Auto-revolución y autorrealización. El ejemplo de Jiddu Krishnamurti y los rosacruces Jan van Rijckenborgh y Catharose de Petri. Parte 1

La religión, el arte y la cultura son una continua mirada introspectiva de la humanidad acerca de quién es en realidad. Esta conversación global ha tenido lugar durante varios milenios. En el proceso, los pioneros espirituales han moldeado fundamentalmente el conocimiento que la humanidad tiene de sí misma. Igualmente importante es que estas personas ejemplificaron la autorrealización en el sentido más profundo.

Auto-revolución y autorrealización. El ejemplo de Jiddu Krishnamurti y los rosacruces Jan van Rijckenborgh y Catharose de Petri. Parte 1

La línea recta que apunta hacia arriba

Todos conocemos la imagen interior que ha dominado el pensamiento y la actuación humanos desde el comienzo de los tiempos modernos (al menos en el llamado Primer Mundo). Es una línea recta que apunta ininterrumpidamente hacia arriba, un «más rápido, más alto, más lejos». Significa desarrollo en todas las áreas de la vida y, por supuesto, también en nosotros los humanos. Este desarrollo se expresa sobre todo en la lucha por el progreso científico-técnico y la comodidad, así como por «siempre más» en todas las áreas de la vida. En esta visión del mundo no hay lugar para el retroceso o la modestia. Es una visión en la que el ansia general choca con los recursos limitados y con las tendencias expansivas o separatistas de nuestros respectivos vecinos. Las condiciones de nuestro planeta nos han mostrado desde hace tiempo que hay una falla en esta actitud. Sin embargo, parece casi imposible abandonarla o encontrar otra actitud plausible hacia nosotros mismos y las acciones que podrían corregir nuestra imagen y, por lo tanto, desarrollarla aún más. Probablemente nadie quiera volver a la Edad Media. El paradigma actual del ser humano parece carecer de una alternativa aceptable.

Una imagen del hombre

Sin embargo, el «más rápido, más alto, más lejos», del que difícilmente podemos separarnos, es solo un aspecto de una visión más completa del ser humano: la que parte del conocimiento del ser humano como microcosmos, que está llamado a reconocer y realizar su dignidad eterna. Esta imagen del ser humano está conectada con las enseñanzas herméticas que contribuyeron significativamente al Renacimiento (y por lo tanto al comienzo de la Edad Moderna), como una nueva orientación en el arte, la cultura y la filosofía. La doctrina del ser humano como un Dios mortal, y el Dios (interior) como un ser humano inmortal, reemplazó la orientación del más allá de la Edad Media y desafió al ser humano a reconocerse a sí mismo en el aquí y ahora. Durante los siglos siguientes este impulso impregnó todos los ámbitos de la vida, pero al mismo tiempo se perdieron aspectos esenciales. Se olvidó la transformación total que experimenta el ser humano cuando realiza su naturaleza divina. El Corpus Hermeticum dice que el ser humano debe devolver la materia de su cuerpo a los elementos para poder resurgir. También subraya que es el alma la que, tras un proceso de maduración, decide entre el espíritu y la materia, entre la eternidad y la temporalidad, y así inicia la auto–revolución.

Cómo se completa la imagen

Con el transcurso del tiempo, el conocimiento original de un posible desarrollo infinito dentro de lo divino se convirtió en un mero acelerador mundano: «más rápido, más alto, más lejos». Sin embargo, la gran fuerza que estaba conectada con el impulso original sigue trabajando, incluso en medio de la incomprensión, en el gran supermercado del autodescubrimiento. La idea de la recreación del ser humano a partir del espíritu divino fue la chispa inicial para una autocomprensión del ser humano material como creador y moldeador del mundo y de sí mismo. Si el ser humano agrega ahora la idea de una auto-revolución total, el cuadro se completa. Las aspiraciones de grandeza y plenitud, que siempre se han proyectado en lo material hasta ahora, pueden entonces ser dirigidas a su campo original. Entonces se abre el camino de “El que vence a otros seres humanos, es fuerte, pero el que se vence a sí mismo, es todopoderoso (Tao Te King, Cap. 33). En este poder casi inagotable de autoconquista, lo “más rápido, más alto, más lejos” encuentra su dirección. Y se hace evidente: lo Más Rápido se fusiona con el eterno Ahora. Lo Más Alto se convierte en el nacimiento de lo divino en nosotros. Lo Más Lejos describe la unidad de las almas espirituales, omnipresentes, que trabajan juntas y, sin embargo, son individuos conscientes y responsables de sí mismos. Pero también las experiencias realizadas en el auto-engaño resultan ser preciosas. Se convierten en la fuerza impulsora para descubrir la medida correcta y, por lo tanto, para descubrir en primer lugar la propia identidad.

