¿Carcelero opresivo, maestro benévolo o voz del amor?

Karma

Para quienes deseamos introducir un elemento espiritual más profundo en nuestras vidas, en algún momento nos encontraremos con la idea del «karma» y, por supuesto, no se nos escapará su relativa importancia y desearemos comprender mejor este concepto. Al fin y al cabo, si nos tomamos en serio seguir un camino espiritual,  queremos comprender ese camino y todos sus matices.

Si queremos comprender mejor el concepto de karma y buscamos su definición en Google, entre muchas acepciones y sentidos, encontraremos los siguientes:

Karma (/ˈkɑːrmə/, del sánscrito: कर्म, IPA; pali: kamma) es un concepto que indica acción, obra o hecho, y su efecto o consecuencias. En las religiones indias, el término se refiere más específicamente a un principio de causa y efecto, a menudo llamado principio del karma, en el que la intención y las acciones de un individuo, (causa) influyen en el futuro de ese individuo, (efecto). La buena intención y las buenas acciones contribuyen a un buen karma y a renacimientos más felices, mientras que la mala intención y las malas acciones contribuyen a un mal karma y a renacimientos malos. Según algunas escrituras, no existe ningún vínculo entre los renacimientos y el karma.

La dificultad para llegar a una definición de karma se debe a la diversidad de opiniones entre las escuelas del hinduismo; algunas, por ejemplo, consideran que el karma y el renacimiento están vinculados y son simultáneamente esenciales; otras consideran que el karma es esencial pero no el renacimiento, y unas pocas discuten y concluyen que el karma y el renacimiento son una ficción errónea. El budismo y el jainismo tienen sus propios preceptos sobre el karma. Así pues, el karma no tiene una, sino múltiples definiciones y diferentes significados. Es un concepto cuyo significado, importancia y alcance, varía entre las diversas tradiciones que se originaron en la India y diversas escuelas en cada una de estas tradiciones. Wendy O’Flaherty afirma que, además, existe un debate permanente sobre si el karma es una teoría, un modelo, un paradigma, una metáfora o una postura metafísica.

A partir de las concepciones expuestas, empezamos a ver la dificultad de llegar a comprender exactamente lo que abarca el término karma. En muchas culturas modernas, el término karma se ha convertido en una especie de chiste festivo: «… eso te traerá mal karma, o… debe de haber buen karma en su camino… etc.». La discusión suele acabar con risas de todos. Hay otras culturas en las que los conceptos de karma y renacimiento están tan profundamente arraigados en la psique que influyen en los comportamientos del momento hasta el punto de que su influencia parece tan obvia que esta se descarta en la vida presente casi con indiferencia: «… no tengo que preocuparme por eso, ya lo solucionaré en la próxima vida…». Sin embargo, hay quienes ven el karma como el «carcelero», el «señor supremo», que castiga o recompensa según nuestras acciones, y que debe ser superado; su poder sobre nosotros debe ser anulado, de lo contrario no podremos ser verdaderamente libres.

En todo esto, generalmente, el karma se ve como algo que está activo y fuera de nuestro control; y la pérdida de control es una realidad que nos confronta. Es un coste que en la mayoría de los casos nos resistimos a pagar, ya que no parece que tengamos ningún poder de negociación sobre el precio. Porque, ¿quién de nosotros está dispuesto a aceptar conscientemente la plena responsabilidad de sus actos, sobre todo si están ligados a la idea de que las causas se cometieron en una vida anterior, causas que para la mayoría de nosotros no recordamos haber cometido? De ahí que nuestras reacciones, en la mayoría de los casos, se limiten a reírnos de ello, infravalorarlo, ignorarlo totalmente o intentar escapar a su inevitabilidad.

Sin embargo, cuando analizamos las definiciones anteriores, observamos una sorprendente similitud: se habla del karma sobre todo desde la perspectiva de su manifestación externa, los efectos que experimentamos y cómo debemos reaccionar ante ellos. Rara vez encontramos a alguien que hable de lo que es realmente el karma, no solo de lo que hace. La cuestión de su finalidad superior, su significado, su origen, rara vez parece entrar en el debate general. Sin embargo, este conocimiento podría cambiar totalmente nuestra comprensión del karma y la forma en que percibimos nuestra relación con él.

