Quienes se hayan tomado la molestia de estudiar y, sobre todo, de “habitar”, la arquitectura de ciertos periodos de la antigüedad (pirámides, dólmenes, iglesias románicas, catedrales…), seguramente no les habrá pasado por alto, que en el interior de tales recintos “sagrados”, se “respira” un estado de bienestar, difícil de explicar, pero muy constatable. Se trata, por lo general, de lugares a los que se les atribuye un carácter mágico o sagrado, lugares en los que, muy frecuentemente, desde tiempos inmemoriales, se han llevado a cabo actividades relacionadas con la trascendencia y la curación.
El estado de “bienestar” aludido, está en relación con el lugar donde han sido levantados tales edificios, con los materiales empleados en su construcción y, muy particularmente, con el equilibrio de volúmenes que los configuran. En términos generales, podríamos decir que tales construcciones “respiran” en su integración con la naturaleza. Podríamos decir también, que tienen la capacidad de dilatarse y contraerse, siguiendo los latidos del cosmos y de las energías de la naturaleza. Cuando las construcciones arquitectónicas no “respiran” acorde con el fluir de la naturaleza, se produce un bloqueo energético, de manera que quienes viven en su interior pueden enfermar.
Las nuevas tecnologías nos permiten, sin duda, diseñar espacios más inteligentes, pero, por lo general, desconectados de la Naturaleza y sus leyes. El resultado son edificios “enfermos”, en los que quienes los habitan se ven sometidos a fatigas crónicas y desnutrición energética. No es extraño, por ello, que cada vez sean más los médicos que nos recuerdan que el contacto con la tierra es una de las primeras y más necesarias fuentes de salud. Aislarse equivale a acumular cargas electropositivas, que fatigan el cuerpo y generan desequilibrios.
Cada vez somos más conscientes de que las construcciones convencionales conllevan un alto coste medioambiental, una sobreexplotación de los recursos naturales, y un desafío (aún sin solucionar) ante el imparable aumento de los residuos que generan. Como respuesta a esta problemática, en los últimos años han surgido numerosas alternativas a la construcción convencional.
Con todo, uno de los aspectos menos estudiados, hasta el momento, es la propia estructura de los edificios, su geometría. Poco se ha avanzado en lo que respecta a la acción de la geometría sobre los seres humanos, seguramente porque su estudio requiere de una buena dosis de flexibilidad mental y una inevitable capacidad de asociación de ideas.
Resulta constatable que las formas (líneas, aristas, ángulos, curvas, polígonos, poliedros…) generan campos vibratorios relacionados con su configuración, proporción y color, que provocan acciones distintas sobre nuestro sistema celular.
Para comprender tales influencias, es preciso ser consciente de que “la realidad” visible y mensurable que percibimos habitualmente a través de los sentidos, no es sino una pequeña parte de una Realidad mayor, invisible e inconmensurable. En el campo de la espiritualidad y, últimamente, en el de la ciencia, se habla al respecto de un universo multidimensional, del que solo percibimos, habitualmente, tres dimensiones. También es frecuente que se haga alusión a que el ser humano, además del cuerpo físico, está compuesto por otros seis cuerpos o envolturas energéticas (cuerpo vital, astral, mental inferior, manásico o mental superior, budhico, átmico). El aliento vital (éter, “prana” “pneuma” …) a través del que se manifiesta la vida, recorre tanto nuestras envolturas energéticas, como las del propio planeta, conectando entre sí todos los espacios intercelulares individuales, así como el microcosmos (el ser humano) con el Cosmos y el Macrocosmos. Como resultado, vivimos inmersos en un “Campo de información” al que científicos como Rupert Sheldrake, han denominado “campos mórficos” (del griego “morphe”, forma). Los campos mórficos, serían campos de forma, patrones que organizan las estructuras moleculares de los seres vivos (las células heredarían del mismo su biología molecular, así como la “memoria”).
En realidad, las novedosas teorías de Rupert Sheldrake, ya eran conocidas desde muy antiguo, si bien, a tales campos estructurales o mórficos, se les denominó, simplificando, “Plano Causal” o “Karanaloka” (equivalente al Plano Manásico o mental superior, o al “mundo de las ideas”, al que se refería Platón).
Cada vez se hace más evidente que las formas parecen comportarse según principios holográficos (las partes contienen la información del Todo). Si ello fuera así, tanto el campo mórfico que rodea al planeta, como el que configura cada uno de los seres y formas en los que la vida se estructura, estarían dotados de “inteligencia” y “energía” formadora y creadora. Se trataría, por tanto, de campos de vida autoconscientes, con una gran capacidad de adaptación al entorno, pero sometidos a cambios y, por tanto, influenciables.
Simplificando, podríamos decir que tales campos mórficos o energéticos, son la vida misma que, desde los planos más elevados de nuestro planeta, se transmutan en forma.
Si aceptamos tal presupuesto, podremos también aceptar que, de las formas, a través de su geometría, fluyen (bien con interferencias o sin ellas) energías que pueden ser utilizadas entre otros ámbitos, en el de la arquitectura.
Por desgracia, la gran mayoría de los edificios actuales se levantan teniendo únicamente en cuenta aspectos económicos y comerciales. Por supuesto, no estamos en contra de los mismos, pero cada vez se hace más necesario observar a la naturaleza y, al igual que la misma, construir en armonía con sus leyes.
El problema es que se han perdido los conocimientos bajo los que los constructores del pasado levantaban sus edificios. Los logros técnicos de la arquitectura actual son grandiosos, pero la inmensa mayoría de los arquitectos han olvidado la forma de construir de una manera acorde con las necesidades físicas y espirituales del ser humano. A modo de ejemplo, señalamos que, mayoritariamente, se construyen edificios habitables, basados en estructuras cúbicas y armazones ferrosos, sin tener presente que las estructuras ferromagnéticas utilizadas en la edificación (vigas, pilares, mallazos) generan interferencias en el campo geomagnético. El hierro y sus aleaciones (hierro dulce o forjado, acero…) atraen vibraciones y las fijan. Es decir, no dejan que las vibraciones atraídas “circulen”, no dejan que pasen a su través, sino que las “aferran”, lo que, a la larga, hace que tales vibraciones se conviertan en parasitarias y perturben el campo energético a su alrededor. El resultado es un campo energéticamente pobre (la energía se encuentra bloqueada), que debilita el sistema glandular y nervioso del ser humano, potenciando el estrés y la enfermedad. Recordemos que toda forma (ya sea bidimensional o tridimensional), debido tanto a su estructura, como a su propia configuración, emite una determinada vibración o energía que, lógicamente, influye en su entorno inmediato. Tal constatación debería hacernos pensar en su correcta aplicación en la construcción de edificios, en función de las actividades para las que deban ser diseñados. Así, los centros dedicados al estudio (institutos, facultades…) deberían ser levantados con formas y volúmenes que predispongan al desarrollo mental, mientras, que, por ejemplo, en la construcción de un hospital, habría que tener muy presente (además del lugar) estructuras y volúmenes que permitan intensificar las energías benéficas y curativas de la naturaleza y del cosmos.
Somos conscientes que todos estos aspectos requieren de un largo proceso de estudio y experimentación, pero creemos que se ha vuelto totalmente necesaria su investigación.