Tao, la divinidad y la luz de la vida, el Cristo cósmico, solo conoce una ley: dar a todas las criaturas, a todas las olas de vida, la oportunidad de pasar por su desarrollo predestinado.
Hasta que se encuentren en los campos del Infinito, conscientemente y sin dudas.
Nuestro destino es reconocer correctamente los opuestos,
primero como opuestos, pero luego como polos de una unidad. (Hermann Hesse).
1. ¿Leyes?
La vida funciona más o menos automáticamente sin que sepamos cuáles son sus leyes. Las leyes son: el corazón late, los pulmones aspiran aire y lo devuelven con un ritmo inteligente, nuestros cuerpos funcionan más o menos, y si no lo hacen o se ven limitados, se regeneran por sí mismos o nosotros les ayudamos a hacerlo. Cuanto más inconscientes somos, menos tenemos que preocuparnos o podemos preocuparnos; la naturaleza funciona, de alguna manera; accidentada y chirriante, pero funciona, solo de alguna manera.
Únicamente cuando observamos la naturaleza, las estrellas, las estaciones, las fases de la luna y empezamos a establecer conexiones con nuestra mente perceptiva, entonces reconocemos –a menudo como una feliz intuición– las leyes que formulan quienes están llamados a hacerlo. Las leyes físicas, químicas y otras leyes de la naturaleza que se han establecido a lo largo del tiempo, podemos reconocerlas como un espejo de las leyes universales o de la gran ley en el nivel de la materia.
2. La gran ley
Finalmente Tao es la gran ley, la divinidad y la luz de la vida, el Cristo cósmico, y conoce solo una ley: dar a todas las criaturas, a todas las olas de vida, la oportunidad de pasar por su desarrollo asignado hasta que se encuentren en los campos del Infinito, conscientemente y sin dudas; hasta que despierten en la gran Unidad; en los campos, en los espacios infinitos de la luz que tiene su origen en sí misma.
La fuerza a través de la cual todo esto se hace posible es el Amor. La primera intención que reside en el Amor se llama Vida, devenir constante, desarrollo. Y esto podría verse como la primera ley, el axioma fundamental del universo. De ahí se derivan otros axiomas o leyes universales, reglas universales del cosmos, para que se cumpla la voluntad del Logos por la manifestación. Este es el orden que se deposita como una semilla en nuestros corazones: el plan para morir y llegar a ser.
3. Los ayudantes divinos
Los siete rayos [1]. La enseñanza de los siete rayos es tan antigua como la humanidad. Acompañan nuestro paso por la materia de experiencia en experiencia, de sufrimiento en sufrimiento, nuestro camino de risas y llantos, de veranos e inviernos. Estos siete rayos, en su eterno juego de cambios, son la ayuda divina y la garantía de que se realice el plan del Logos. Son la ley y los profetas de los que habla Jesús; experimentamos esta ley como una coacción, como el destino, como Némesis –la diosa griega con los ojos vendados–, y durante mucho tiempo como una experiencia dolorosa. Lo que tiene que suceder se hace sin tener en cuenta a la persona según las leyes mundanas. Solo ocurre para que nosotros, como individuos, y también como humanidad en su conjunto, vayamos por el buen camino, es decir, que empecemos a seguir de nuevo a la divinidad permanente.
4. Las leyes del mundo como ayuda
Dar a Dios lo que es de Dios, significa hacerse uno con la Ley Única, la de la Luz. Por esto hemos recibido, además de la feliz alegría de nuestro corazón, también la comprensión de las leyes superiores de la que podemos servirnos, a fin de evitar, al menos, las peores dificultades en nuestro camino espiritual.
Y luego está el César, a quien debemos dar (¡sí, debemos!, con signo de exclamación, nos guste o no) lo que es del César (Mateo, 22-21). Con esto podríamos entender también las leyes hechas por los humanos, las que ayudan a organizar nuestra vida en común. Se basan más o menos en todas partes (con grandes diferencias locales y culturales) en una escala básica de valores, que también encontramos en los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento. Estas normas terrenales y sociales forman parte del cumplimiento, a veces tan arduo, de las tareas que la vida debe ponernos por delante, una y otra vez, a través de las cuales podemos entender algo de nosotros mismos y de nuestras vidas, algo que se ajuste a la polaridad superior.
