Durante siglos se ha pensado en conceptos como belleza, libertad, amor, sabiduría, justicia o armonía. Al mismo tiempo, se formularon conceptos de una sociedad ideal en la que estas ideas debían tener un efecto vivificante. Las consecuencias de estos pensamientos, de estas formulaciones, incluían ideologías con estructuras autoritarias en las que se intentaba hacer realidad los ideales de una forma permanente. Algunas de las ideologías tenían un tinte religioso, mientras que otras respondían a objetivos político-sociales o ético-morales.
Las ideas elevadas que aparecen como ideales son de naturaleza arquetípica. Tienen que ver con nuestros orígenes espirituales y están profundamente arraigadas en nosotros. Por lo tanto, no es de extrañar que queramos expresarlas. Incluso nos instan a hacerlo. Pero resulta evidente que no pueden realizarse de forma permanente en nuestro mundo, es más, encienden muchos fuegos destructivos. Vienen de otro mundo, el mundo del fuego divino-espiritual. Podemos «condensarlos» en ideas de formas de vida ideales y, finalmente, también en ideologías, que a menudo queremos imponer de forma fanática. La experiencia demuestra que surgen enormes resistencias en el proceso.
¿Por qué?, ¿acaso el ideal, la idea elevada no apunta a la verdad?, ¿no pertenece a nuestra sustancia interior?. Si queremos abrirnos a lo que es verdadero para nosotros mismos, ¿tiene que acabar ese empeño en una ideología en la que adoremos ídolos?
Detrás de toda idea creativa elevada vibra una cierta fuerza, una energía, un impulso «primario-sustancial», sin embargo, las fuerzas de sugestión que se han desarrollado en nuestro mundo están conectadas a ella y, por ello, la vibración luminosa se oscurece, su vivacidad disminuye y se instrumentaliza. Lo que originalmente estaba lleno de luz se transforma; sus energías, al ser mal utilizadas, se convierten en el fuego devorador que tan a menudo hace estragos en nuestro mundo.
En un nivel superior, la libertad, la armonía y el amor no pueden separarse. El amor en el mundo espiritual consiste en la libertad perfecta, sin condiciones ni restricciones. Amar es ser libre. La libertad, a su vez, es sinónimo de amor. En la armonía perfecta entre el Creador y la criatura hay amor y libertad sin restricciones.
En la armonía cósmica, todos los aspectos o cualidades se complementan unos a otros, trabajan juntos ya que cada aspecto es parte integrante de la totalidad. Multiplicidad y unidad no son contradictorias. La unidad o totalidad se expresa en la multiplicidad.
En la antigua filosofía india, el dominio de la totalidad se expresa con la palabra Brahman. El mundo de Brahman es la auténtica realidad. En él, el Espíritu absoluto, trascendente e inmanente, se muestra como la fuente primordial del ser, sin principio ni fin.
Los ideales de nuestros mundos imaginarios y los ídolos que nos creamos nos conducen al engaño. Son interpretaciones humanas de una idealidad original, divina. La conexión con lo divino por la que tan íntimamente luchamos puede atraparnos en las mayores ilusiones. En última instancia, se debe a que separamos nuestras nociones e ideas de las de los demás. No vivimos desde el contexto global, desde la integración de todo, por eso nuestras relaciones con los demás están siempre en crisis. Además, nuestro pensamiento es en gran medida un pensamiento lingüístico basado en conceptos delimitados, semánticos. La tendencia a delimitar en nuestro pensamiento se subraya también en el versículo bíblico «…la letra mata, pero el Espíritu vivifica». (2 Corintios 3:6)
Pero, ¿cómo hemos de afrontar este hecho cuando el Espíritu que nos vivifica despierta en nosotros sentimientos y corrientes de pensamientos?, ¿qué
sería de nuestro mundo sin el impulso interior de los ideales?
Hasta ahora, el mundo ha sido un lugar caliente y exaltado debido, en parte, al impulso de los ideales que han suscitado sentimientos y pensamientos poderosos que nos tientan a utilizar este poder, a veces con la mejor de las intenciones. Esto es lo que ocurrió en su momento, por ejemplo, con los grandes sistemas de pensamiento del comunismo y el socialismo, o con la propagación masiva de conceptos idealistas en el mundo actual a través de los medios digitales y sociales. También hay ideales eficaces más tradicionales que se transmiten de generación en generación. Otros ideales pueden denominarse «modernos» porque surgen de la situación mundial actual. Los ideales tradicionales nos resultan a menudo muy familiares, de modo que ya no los percibimos, como el aire que inspiramos y espiramos constantemente.
