Ser «Cosmopolitas»

El cosmopolita no se identifica necesariamente con una nación en particular; está abierto al mundo y a una multitud de ideas.

Ser «Cosmopolitas»

La sociedad global en la que vivimos, siempre ha valorado el amor y el compromiso con la familia y la nación. Estos valores tienen sentido porque pueden permiten la creación de unidades familiares armoniosas, cuyos miembros contribuyan al bien de la sociedad y de sus respectivos países.

En el actual entorno mundial de globalización, esto también significa que, desde una perspectiva más amplia, estos valores también beneficiarían a la humanidad en su conjunto. Desde la más tierna infancia se nos enseña a respetar y valorar el amor por nuestra patria; nuestras lecciones de historia y nuestras leyendas, ya sean reales o ficticias, apoyan y sostienen en gran medida la idea del amor a la patria.

Por lo tanto, el vínculo cada vez más fuerte con nuestra patria está incrustado en nuestra sangre y nuestro karma, seamos conscientes de ello o no. Y así, cada vez más personas no solo están preparadas, sino dispuestas, en las circunstancias adecuadas, no solo a derramar sangre por su país, sino incluso a morir por él.

Sin embargo, una de las consecuencias de aferrarse a tales valores, es que la humanidad vivió dos guerras mundiales durante el siglo pasado, en las que millones de personas, incitadas por sus líderes y gobiernos a través de una propaganda militarista, sacrificaron sus vidas por estos ideales. Sin embargo, una consecuencia imprevista fue que debido a la magnitud de los horrores experimentados personalmente por tantas personas, también  se experimentó un cierto efecto aleccionador, un despertar a los resultados de ese apego ciego al amor por la propia nación.

Incluso después de estas dos grandes guerras, siguieron existiendo otros conflictos, aunque más limitados, y se pudo ver que las experiencias anteriores dejaron una gran vacilación, incluso renuencia, a permitir que los sentimientos nacionalistas dominaran. Por supuesto, esto también se debió, en parte, al desarrollo por parte de muchas potencias mundiales de armas de destrucción masiva aún más terribles, que podrían acabar con nuestra forma de vida tal como la conocemos. Hasta el momento, no hemos visto ningún uso abierto de tales armas, debido en parte a la interdependencia global que existe actualmente, así como al temor a las graves consecuencias que afectarían incluso a los agresores.

Consideremos ahora la condición de la persona «cosmopolita» de hoy en día. Tal persona no se identifica necesariamente con una nación en particular, está abierta al mundo y a una multitud de ideas, ya que ha crecido en el ambiente multicultural actual. Hoy en día, los límites y las fronteras están desapareciendo gradualmente. La cooperación entre países se centra ahora en alianzas políticas y económicas, como podemos verlas en la Comunidad Europea. Esto libera el pensamiento de las personas modernas de los límites confinantes del nacionalismo.

Pero, ¿cómo se hace posible tal «apertura» al mundo?; ¿Cómo se puede superar este fervor nacionalista y los lazos con la patria?

Ya hemos mencionado el efecto aleccionador que los horrores de la guerra pueden tener en las personas, pero ¿son tales experiencias la única posibilidad de cambiar la visión del mundo? ¡Por supuesto que no!

La tradición de pensamiento  Universal habla de una consciencia diferente, de una nueva libertad de pensamiento, sentimiento y deseo, cuya firma se extiende mucho más allá de las fronteras del nacionalismo. Un estado de ser basado en la posesión y activación del principio espiritual que se encuentra en el corazón del ser humano, que vemos expresado en la Biblia en el Salmo 82:6:

Yo dije: vosotros sois dioses; y todos vosotros hijos del Altísimo.

Estas breves palabras, por supuesto, pueden interpretarse de varias maneras. Las religiones tradicionales enseñan a sus seguidores que después de la muerte, suponiendo que hayan vivido una “buena” vida según las normas de su religión, entrarán en el Reino de Dios. Otros creen que con un grado de cultura se puede lograr un refinamiento de su personalidad, una purificación, de modo que se vuelven “aptos” para entrar al Reino de los Cielos.

Ese esfuerzo por cultivar nuestra personalidad es una experiencia de vida útil, ya que nos llevará rápidamente a los límites de lo que se puede lograr con tal cultivo; un límite que, sin embargo,  no puede ser traspasado con esta práctica. Surgirá en la consciencia la idea de que lo terrenal seguirá siendo terrenal, y que nuestra conciencia egocéntrica no puede transformarse en una conciencia divina omnipresente por medio de ejercicios o prácticas de meditación.

Este cultivo simplemente extiende el alcance de la conciencia natural hacia los reinos esotéricos de nuestro mundo, adquiriendo clarividencia, clariaudiencia, etc., pero esto no cambiará su naturaleza interna.  Dentro de esta comprensión, de esta visión creciente, se encuentra la comprensión más profunda de lo que las palabras de Génesis 1:27 refieren: ¡que otro ser está escondido dentro de nosotros!

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”.

Si verdaderamente fuimos creados a la imagen de Dios, pero somos imperfectos, ¿podemos concluir que Dios es, por lo tanto, imperfecto? ¡No! Porque el Creador del Todo es perfecto, y también lo son Sus creaciones. Pero, precisamente, porque estamos atados a este mundo transitorio, a sus leyes, como individuos nos alejamos cada vez más de lo divino, del Reino de los Cielos.

Y para reconectarnos con lo divino, para reavivar el principio espiritual que llevamos dentro, tendremos que poner en práctica las palabras de nuestro Señor Jesucristo, quien en cierto sentido simboliza a este ser espiritual despierto.

“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará’ (Mateo 10: 37-39).

Si podemos trabajar internamente en el espíritu de estas palabras, en lugar de solo la ‘letra de la ley’, es decir, si podemos colocar el crecimiento del ser espiritual dentro de nosotros como la prioridad de nuestras vidas, en lugar de nuestras necesidades y compromisos mundanos,  perderemos gradualmente nuestra vida mundana por causa de Él (el ser divino interior). Nuestros pensamientos, sentimientos y deseos naturales, que representan nuestros lazos terrenales, disminuirán, se disolverán y finalmente desaparecerán, y gradualmente tomaremos consciencia y participación de la vida eterna del Dios dentro de nosotros.

“Entonces, cuando esto corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y esto mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.” (1 Corintios 15:54)

Entonces lo natural se fusionará con lo espiritual y, en esta unión, el nuevo ser humano conocerá el verdadero Amor, la Sabiduría, la Verdad y la Libertad. Y como verdadero ‘cosmopolita’ en el sentido más profundo de la palabra, compartirá estos sublimes valores con todos los demás seres humanos que los anhelan. Porque está dicho: “toda la creación anhela la llegada de los Hijos de Dios que salvarán al mundo”.

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Fecha: diciembre 28, 2022
Autor: Toncho Dinev (Bulgaria)
Foto: Arek Socha auf Pixabay CCO

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