El 16 de marzo de 1244, 205 hombres y mujeres – la fina flor y la corona espiritual de la fraternidad cátara – caminaron plácidamente hacia la hoguera donde serían quemados. A partir de este hecho, fue escrita la profecía que se popularizó en un poema de Felibre August Teulié: «Después de 700 años, el laurel reverdecerá».
En 1944, después de exactamente siete siglos, siete personas fueron a Montségur, en el sur de Francia, y reavivaron la llama en el mismo lugar donde sus predecesores dieron su vida por Cristo. Entre ellos estaba Antonín Gadal. La llama del fuego se reavivó como signo del regreso de los hijos de la Luz, la Gnosis del Amor.
Ahora damos un salto hacia 1956, cuando Hennie Stok-Huizer, una mujer de 44 años, nacida en Rotterdam, escribe su nombre en la historia del mundo moderno como Catharose de Petri, una líder espiritual del siglo XX tan intensa como discreta. El nombre espiritual le fue dado por Gadal por significar Rosa de los Cátaros, donde brilla la luz del amor.
El camino de Gadal, Catharose de Petri y el co-fundador de la Sociedad Rosacruz, Jan van Rijckenborgh, comenzó a cruzarse diez años antes, en 1946, cuando el dúo de Rosacruces holandeses fue al sur de Francia para conocer la región donde vivieron los cátaros y se sintieron como si ya conocieran el lugar.
En su primera visita al Jardín de las Rosas de Albi, Catharose de Petri y Jan van Rijckenborgh dieron forma a «un desarrollo gnóstico contemporáneo que volvería a ligar el mundo occidental con las raíces originales de su pasado» (El triunfo de la Gnosis, pág. 20).
La Rosacruz Áurea fue consolidada por Gadal como el nuevo eslabón de la Corriente Universal de Fraternidades, dando así continuidad al trabajo de los cátaros. En el siguiente encuentro, Gadal regaló a la señora Stok-Huizer, que después se denominaría Catharose de Petri, un tejido donde él mismo había dibujado una paloma blanca con las alas abiertas, sobre un fondo azul. La imagen correspondía exactamente con la que ella había visualizado a los 28 años, en una experiencia interior de intensa contemplación místico-religiosa, en la que buscaba su misión.
La humanidad sabe que algunos de nosotros viven como si no fueran de este mundo. Se trata de personas que parecen ver más lejos o, al contrario, ven nuestra existencia con tales detalles que parecen estar equipados con un sentido diferente, o incluso poseer órganos no catalogados por la medicina o la psicología. Tienen características que admiramos. De alguna manera, si nos referimos a ellos como “héroes espirituales», es porque los percibimos muy bien alineados con esa dimensión espiritual desconocida, pero siempre tan real, que mucha gente está buscando.
Puede que sean Iniciados.
La Iniciación es la segunda fase del proceso espiritual, que comienza con la Purificación, es decir, la fecundación de la semilla divina en nuestro corazón (la Rosa del Corazón). Para Alice Bailey, «la iniciación es como una secuencia progresiva de impactos de energía dirigida». Los iniciados serían aquellos embarazados de semillas divinas, seres en proceso de volverse más conscientes de algo, no intelectualmente, no de modo teórico, sino a través de la experimentación. El paso siguiente será la Iluminación, que significa volverse consciente de morar en un mundo de Luz. Después de lo cual sigue la Liberación, donde él o ella recuperan todas las herramientas y atributos de la Humanidad primordial. El nuevo ser entra en el mundo de la Luz y, finalmente, en la Liberación, cuando el nuevo hombre crece y se desarrolla plenamente.
No se puede medir el grado de iniciación espiritual; ni siquiera se puede probar que alguien sea un Iniciado. Sin embargo, se pueden leer las señales, como en el caso de Catharose de Petri: una mujer que estuvo 22 años al frente de una Escuela de Misterios, -que ayudó a crear y a desarrollar-, y que produjo una extensa obra literaria de la que emerge el habla de una Iniciada.
Antonín Gadal dice que debemos entender que
“el rastro característico dejado por los iniciados es, en verdad, la Gnosis, la Gnosis del nuevo nacimiento, que denominamos con justicia la era de Cristo”.
Se refiere a los iniciados que, como aquellos,
“se habían consagrado por entero al Reino del Espíritu, al Imperio del amor”. (El triunfo de la Gnosis universal, pág. 58)
En todo este mundo encaja Catharose de Petri. Y así, como otras Iniciadas de la era cristiana – María Magdalena, Hildegarda de Bingen, Esclarmonde de Foix, Madame Blavatsky… que tuvieron figuras masculinas en su recorrido-, Catharose de Petri tenía a Jan van Rijckenborgh a su lado.
Catharose era una mujer que exigía claridad. Muchos de los que la conocieron decían que en un encuentro con ella la gente se veía obligada a mirarse a sí misma con mucha objetividad. Introdujo líneas claras en la organización del trabajo.
Mientras que su compañero representa la figura clave de la Escuela Espiritual moderna, ella fue la guardiana de la estructura interna.
Este vínculo especial entre los dos rosacruces y gnósticos herméticos modernos se interrumpió, sin embargo, con la muerte de Jan van Rijckenborgh, en 1968.
Catharose de Petri continuó al frente de la Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea para consolidar lo que hicieron juntos, de modo que el trabajo pudiera seguir sin la presencia de cualquiera de los dos. Demostró un indiscutible liderazgo espiritual. Preservó y desarrolló el trabajo espiritual de la Escuela de Misterios que fundaron. Más tarde, reforzó el trabajo de esta comunidad al servicio del ser humano, al tiempo que preservaba la herencia literaria de Jan van Rijckenborgh.
Catharose de Petri, aquella donde floreció la semilla de los cátaros, la mujer que floreció de la Gnosis del Amor, colocó el liderazgo de la institución que ayudó a crear en manos de un colegio de varios miembros, pero no les transfirió la dirección administrativa.
Como Gadal había hecho antes con ella y con Jan van Rijckenborgh, formó pescadores de hombres. Podía reconocer en ellos los efectos de los impactos recibidos de energía gnóstica que producen la iniciación, lo que garantizó una estructura viva para la fuerza espiritual autónoma activa en la Rosacruz Áurea.
Durante 44 años de trabajo, 22 de los cuales en el liderazgo, la Rosa de los Cátaros protegió la institución en todos los aspectos, basándose en su autoridad espiritual y en su profundo conocimiento y confianza en la fuerza de la vibración de Cristo.
Cuando falleció, en 1990, había cumplido la misión que había previsto a los 28 años, cuando le surgió la imagen de la paloma blanca: la de que «la Rosacruz, como Escuela Espiritual, debía, con la fuerza del Espíritu, ser conocida por todos los que aspiraban a la liberación del alma». Las semillas plantadas por los antiguos cátaros ya se habían desarrollado y estaban, finalmente, en condiciones de cosecha y nueva siembra. Así creció un jardín.
Catharose de Petri, la Rosa de los Cátaros, fue la guardiana del jardín.
Bibliografía:
Gadal, Antonín: El Triunfo de la Gnosis Universal. Ediciones Pelikaan, Ámsterdam, 2006.
Huijs, Peter: Llamados por el Corazón del Mundo. Traducción de Rosa Villar y Antonio Herreros. Fundación Rosacruz, 2018. Zaragoza, España.
Berga Salomó, Eduard : El Catarismo en la Tradición Espiritual de Occidente. Fundación Rosacruz, 2012. Zaragoza, España.