueda de la autonomía

Las matrioskas son las famosas muñequitas rusas contenidas unas dentro de otras. Se supone que su origen está relacionado con una estatuilla japonesa de Buda, tallada en madera, que llegó a Moscú a finales del siglo XIX, traída por Savva Mamontov, fundador del círculo artístico de la Colonia Abramtsevo. El Buda japonés contenía en su interior otras 4 estatuillas más pequeñas pero idénticas. Lo interesante es que las muñecas huecas japonesas generalmente vienen en grupos de 7, representando a los dioses internos, según dicen.

Nos gustaría hablar de lo mucho que estas muñecas dicen de nosotros, sobre todo con respecto a nuestra relación con los juegos y la influencia que recibimos de ellos. Las Matrioskas son, al mismo tiempo, un fragmento del infinito y un paralelo con la vida que llevamos. De hecho, por paradójico que pueda parecer, se sabe hoy que existen infinitos contenidos dentro de infinitos mayores. El conjunto infinito de números irracionales se considera mayor que el conjunto, también infinito, de los números racionales, y ambos están contenidos en el conjunto infinito de los números reales. Por otro lado, si establecemos que la vida que llevamos es un conjunto de «juegos» en los que estamos obligados a seguir las reglas, nos damos cuenta de que hay juegos de micro perspectiva contenidos en juegos de macro perspectiva.

En ese paralelo, el juego de la vida en sociedad contiene el juego de la vida familiar, que contiene el juego de la vida amorosa, que contiene el juego de la individualidad. En la práctica, es difícil determinar en qué juego se encuentra. Tal vez la secuencia dada arriba está equivocada o tal vez varía de persona a persona (de acuerdo con las prioridades de cada uno).  Pero parece inevitable que tarde o temprano nos demos cuenta de que esta relación de contención existe y que forma la estructura de nuestras vidas. Si nos miráramos desde fuera, veríamos un sistema abierto donde varios sistemas interactúan, dando entradas y salidas unos a otros. Y nosotros, supuestamente en el control, respondemos a las condiciones que cada juego impone, si nos sentimos integrados al sistema, o las rechazamos, si percibimos el sistema como una prisión que nos priva de autonomía.

Buscamos autonomía, pero si, una vez más, nos miráramos desde fuera del sistema, veríamos la maraña de factores que condicionan nuestras elecciones. Las condiciones de actitud, comportamiento y esfuerzo de nuestro empleador nos dan las reglas para el juego del trabajo, así como las condiciones de la vida en familia nos dan las reglas para el juego familiar, y las condiciones de la vida amorosa, de la vida en las escuelas y de la vida cuando no trabajamos nos dan las reglas para el juego de las parejas, el juego estudiantil y el juego de los desempleados. Es difícil ver dónde empieza y dónde termina.

Por lo tanto, debemos concluir que la creencia de que poseemos autonomía es, en última instancia, ilusoria. No tenemos autonomía ni siquiera sobre nosotros mismos, pues no somos más que personajes usados por otras personas en sus juegos, nos guste o no. Nosotros mismos nos transformamos en los personajes que debemos representar. Desde la primera infancia, somos impulsados a actuar. Nuestros padres nos observan, siendo los primeros espectadores de nuestros movimientos, esperando nuestra mejor actuación. Se nos impide ser quienes realmente somos porque queremos cumplir las expectativas ajenas y las que creemos que son las nuestras. ¿Cómo podríamos tener autonomía si nuestra vida se reduce a intentar alcanzar los estándares que los juegos en los que estamos insertados nos imponen?

Espera, espera un segundo. Debido a que estamos jugando el juego de la escritura, tenemos que escribir de la manera en que pensamos que nos va a entender, y ya nos hemos alargado demasiado en la introducción hablando de juegos. El tema central de este artículo son los juegos electrónicos, cuyo mercado es uno de los que más crecen en el mundo, y que ahora pasa a protagonizar su lectura.

Los juegos electrónicos han caído en el gusto popular desde hace tiempo y se les acusa de lanzarnos fuera de la realidad, como si antes de ellos no hubiera nada que realizara esa tarea. Los juegos electrónicos son juegos dentro de juegos, además de un subsistema entre tantos. Pero mejor que cualquier otro subterfugio de escape, los juegos propician interacción, permitiendo que realicemos en él nuestras aspiraciones de heroísmo, habilidad, estrategia etc. A diferencia de la vida real, el juego nos trae propósitos muy claros: dice el camino a seguir, nos da atajos, herramientas y nos premia con cada logro. Nuestros castigos no son tan serios. En el juego puedo eliminar a mis enemigos y llegar al punto de morir, pero aún así me levantaré de mi silla ergonómica y comeré un sándwich con kétchup, decepcionado, pero ileso. De todos los «escapes de la realidad» de que disponemos, los juegos son los que más permiten nuestra interferencia. En él nos sentimos libres y pensamos tener aquella autonomía mencionada en los párrafos anteriores.

Porque reflejan la vida real – la misma donde el 3D no requiere gafas – los juegos son una fuente de observación de nosotros mismos. Su éxito deja claro que huimos de la infelicidad, pues en ellos lo que queremos es saber por dónde ir, tener libertad de elegir el camino, hallar tesoros…

Queremos rutas, pistas precisas, y los juegos ofrecen todo eso. Pero nunca nos realizamos enteramente en ellos, pues buscamos fuera de nosotros lo que sólo puede ser encontrado dentro. Tomamos caminos externos y jugamos juegos de imitación. Eludimos nuestros instintos con los juegos. Ellos nos proporcionan algo más sutil, pero ese algo es sólo reflejo del lado de aquí, más de lo mismo. Así que, por mucho que nos den satisfacción temporal, los juegos no nos hacen sentir completos.

Tendremos autonomía cuando nuestras acciones se vuelvan hacia la senda interior. Sólo así, hartos de todos los juegos externos, experimentaremos la libertad. Al igual que las Matrioskas, al recorrer todas las fases, es decir, al conocer y superar a todos los otros «yo» que habitan dentro de nosotros, hay una última muñequita, la más pequeña, la más real y la única que no se puede dividir o separar. Es el final del juego y el principio de la realidad.

 

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Fecha: julio 3, 2018
Autor: Logon collaborators

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