5. La polaridad «superior”
Vivimos UNA vida con dos polos: es la polaridad superior o gran polaridad [2]. Por un lado, lo exterior, lo que está sometido al tiempo, nuestra personalidad, que encubre como un manto gris el brillo radiante del alma, lo más interior. A través del entendimiento, el razonamiento profundo, la comprensión de las interrelaciones, la experiencia de la vida como buscador espiritual y el conocimiento inspirado, podemos sentir cómo funciona esta gran ley en nosotros, lo más o menos fácil que resulta vivir con las leyes y reglas humanas habituales, si permanecemos conscientes de lo más íntimo. Entonces dejamos de calcular y nos alegramos de pagar si es necesario, si hemos conducido demasiado deprisa o hemos presentado la declaración de la renta demasiado tarde; sonreímos y agradecemos estos recordatorios para estar más atentos y conscientes de las cosas cotidianas. Sin embargo, si vivimos como víctimas, si sentimos que se nos ha tratado injustamente, entonces puede ocurrir que, a pesar de todas las buenas intenciones, la resistencia estalle con ira y resentimiento (lo cual, como siempre, es psicológicamente fácil de comprender), pero entonces nos atamos a nuestros (supuestos) adversarios con la consecuencia de que el resplandor del alma retrocede y el manto gris permanece. Y permanece gris, como lo es entonces nuestra vida.
6. Anarquía interior: el espacio libre para la transformación
Entonces, ¿qué tiene que ver la amada anarquía con todo esto? La anarquía [3] pertenece a la ley del perpetuo morir y llegar a ser, del sempiterno solve et coagula; surge en la disolución de la vieja matriz, del viejo automatismo, de los viejos hábitos de la sangre en nuestro ser. Es el requisito previo para que se haga efectiva otra ley universal, a saber, la ley de que Dios no puede abandonar la obra de sus manos: la chispa de lo íntimo debe convertirse en llama, en fuego, en luz. El resplandor del alma atrae, según la ley de la similitud, a poderosas fuerzas de ayuda que vienen hacia nosotros de forma solidaria, clarificadora, dinamizadora, como un viento de cola, por así decirlo, que nos arrastra hacia los procesos alquímicos de transformación: lo innoble se disuelve en la corriente de luz, se transforma. Puede ayudar algo así como una alegre anarquía, que tal vez sea algo así como un sutil, radiante y secreto no-saber, una reacción espontánea a lo que se necesita en cada momento.
7. La dignidad del ser humano
Una palabra más sobre las leyes del ser humano. Sabemos cómo es, sabemos lo relativa que es la aplicación de estas leyes. Alfred Polger (1873-1955), conocido escritor austríaco del siglo XX, lo resumió en pocas palabras cuando escribió:
Aparte de la luz, nada en la Tierra se infringe tan a menudo como la ley. Y con ello también las reglas fundamentales de la humanidad, con las consecuencias de una compensación kármica (según la Ley Universal de Causa y Efecto) para los implicados, para los infractores de la ley y sus víctimas.
Es un hito en el desarrollo de la humanidad que en 1948 se proclamara la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo artículo 1 afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Tal vez podamos entender esta declaración como un espejo de las leyes universales a modo de pauta general para que el terreno se vuelva apto y permanezca apto durante más tiempo para el desarrollo de las almas.
8. Las lecciones y su finalidad
Las leyes espirituales no cometen errores. Experimentamos el mundo tal como es en el presente, y a nosotros mismos en él, ya que somos las causas de estas condiciones –con la consecuencia lógica de que gran parte de la humanidad está aprendiendo lecciones decisivas y encuentra y abre las puertas a la vida real, las puertas de la luz.
Cuando miro en mi consciencia, solo veo una ley que ordena inexorablemente
encerrarme en mí mismo y terminar de una vez la tarea que me dicta el centro de mi corazón. Obedezco.(Rainer Maria Rilke)
Referencias
[1] Véase Jan van Rijckenborgh: The Egyptian Arch Gnosis and Call in the Eternal Now, volumen 2, especialmente los capítulos 5-8 (La Gnosis Egipcia original).
[2] Como polaridad inferior podemos entender la interacción de lo grande y lo pequeño, el día y la noche, la luz y la sombra, etc.
[3] An-archos (griego): sin origen, principio, poder, mandato; el filósofo Paul Feyerabend habla de «anarquía serena».