En la primera mitad del siglo XX, hubo pioneros que formularon poderosamente la idea de la auto-revolución y crearon sus propios movimientos sobre esta base. El objetivo era poner de relieve lo que faltaba en la autoimagen de las personas y realizarlo. Entre los pioneros se encuentran Jiddu Krishnamurti (1895-1986) y los rosacruces Z.W. y Jan Leene (1892-1938 y 1896-1968, hermanos), así como Hennie Stok-Huijzer (1902-1990). Jan Leene y Hennie Stok-Huijzer publicaron sus obras bajo los seudónimos Jan van Rijckenborgh y Catharose de Petri, respectivamente.

Jan van Rijckenborgh y Catharose de Petri

Los fundadores de la Rosacruz Áurea crecieron en un ambiente cristiano. Su primer acercamiento a un camino de transformación fue la idea central: «Tú eres el punto de inflexión», que formularon desde el principio. Buscaron y encontraron en el cristianismo una sabiduría universal que pudiera llevar a las personas a un verdadero renacimiento. Al hacerlo, enfatizaron una dualidad fundamental en el ser humano, que no se agota en «cuerpo mortal – alma inmortal», sino que desafía al hombre a encontrar su verdadero y eterno ser fuera del ego. No se trata de la evolución del ego, no se trata de hacer conscientes las partes sutiles de nuestro ser, sino de realizar el “otro divino”, que solo puede obrar en el ser humano cuando el “yo” temporal y transitorio se abre, se retira, se entrega. Esto requiere una auto-observación imparcial del ego, que crea el espacio interior para el conocimiento interno directo.

Quien sigue este camino disuelve todas las ilusiones del ego y reconoce todo el sufrimiento que está relacionado con él. Así se abre la puerta al verdadero ser. En el curso de esta revolución interior, todos los vínculos y conflictos en el mundo material se disuelven con el yo temporal, como un efecto secundario, por así decirlo. El ego es finalmente reemplazado por el alma espiritual, que forma una unidad con todas las demás almas espirituales. La Rosacruz Áurea se entiende a sí misma ante todo como una unión de personas que han reconocido la meta dentro de sí mismos y la realizan en la responsabilidad personal y en la creciente unidad del alma.

Jiddu Krishnamurti

Jiddu Krishnamurti, nacido en el seno de una familia de brahmanes en el sur de la India, fue descubierto por el destacado teósofo C.W. Leadbeater, y elegido como un «vehículo» adecuado para el regreso del Buda Maitreya, el próximo «maestro mundial». La Sociedad Teosófica lo educó, fundó para él la «Orden de la Estrella de Oriente» y lo envió a Inglaterra para recibir una formación universitaria, con la esperanza de que algún día demostraría ser un instrumento digno. Aparentemente, sin embargo, el «regreso» no se produjo como se esperaba. Krishnamurti se liberó de toda autoridad y disolvió la Orden en 1929. Apeló a todas las personas que fueran capaces de comprenderlo para que tomaran un camino interior bajo su propia responsabilidad, para liberarse de todos los conceptos y autoridades existentes y despertar en el presente. Todos los que recorrieran este camino inevitablemente formarían una unidad. Krishnamurti, por lo tanto, no fundó una organización. Señaló el apego del ser humano al tiempo, especialmente a su propio pasado; el sufrimiento surge porque estamos apegados a nuestro «yo» de ayer y a sus deseos y experiencias. Mientras este sea el caso, no somos capaces de dejar que nuestro ego perezca en el presente y hacer nacer una nueva conciencia (¡y un nuevo ser!) en el aquí y ahora. Según la experiencia de Krishnamurti, el ego existe solo en el tiempo y, por lo tanto, se trata de «dejar que el tiempo termine» para uno mismo. Escribió sobre sus experiencias en la meditación como un encuentro con el «otro», con la «alteridad».

 

(Continúa en la Parte 2)

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Fecha: noviembre 14, 2020
Autor: Angela Paap (Germany)
Foto: Benjamin Balazs auf Pixabay CCO

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