El ámbito del calendario maya abarca disciplinas tan diversas como la cosmología, la filosofía, la sabiduría perenne, la espiritualidad, las mitologías sujetas a las edades que da una gran cosmovisión galáctica sin parangón en las tradiciones de la humanidad. En esencia, la tradición maya defiende, elucida y explica las enseñanzas de la sabiduría universal que residen en el corazón de todas las grandes tradiciones de la humanidad.
Simplemente la experiencia de ir recogiendo datos a través del tiempo de los descubrimientos arqueológicos, antropológicos, culturales, astrofísicos es como un camino iniciático cada vez más profundo que va uniéndonos sorprendentemente a la cosmovisión de un Creador, de Su Creación y de Sus Criaturas. Uno no puede dejar de ser nunca un estudiante de la cosmología maya.
Se alegra la razón y sonríe el corazón cuando descubre que las enseñanzas mayas no son las creencias arbitrarias de otro pueblo natural más, sino enseñanzas que conectan con las grandes verdades que todas las tradiciones espirituales sólidas y con un ejemplo humilde y poderoso de los logros científicos que consiguieron en el breve tiempo que estuvieron entre nosotros. (Período clásico: 250 d. C hasta 900 d.C).
La antigua civilización olmeca, que precedió a los mayas, creía que el centro del universo era la estrella Polar, alrededor de la cual parecen rodear todas las demás estrellas pero los mayas reconocieron un nuevo centro cósmico, en la doctrina de las Eras Mundiales preservada en el mito maya de la creación.
La Vía Láctea cruza sobre la eclíptica (la ruta zodiacal seguida por el Sol, la Luna y los planetas) en dos lugares: uno en Sagitario y otros en Géminis. Según el simbolismo maya, estos lugares de cruce ubican el centro de nuestra galaxia Vía Láctea, el centro galáctico.
Está claro que la identificación del centro de nuestro universo fue una aportación esencial de los mayas. El cruce de sagitario apunta al centro de la galaxia y la antigua cruz egipcia, el Ankh, describía la Llave de la Vida para los Iniciados en los Misterios de las Pirámides, y algo más tarde de la edad media, con la aportación del Árbol de la Vida de los Sephirots, en la gnosis judía, por medio de la Kaballah se llegó a la comprensión de que este Centro Galáctico desvela a Da’at, Isis, Madre del Universo Galáctico.
Siete Macaw, Quetzalcóatl, Uno Hunahpo y la astrofísica actual
Los mayas consideraron tres grandes principios, iguales en importancia y asociados con tres deidades: Siete Macaw (Osa mayor, el centro polar), Quetzalcóatl (las Pléyades, el cenit) y Uno Hunahpu (el Sol en el solsticio de diciembre, el centro galáctico).
El centro galáctico emerge como centro cósmico mayor, el centro que contiene las consideraciones más elevadas posibles y la perspectiva más global. Del mismo modo que el modelo heliocéntrico introducido por Copérnico en el siglo XVI supone una forma superior de representar el cosmos en comparación con el modelo geocéntrico anterior, los mayas alcanzaron una comprensión cosmológica que superaba otras perspectivas previas y menos completas.
¿Cómo se relaciona la deidad del solsticio solar de diciembre (Uno Hunahpu) con el centro galáctico? El alineamiento del año 2012 de nuestra era mostró el fenómeno conocido como la precesión de los equinoccios. Al tiempo que gira, la Tierra se “balancea” lentamente sobre su eje, cambiando nuestra orientación hacia los grandes campos estelares, incluyendo la Vía Láctea. El fenómeno también afecta a los solsticios, de modo que la posición del Sol en el solsticio de diciembre ha ido cambiando lentamente, pareciendo converger con el centro de la Vía Láctea a lo largo de muchos miles de años. De hecho, el Sol en el solsticio de diciembre se alinea con la cruz maya y el centro galáctico solamente una vez cada 26.000 años, la duración de todo el ciclo de precesión.
John Major Jeckins descubrió en 1994 que el sagrado Juego de la Pelota y el mito de la creación maya presentan el alineamiento galáctico. Y así descubrió que su primer calendario se originó en Izapa, enclave arqueológico de una rica fuente de esculturas, profecías y enseñanzas espirituales.
Jeckins nos propone pensar en el alineamiento como un eclipse, puesto que comparte con los eclipses el significado alquímico básico de la “trascendencia de los opuestos”.
En la metafísica maya, esta unión tiene un significado más profundo, un significado que va más allá de la unión de lo masculino y lo femenino, y otros pares opuestos. Involucra la relación no-dual entre el infinito y la finitud, entre la eternidad y el tiempo; la unión de lo superior con lo inferior.
La alineación representa la filiación, se está en unión entre el centro creador y la partícula creada. La partícula con su centro estelar comparte filiación con su origen. Ellos lo transmitían como que la naturaleza superior e inferior vuelven a reunirse en los eclipses, en el mito de Quetzalcóatl del Sol uniéndose con Venus.
Nuestra naturaleza superior no destruye nuestra naturaleza inferior, sino que la abarca, contiene y vivifica hasta devolverle la comprensión completa de su filiación, de su proyecto y de su meta.
No evolucionamos hasta estos estados, puesto que ellos residen en la raíz, en la esencia de nuestro ser; más bien, los desvelamos (recuérdese Isis sin velo), abandonando las limitaciones que impedían reconocer la realidad de su presencia inmanente.
Estos principios de la ciencia sagrada maya no se diferencian en nada a las enseñanzas herméticas de Egipto, los taoístas de la China, las gnósticas del cristianismo, las descritas en el Árbol de la Vida de los Sephiroth y las propuestas por los Rosacruces en las Bodas Alquímicas de Christian Rosacruz, o de la Teosofía.
Son ciencias espirituales que no cesan de hablar de la unión del centro del corazón con el centro del universo.