En la vida de cada uno de nosotros, llega el momento en que nos damos cuenta de la esterilidad de nuestra existencia terrenal. Durante innumerables encarnaciones en este planeta, tenemos un gran número de experiencias que demuestran claramente que es imposible lograr la realización según las leyes de este mundo. Nos damos cuenta de que, a pesar de obtener todos los bienes materiales posibles, un compañero de vida soñado o la autorrealización profesional, todavía nos sentimos vacíos y anhelamos otro mundo. Podemos sentirnos extranjeros en la Tierra, como si estuviésemos atrapados aquí. El símbolo de nuestra esclavitud y nuestra condición impía son las estrellas atenuadas en la corona, a las que alude el poema de Konopnicka. Sentimos «gran nostalgia» por un hogar espiritual, por una patria divina perdida.
En las enseñanzas gnósticas este anhelo se llama pre-recuerdo. En nuestra consciencia hay un sentimiento inexplicable de que hay un mundo perfecto, lleno de amor, al que podemos regresar. Este pre-recuerdo está representado en la leyenda por el viejo montañés. Él simboliza la voz de nuestro verdadero ser, que nos habla a través de la llamada chispa espiritual, presente en nuestro corazón. Esta chispa es una partícula divina oculta en nosotros, la semilla de la que puede renacer nuestra divinidad. Su voz nos recuerda el tesoro espiritual que nos espera.
Esta voz habla al pequeño «Juan» en nosotros, a una parte de nuestra psique animada por nuestra chispa espiritual y su anhelo por Dios. La coincidencia del nombre del héroe principal de la leyenda y el bíblico Juan el Bautista, que endereza los caminos para la llegada del Salvador, es bastante relevante. El Juan en nosotros prepara nuestro sistema para el nacimiento del alma nueva, representado en la Biblia por Jesús. Necesitamos entender que todos los personajes y acontecimientos descritos en la Biblia y otros libros sagrados de diversas tradiciones religiosas, así como los mitos de todo el mundo, se relacionan con aspectos de nuestro mundo interior y nuestras luchas internas en el camino hacia la libertad espiritual.
Cuando surge esta llamada a la libertad, el Juan oculto en nosotros se pone en marcha para buscar el tesoro divino. Para los alquimistas Mercurio representaba el elemento esencial de esta fase de nuestro camino espiritual. En esta etapa comenzamos a buscar la Verdad espiritual. Asistimos a diferentes conferencias, talleres, reuniones, leemos libros esotéricos, meditamos, cambiamos la dieta, trabajamos en nuestro propio carácter. En otras palabras, tratamos de vibrar en armonía con el mundo del Espíritu de todas las formas posibles. Y si perseveramos, llega un momento en que, según las palabras de Jesús -«busca y encontrarás»-, hay un punto de inflexión en nuestro camino y estamos conectados con las fuerzas de la Gnosis. Uno de los símbolos donde se produce dicha conexión, un lugar puente entre nuestro mundo terrestre «bajo la luna» y la dimensión del Espíritu, para los antiguos era la gruta. Fue una gruta de roca donde nació Jesús, y otra en la que resucitó de entre los muertos.
Las rocas y las piedras siempre han sido asociadas a la Tierra, la materia dura y la cristalización, gobernada por Saturno. Bajo la influencia de Saturno tiene lugar la primera fase alquímica del proceso de transformación del hombre «plomizo» terrenal en un ser divino vestido con una túnica de luz dorada. Esta fase se llama nigredo – ennegrecimiento.
La gruta simboliza una brecha simbólica en nuestra actitud materialista. Un lugar dentro de nosotros al que la energía cósmica puede tocar. El Juan de la leyenda empuja la piedra y baja a la gruta oscura. Allí se enfrenta a su propio miedo y conoce la oscuridad dentro de sí. Experimenta la primera de las dos «noches oscuras del alma», la noche descrita por San Juan de la Cruz como “el camino estrecho” de la purificación interior. Inicialmente se purifica de sus aspiraciones más mundanas, apegos materialistas y deseos corporales. Se enfrenta a su sombra y la ilumina lentamente con el poder de su consciencia. A medida que se acostumbra a los aspectos de sí mismo de los que antes era inconsciente, recibe cada vez más fuego espiritual. En la leyenda lo vemos simbolizado en la imagen de la hoguera y la conversación con el caballero.
