El Uno
La creación comienza con el uno; del uno, se origina el mundo. El uno es el primer impulso de energía, el primer rayo que atraviesa, desde el suelo primordial, el vacío. El uno simboliza la voluntad del Padre y corresponde al Sonido Original, la primera palabra de la creación, de la que toda la creación emerge y se revela.
El principio surge de la lejanía eterna, como una chispa sin forma.
“No era blanco, ni negro, ni rojo, ni verde, ni siquiera de algún color. Hasta que ocupó espacio y se expandió no generó colores y, cuando lo hizo, justo dentro de la chispa se abrió una fuente de colores que fluían hacia abajo.”
Leemos en el Zohar (página 1, página 63 y siguientes), una parte de la Cábala.
Del uno salen todos los números, todos están contenidos en él, todos son abarcados por él. El Tao Te King, el libro de sabiduría chino de Lao Tsé, dice:
“De Tao se genera el uno, el uno genera el dos, el dos genera el tres, y del tres se generan las diez mil cosas.”
El uno representa la calidad de la unidad, de la individualidad, al tiempo que representa la perspicacia. Ser perspicaz es ver la unidad de todas las cosas detrás de la diversidad del mundo.
Lo que demuestra que entender el uno, el retorno al uno, es el paso más importante y el primer y último paso que una persona puede dar. Aquí es donde encuentra su objetivo final y la razón de su existencia.
La unidad se manifiesta a nuestra mente de dos maneras: mental y materialmente, tanto oculta como abiertamente. La materia, en su extensión, es tan inconmensurable como el espacio; solo se hace visible en sus diversas combinaciones y estructuras. Algo similar ocurre con la luz: si no hubiera oscuridad, la luz no sería visible. Si no hubiera luz, la oscuridad carecería de forma y sería imperceptible.
El «bien» solo puede sentirse como tal, si el «mal» también existe.
Así que el uno tiene la posibilidad del dos, hay dos polos en él. Con la polaridad, los pares de opuestos, es posible esclarecer algo.
El dos
En el Génesis, podemos leer:
“Y Dios separó la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz, día y a la oscuridad la llamó noche.”
El dos es la expresión de la aparición del mundo en la consciencia del uno, del todo-uno. La forma y la manera en que el mundo aparece son la polaridad y la diversidad. La vida se desarrolla entre opuestos (claro – oscuro, caliente – frío, duro – suave, ruidoso – silencioso, más – menos, amor – odio…), y se mantiene en su equilibrio. En la sabiduría oriental, el símbolo del Yin y el Yang lo representan. A pesar de las diferencias, ambos polos son siempre solo dos lados de una persona, y su unidad proviene de su origen.
El impulso primordial de la creación consiste en la división o polarización del uno. Separar los dos polos de la unidad genera tensión, movimiento y, por tanto, vida. Debido a su separación, los polos se esfuerzan por reunirse. El uno quiere reaparecer de nuevo. Las formas duales de manifestación del mundo creado generan fuerza y movimiento. Pensamientos, cosas y vibraciones se mueven en dos direcciones: ya sea a la deriva o en la dirección de la unificación en su origen.
De esta manera, dos fuerzas primordiales trabajan en el universo, por una parte, la de la polarización y la diferenciación y, por otra, la de la unión, que genera una nueva creación. Esto es verdad para toda la naturaleza, así como para el alma humana.
De la interacción entre la polaridad masculina y la femenina, que tan bien conocemos, podemos aprender a distinguir lo esencial y lo verdadero, de lo externo y lo temporal. De esta manera, llegamos a un entendimiento más amplio. Nos enseña a superar las dudas, las diferencias, la desesperación y las discordias, a volver a combinar los dos polos y reintroducirlos en la unidad superior.
“¡Debes entender!”, dice la bruja del puño de Goethe,
“Haz de uno diez
y réstale dos
e iguálalo a tres.
Serás rico así.” […]
– Fausto, Goethe
Queremos destacar aquí las palabras «y réstale dos».
El tres
La tensión entre el uno y el dos, así como la tensión dentro de los dos entre el hombre y la mujer, el arriba y el abajo, el bien y el mal… se disuelve por el tres. El tres es el principio de movimiento, del dinamismo, del restablecimiento del equilibrio y del vínculo. Es el número del redescubrimiento y del regreso, de la superación de los opuestos.
Por eso, los chinos lo equiparan a Tao. Tao es igual al uno, y el tres abarca ambos polos, contiene el yin y el yang dentro de sí mismo y está contenido en ambos. En la terminología cristiana, se puede decir que el Padre y la Madre (¡el Padre-Madre!) generan al Hijo, que representa y revela el estado de consciencia y la luz.
En nuestra vida cotidiana, esto significa que la tensión entre dos polos solo puede resolverse si no nos enredamos en las restricciones duales y adoptamos un punto de vista superior, un nuevo nivel de consideración.
El símbolo de este proceso cognitivo es el triángulo equilátero.
Uno de los ángulos apunta hacia un objetivo superior y trascendente. El triángulo equilátero representa la única estructura geométrica que no puede desplazarse desde su geometría. No se puede hacer rodar, simbolizando una estabilidad y una fuerza que ningún otro polígono puede alcanzar.
Con el tres se inicia un proceso de nacimiento que crea una nueva dimensión, un nuevo nivel de percepción. En muchas religiones, el creador supremo se presenta como triple: en la tradición cristiana como Padre, Hijo y Espíritu Santo; en la India, como Brahma, Visnú y Shiva.
Al despertar del estado de unidad paradisíaco, pero inconsciente, debemos pasar por el mundo de la dualidad y la ilusión para, en el tres, avanzar hacia una nueva unidad con el Espíritu, esta vez consciente.
El paso de baile de un, dos, tres… un, dos, tres, representa un patrón fundamental de desarrollo que, en gran medida y a pequeña escala, se refleja en todas las etapas de la vida, tanto en la creación en su conjunto como en la creación personal: El alma, nacida de la unidad, viaja a través de la separación, la duda y las crisis, para recuperar el conocimiento y el crecimiento y volver a la unidad. Una y otra vez, después de haber alcanzado una posición, se produce una nueva polarización y, a través de nuevos temas, se nos presenta una nueva tarea, con lo que alcanzamos un nuevo nivel de consciencia.
Este principio asegura que no se pierda nada, que la existencia de la polaridad no conduzca a la destrucción, sino a un ser superior que contiene experiencia, amor y consciencia. La condición previa para ello es que asumamos y vivamos los retos. A medida que crece la consciencia, crece el principio del alma.
Fuente:
Michael Stelzner, La Fórmula Universal de la Inmortalidad, el sentido de los números, 1996