¿Quién no conserva en su memoria cuentos como “El traje nuevo del emperador”, “El soldadito de plomo”, “El ruiseñor”, “El sastrecillo valiente”, “La ratita presumida”, “La sirenita” o “El patito feo”?
Sin duda, muchas de estas pequeñas historias, relatadas en un lenguaje cotidiano, cargado de expresividad y sentimiento, han arropado nuestra niñez, acompañándonos a lo largo del proceso de transformación de tan delicada etapa.
Los mejores cuentos de Andersen, al igual que los mejores cuentos de la tradición popular (“Blancanieves”, “Cenicienta”, “El gato con botas”, Caperucita roja”, etc.) contienen mensajes que actúan en diferentes niveles de la personalidad infantil, ayudando al niño a resolver sus conflictos existenciales.
Es posible que quienes no estén acostumbrados a tratar con niños, o tengan formada de los mismos una imagen dulce e idealizada, se extrañen –o simplemente rechacen– de la mera idea de que los niños sufren de “conflictos internos”; sin embargo, nada es más cierto. Al igual que los adultos, los niños son asaltados, de cuando en cuando, por tensiones, frustraciones narcisistas, rivalidades, falta de autoestima, etc. que tienen su origen en los impulsos humanos más primitivos y violentos.
Por lo general, al no comprender racionalmente lo que bulle en su interior, el niño experimenta toda una serie de confusos sentimientos: miedo, ira, odio, culpa… En muchos de los cuentos tradicionales, llamados “de hadas”, se abordan estos conflictos internos. En los cuentos de hadas es donde el niño encuentra las claves que le permiten dominar sus conflictos y convivir con los mismos. Igualmente, muchos de los cuentos de Andersen abordan algunos de los dilemas existenciales más profundos del ser humano.
Tomemos como ejemplo “El patito feo”, un cuento que, por cierto, es utilizado con mucha frecuencia por los terapeutas para ayudar a niños adoptados, dado que aborda el tema del rechazo de aquellos que, ya sea por su apariencia o por otros motivos, son considerados “diferentes”.
“El patito feo”, escrito en 1845, contiene una enseñanza fundamental para el desarrollo de la personalidad humana. ¿Quién no se ha sentido en algún momento de su vida “rechazado” por cuantos le rodeaban? ¿Quién no se ha sentido “extraño”, como fuera de lugar, como viviendo en un mundo que no es el suyo, que no le corresponde? Sin duda, en su esencia más profunda, tales deben ser los sentimientos de nuestro ser anímico, pues, ciertamente, nuestras almas se sienten como exiliadas temporalmente, en el mundo material.
Sin entrar en tales profundidades, y sin demasiada dificultad, podemos comprender que el patito feo, objeto de continuas burlas debido a su torpeza y “fealdad”, y más tarde testigo de una nueva identidad como cisne, es una metáfora preciosa del proceso de crecimiento de los infantes.
A otro nivel, el cuento describe una fase de la propia vida del escritor: esta transcurre entre su origen humilde y la conquista de la fama y los honores correspondientes. Andersen, de familia muy humilde, quedó huérfano de padre a los once años, antes de cumplir los quince viaja a Copenhague con el propósito de probar suerte como cantante de ópera, bailarín o actor, en el Teatro Real de la ciudad. Debido a su figura mal proporcionada, a su aspecto excéntrico y a su humilde indumentaria, fue rechazado entre burlas. Por fortuna, consigue el apoyo del maestro Siboni, quien le ofrece una ayuda económica suficiente para poder dedicarse a escribir comedias que, ciertamente, a nadie parecían interesar.
En 1828 obtiene el título de bachiller y, tras varios fracasos, abandona la idea de ser actor, dedicándose de lleno a la tarea de escritor. El éxito le llegará en 1835 con la publicación de su primera novela (“El improvisador”) y el primer tomo de las “Aventuras contadas para niños”, que fue recibido con gran entusiasmo por el público.
El ambiente de extrema pobreza en el que transcurre su niñez, quedó reflejado en “La vendedora de fósforos” (1845), uno de los cuentos más tristes de toda la literatura infantil. La historia narra la propia vida de la madre del escritor quien, de pequeña, era obligada a pedir limosna, y volvía a casa sin una triste moneda, debido a que, embargada por la vergüenza, se pasaba el día llorando.
También en “El ruiseñor”, Andersen nos ha dejado algunas pinceladas autobiográficas: el cuento se inspira en las permanentes decepciones que sufrió en cuestiones amorosas; en concreto en el amor no correspondido por una cantante de veintitrés años, que era conocida con el apelativo de “el ruiseñor sueco”.
Sin embargo, las historias para niños escritas por Andersen trascienden lo puramente personal y dejan traslucir mensajes de tinte claramente universal. Tal es el caso de “El traje nuevo del emperador” –que refleja, en clave de humor, la hipocresía humana–, y de “El soldadito de plomo” –un verdadero canto al amor, capaz de elevarse por encima de todas las dificultades– o el de “La sirenita”, por poner un último ejemplo, que refleja, de modo magistral, la nostalgia por una existencia más elevada. La historia de “La sirenita” ha terminado por erigirse como el modelo inmejorable del amor que trasciende, a través del desinterés, la generosidad y la renuncia a los intereses egocéntricos.
Vemos así que los cuentos de Andersen no solo entretienen, sino que se nos revelan como verdadero alimento para el alma infantil.