Especialmente en la época actual, de transformación cósmica y de profundo cambio sistémico, existe un cierto impulso a querer refugiarse en patrones ideológicos autoritarios. Los valores tradicionales y los sistemas normativos pierden importancia, se extiende una desorientación y un vacío crecientes, que pueden conducir a estados de angustia existencial mental y física. El viejo sistema se desmorona y aparecen profundas grietas. Por otra parte, lo nuevo aún no ha llegado; en el mejor de los casos se vislumbra tenuemente en el horizonte.
El caos actual ofrece la posibilidad de un salto evolutivo en el desarrollo de la conciencia. Tal salto no se produce automáticamente, sino que requiere una decisión consciente, en medio de enormes obstáculos. Numerosas «fuerzas» se resisten a que la humanidad dé un paso liberador en la consciencia. En la literatura esotérica y gnóstica también se habla en este contexto de arcontes y eones, fuerzas atmosféricas en las que se han almacenado formas de vida del pasado. Entre otras cosas, utilizan estructuras ideológicas y las visten con ropajes modernos para ser eficaces de forma sugestiva. Por eso es tan importante preguntarse dónde, cuando, en qué estamos sirviendo a viejos patrones dogmáticos que no tienen ningún valor liberador real.
Analicemos de nuevo el funcionamiento interno que nos conduce a las ilusiones y los engaños.
Deseamos la libertad porque es inherente a la profundidad de nuestro ser. El pensamiento nos permite percibirnos como seres independientes. Tomamos decisiones bajo nuestra propia responsabilidad y podemos así orientar nuestra vida más o menos por nosotros mismos. Intentamos ampliar los límites de nuestra consciencia y nuestra realidad hacia dentro y hacia fuera.
Al hacerlo, nos encontramos con multitud de obstáculos. Nos distanciamos de ellos, luchamos contra ellos, queremos superarlos. Nuestros sentimientos se disparan y finalmente ardemos por nuestro ideal, nuestra idea. Imperceptiblemente, nos vamos perdiendo en un mundo emocional ardiente creado por nosotros mismos.
Hemos creado una niebla de sentimientos ilusorios, a veces teñida de felicidad y alegría, a veces de frustración y tristeza. En ella pueden desarrollarse ideas exageradas y obsesivas de moralidad, adhesión a los principios, disciplina y autocontrol, que finalmente no podemos cumplir. El ideal por el que, al principio, se luchaba de forma esporádica, se persigue cada vez con más fanatismo y determinación. Los reveses se interpretan como fracasos personales, seguidos de sentimientos de culpa y se venera a personas como ídolos sobre los que se proyecta el éxito.
Pero, al querer manifestar nuestras ideas e ideales en el mundo físico, en cierto sentido también los estamos «probando». Esta prueba de la realidad nos da una respuesta inmediata sobre si son «correctas» o «incorrectas». El aprendizaje progresivo puede lograrse cuando experimentamos las consecuencias de nuestras auto-creaciones y aprendemos de los errores. En este sentido, esta situación también es una gracia porque permite la curación. La tea se convierte entonces en fuego de purificación. Si evitáramos esta «prueba de realidad», nuestras super-idealizaciones podrían permanecer de forma permanente, con la consiguiente pérdida de realidad.
Pensar es un foco importante de consciencia para nosotros hoy en día. Al hacerlo, corremos el peligro de vivir en mundos de pensamiento en los que ya ni siquiera somos conscientes del origen de sus contenidos. Nos movemos en un torbellino de información que gira cada vez más rápido.
¿Qué podemos hacer? Podemos hacer una pausa. Podemos percibir los impulsos que emanan de nuestro interior en silencio y apertura, sin interpretarlos. Traen consigo luz, la luz del alma. Esta luz permite una nueva percepción interior. Y muy lentamente se desarrolla una nueva forma de pensar en la que se reflejan los impulsos.
Se despliega entonces un pensamiento intuitivo, sostenido por la luz del alma. Surge la claridad mental, libre de emociones obstructivas, surge un pensamiento intuitivo y tranquilo que se convierte en una herramienta de reflexión de la verdad y la luz. Nos muestra cómo es nuestra realidad anterior y hasta qué punto estamos manipulados por ella. Cada vez recibimos más impresiones de la totalidad abarcante y empezamos a comprender.
A veces, la intuición se manifiesta como un relámpago. Una comprensión inesperada inunda entonces la conciencia.
El camino que va de la ilusión a la verdad consiste en la disolución constante de la forma anterior. Esto incluye todas las ideas, interpretaciones, proyecciones, patrones emocionales, ideales, normas y juicios que hemos creado y asumido a lo largo del tiempo. Lo crucial es que estemos dispuestos a entregarlos a la disolución y permitir que surja en nosotros el «espacio vacío», donde todo se muestra en su forma verdadera a la luz del alma.