Juan entra en una gran gruta y a la luz del fuego percibe «hermosos caballos y el caballero durmiente con una armadura brillante entre ellos». En esta fase reconoce las fuerzas liberadoras divinas ocultas dentro de sí mismo. El caballero despierto le muestra la gruta vecina en la que otros caballeros durmientes descansan sobre sus espadas. Cuando llegue el momento, se despertarán del sueño, subirán a sus corceles y liberarán las montañas y la tierra.
Detengámonos por un momento ante la imagen de un caballero a caballo. Un hombre montado en un caballo, con el que se comunica a través de los movimientos sutiles de su cuerpo, recuerda un centauro. En esta forma mítica, mitad caballo, mitad hombre, apuntando con un arco a las estrellas, los alquimistas vieron la combinación perfecta de cuerpo, alma y espíritu. El centauro con la cabeza, el pecho y los brazos de un hombre, así como el tronco y las patas de un caballo sugiere una imagen de la trinidad divina constreñida en un cuerpo animal de cuatro patas (el cuatro es el número de la tierra). Es también la imagen del Espíritu que gradualmente toma control sobre los instintos animales en el hombre. Esta imagen no es accidental, porque se refiere a las influencias de Júpiter que aparecen al final del proceso de la nigredo.
Júpiter, en contraste con Saturno, oscuro, frío, melancólico y terrenal, trae optimismo, calor e idealismo, pero también una tendencia a la exageración y la falta de moderación. Como en el centauro, vemos aquí una combinación de lo divino y lo animal. También podemos ver la misma imagen en la figura bíblica de Juan el Bautista, descrita como «la voz que clama en el desierto». Como leemos en el Evangelio de Marcos (Mc. 1, 6):
Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre.
El pelo de camello, en el que Juan está vestido, se asocia al cuerpo terrenal del cual los instintos animales no han sido completamente erradicados. En este cuerpo, sin embargo, ya existe una fuerza de transmutación, cuyo símbolo es un camello. Este animal del desierto tiene la capacidad de convertir las reservas de grasa almacenada en energía y agua. El cinturón de cuero en las caderas de Juan ilustra su voluntad de distanciarse de los aspectos más bajos de su naturaleza. Las langostas que come es energía que absorbe lo que es denso y bajo, y la miel es el oro del Espíritu, con el que lentamente comienza a vestirse. La tercera estrofa del poema de María Konopnicka se refiere a esta etapa del camino, cuando habla de «vientos galopando por el sendero de la estepa» y «herraduras de oro de los corceles».
Las energías de Júpiter alimentan a Juan con la fuerza de los ideales, la esperanza y la luz. El caballero de brillante armadura, que personifica las virtudes del alma, le ofrece al muchacho un tronco en llamas que debe iluminar las etapas posteriores de su camino. Juan sale de la gruta transformado, purificado y enriquecido con la luz del Espíritu que circula en su sangre. Su salida de la gruta a la luz del día, anuncia el comienzo del albedo, la siguiente etapa del proceso alquímico. Esta salida de la cueva se puede comparar con el nacimiento del alma nueva en el hombre, cuyo símbolo es Jesús. Esta alma nace de la chispa de la que hemos hablado anteriormente.
Juan regresa con su propia gente y comienza a compartir su Luz con los demás. Él camina por el camino de disminuirse a sí mismo para que el Otro en él, el alma nueva, Jesús, pueda crecer en fuerza. La leyenda termina con la fase del albedo.
Sin embargo, Juan recibe la promesa de que, cuando llegue el momento, todos los caballeros durmientes (las fuerzas de Cristo) despertarán en su sistema y liberarán a su alma del mundo de la materia; así podrá regresar a su hogar espiritual.
Hay dos etapas del camino ante él:
– citrinitas, bajo el patrocinio de Venus y La Luna, que es sinónimo de purificación, maduración del alma nueva y de tejido de su vestido de luz,
– la etapa de transición, entre citrinitas y rubedo, bajo el patrocinio de Marte, cuando se produce la crucifixión, símbolo de la muerte total del antiguo «yo». La culminación del proceso es la etapa de rubedo, cuando el oro del Espíritu circula en la sangre humana. Es cuando el alma de Juan, cual novia divina, realiza sus esponsales con el Espíritu, tal como aparece en el Apocalipsis de San Juan:
“Una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.” (Apocalipsis 12, 1).
Tanto el Juan de la leyenda, como cada uno de nosotros, reciben esa promesa:
Y cuando pasen cien días, cien noches pasarán, con corazones llenos de poder se levantarán caballeros, los caballeros se levantarán, los caballos montarán, y encenderán estrellas en la corona dorada.
«Es la libertad» de la que habló el viejo montañés.