Desde que tengo uso de razón, recuerdo haber pasado mucho tiempo frente al televisor y, absorta, verlo todo. Emitían tantas historias que, antes de reflexionar siquiera sobre el tiempo que pasaba allí, me atrapaba la emoción y quedaba pegada a la pantalla aún más tiempo.
El control remoto fue un gran logro que nos permitió ver cómodamente una amplia variedad de programas en diferentes canales, en los que siempre encontré algo que no podía perderme, algo nuevo estaba ahí: las cosas más increíbles que una chica podría saber.
Actualmente, los dedos actúan sobre la pantalla del móvil y, repitiendo a menudo los mismos movimientos, la deslizan hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados. Y en la pantalla, imágenes, colores y sonidos estimulan mi cerebro, que seguía anestesiado por tantas cosas increíbles que se podían ver en cada instante que pasaba.
Una vez leí un artículo que decía: “Netflix compite, entre otros, con el tiempo de sueño de la gente”. Cuando leí esto, mi conciencia susurró, llamando mi atención, pero la ignoré. Se acercaba el final de la serie…
Pero de repente, estar allí ya no era lo mismo. De mi interior emergió un inmenso vacío y algo así como una voz silenciosa, que hacía tiempo estaba siendo ignorada, gritó suplicando ser escuchada. Estaba exhausta y, por primera vez, sentí la apremiante necesidad de manifestar este sentimiento. Estaba cansada de ser espectadora de otras historias y eso se convirtió, de repente, en lo más importante por hacer. Solo lamenté haberme escuchado tan tarde. Pero descarto este pensamiento. Este impulso se conjuga en el presente y solo eso importa ahora.
«Estar» con amigos en el mundo virtual es bueno, es mejor que nada, al menos es lo que creo. Que esto no es lo que me hace sufrir, que no es malo, tuve que aclarármelo a mí misma. El problema es que aquí existe una vida que urge vivirla de verdad.
Al percibir que tenía una adicción que adormecía mis sentidos, recurrí a las cosas palpables a simple vista y moví mi cuerpo, sintiendo brazos, piernas, cuello y tobillos, antes descuidados por la inercia.
Y, desde dentro de ese cuerpo, los movimientos hicieron brotar un nuevo ánimo. El vacío que sentía, antes perturbador, se calmó y me sentí en paz. Como un acto liberador, tomé mis zapatos, que siempre recorrían los mismos caminos, y me fui a un parque al que quería ir. A pesar del antiguo deseo de conocerlo, nunca lo había visitado.
En cuanto salí de casa, el sol me tocó la cara y me calentó. La ida a pie me reservó sonidos de pájaros y un tono azul en el cielo al que ningún filtro digital podría parecerse. Era aún más sencillo, pero, sin lugar a dudas, más amplio, tal como mi actual percepción. También me parece más amplio el volumen de aire que mis pulmones respiran. Siento como si el aire que entra en mis pulmones me llenara de una alegría sin explicación, pues sé que, de ahora en adelante, he de ser la protagonista de mi propia historia.