El catarismo fue un movimiento que tuvo lugar entre los siglos XII y XIII, en Languedoc, actual sur de Francia, llegando incluso a partes de España e Italia. Los cátaros realizaron, en plena Edad Media, una transformación interior de verdadera trascendencia espiritual. Casi desconocidos hasta el día de hoy, emprendieron una revolución silenciosa, iluminada y profunda dondequiera que estuvieran.
Los cátaros se autodenominaron cristianos, y llegaron a ser llamados perfectos, buenos hombres y mujeres, o incluso buenos cristianos. Entre ellos, hombres y mujeres desempeñaban funciones sacerdotales en igualdad de condiciones, y enseñaban y participaban en debates teológicos en la comunidad. Fueron las mujeres, especialmente, quienes dieron forma al catarismo. La más importante de ellas, Esclarmonda de Foix, es una de las personalidades a la que se le ha dedicado un libro de la serie «Mujeres Iniciadas de la Era Cristiana». Ella creó las casas cátaras, que eran las casas de apoyo para los peregrinos cátaros y, en ellas, las mujeres cátaras tejían y producían velas, pero sobre todo se centraban en la espiritualidad.
El trabajo espiritual interior realizado por los cátaros fue llamado endura, un proceso de demolición de un estado de ser egocéntrico y la autoconstrucción de una nueva consciencia. Su propósito estaba en línea con el cristianismo original o gnóstico – sin dogma, su objetivo era prepararse para la transformación que se debía realizar por medio de la purificación, con la ayuda de una fuerza impulsora.
Esta fuerza impulsora, o Divinidad, habita el cosmos y el propio ser humano. Por lo tanto, una conexión directa con lo Divino no requería intermediarios, como sacerdotes u otras autoridades.
Para que la manifestación de Dios y la unión de lo Divino con el hombre tuviera lugar, era necesario vivir un proceso de purificación de la corruptibilidad en su propio ser. La iniciación cátara comenzaba dentro de las cuevas (hay miles de ellas en el sur de Francia y en los Pirineos – algunas de gran tamaño), donde los iniciados vivían en clausura durante tres años, haciendo un trabajo interior profundo, y guiados por otros adeptos más antiguos. Coronando este período, el consolamentum, el ritual cátaro más importante, celebraba el logro de la perfección dándoles el sello de «El hombre renacido por el Espíritu Universal».
Después del consolamentum, los cátaros vivían en el seno de la sociedad, en los feudos o peregrinando, llevando una vida sencilla, trabajando y, sobre todo, ofreciendo humildemente sus dones espirituales a quienes los buscaban.
Alrededor de ellos se reunieron muchos seguidores: hombres y mujeres de todas las clases sociales y organizaciones – nobles, campesinos, comerciantes, artesanos, judíos e incluso sacerdotes católicos que creían en su religiosidad práctica y racional, que se manifestaba verdaderamente en su estado puro de ser, y apoyaron su trabajo, pidiéndoles ayuda y consejo.
Los cátaros tenían tantos seguidores que establecieron una gran comunidad en la región – por eso, más tarde, los católicos se sintieron motivados a emprender las cruzadas albigenses, para exterminarlos a ellos y a sus adeptos, así como sus creencias y cultura.
Podemos decir que las aspiraciones ilustradas de «libertad, igualdad y fraternidad» se manifestaron en esta región a finales de la Edad Media, mucho antes de la Revolución Francesa. El ideal de la Fraternidad se remonta al cristianismo puro, como recuerda el Evangelio: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Estos ideales fueron incorporados por estos buenos hombres y mujeres en una práctica de vida equilibrada, sin excesos, en un estado de calma de la mente y de gran limpieza física y moral. Fueron reconocidos por su justicia, amabilidad, pureza y no violencia.
Este estado de paz es evidente en la forma en que estas personas fueron extinguidas. Sin resistencia y sin siquiera considerar la lucha, fueron diezmados por las cruzadas albigenses. En el último levantamiento contra ellos hay informes de que caminaron serenamente hacia la hoguera en el castillo de Montségur, donde 205 personas fueron quemadas vivas.
La apertura gradual de documentos, mantenidos confidencialmente por sus inquisidores hasta el siglo XX, arroja nueva luz sobre su historia. Y su resurgimiento muestra que lo que experimentaron los cátaros fue registrado en el Alma del mundo. Estas buenas mujeres y hombres invitan al ser humano moderno a emprender la misma revolución dentro de sí mismos.