¿Hasta qué punto podemos llegar a comprender realmente el karma, si solo lo enfocamos desde la perspectiva: cómo se manifiesta en nuestras vidas? Incluso entonces, ¿podemos atribuir nuestras interpretaciones de lo que experimentamos como bueno o malo, como definitivas del propósito e intención más profundos del karma? Sin duda, debemos aceptar que gran parte de nuestra comprensión es especulativa, ciertamente deficiente, incluso incorrecta, si no conocemos las causas o consideramos el propósito que lo sustenta.

Por supuesto, hay quienes abordan esta cuestión desde la perspectiva de «conocer» nuestro pasado personal, lo que hicimos y dejamos de hacer en nuestras vidas anteriores, creyendo que esto nos llevará no solo al punto de comprender, sino también de «controlar» cualquier carga kármica futura. El conocimiento de la ciencia se basa en un método similar, donde la creencia general es que profundizando cada vez más en los detalles, uno se acercará a la esencia de una cosa y, por lo tanto, llegará a una comprensión completa de la misma. Pero, ¿ha sido esta la experiencia de la ciencia?, este método ¿la ha acercado a la sabiduría?. Por lo tanto, ¿podemos afirmar con seguridad que si nos estudiamos a nosotros mismos, todas nuestras vidas anteriores hasta el más mínimo detalle, esto nos aportará la sabiduría de comprender el propósito y el significado de nuestras vidas? ¿Tenemos que buscar un enfoque diferente?

La respuesta a este enigma puede encontrarse mejor si empezamos por abordar esta cuestión desde la perspectiva de lo metafísico, lo espiritual, y buscamos un punto de partida en las enseñanzas universales que han acompañado a la humanidad a lo largo de los tiempos. Porque sin esta base, limitamos nuestro conocimiento solo a las acciones externas del karma; y, como con todas las cosas, para obtener esa perspectiva completa, debemos considerar tanto los aspectos internos como los externos.

Independientemente del sistema religioso, espiritual o de creencias al que nos adhiramos, hay algunos hilos comunes que los unen a todos. Todos ellos sitúan a un ser superior, una divinidad, un Creador incognoscible como fuente y principio de toda la vida. Aunque por lo general tenemos opiniones divergentes sobre cómo se manifiesta esta divinidad, el hilo común de la perfección, la omnisciencia y lo absoluto permanecen. El Amor, con mayúscula, es el término más utilizado para referirse a la expresión de esta perfección que palpita en toda la creación. Así pues, si intentamos penetrar en la comprensión de la esencia vibratoria de la Divinidad, tal vez podamos aproximarnos también a cómo se manifiesta.

Está ampliamente aceptado que el Creador de toda Vida irradia Su presencia a través de Su creación, y que esta radiación, este Espíritu, este Amor, no solo refleja la esencia del Creador en la manera en que la vida se manifiesta en su forma, sino que, también, contiene el propósito que da significado a la forma. En otras palabras, su Presencia es completa. Trae la posibilidad de la vida, y guía esa vida con propósito e intención. Por lo tanto, el Amor es la expresión directa de lo que el Creador desea para lo creado, y se convierte para nosotros en la ley universal, el motor principal, que da a nuestra vida propósito y, por lo tanto, sentido.

Pero debemos «extraer» este significado desde dentro de esta «ley», si queremos comprender su impacto personal en nuestras vidas a través de la acción del karma. Al igual que el Creador mismo, Ella ha dado a la vida la «libertad de elección», y ahí radica la esencia de cómo y por qué experimentamos el funcionamiento del karma como lo hacemos. Por un lado, el Amor de la Creadora irradia a través de Su creación, dando a la vida el alimento y la posibilidad de elevarse hasta la Divinidad. En otras palabras, el Amor, el propósito y el significado de la Voluntad de Dios, contiene en sí mismo la totalidad y la plenitud para que toda la vida se eleve a un nivel superior, cada vez más espiritual. En la Biblia se habla de pasar «de poder en poder y de gloria en gloria».

Pero… como a la vida también se le ha dado la libertad de elección, la libertad de sintonizarse conscientemente y vivir en armonía con este propósito, si su elección es contraria a este, si nuestro comportamiento se desvía de la esencia del «amor» y se mueve hacia el egoísmo, entonces el Amor responderá para «corregirnos» suavemente, para reequilibrarnos, para «guiarnos» a través de la experiencia personal. Y esta acción correctiva, esta expresión de causa y efecto, la conocemos y experimentamos como karma. Por tanto, el karma no consiste en castigar lo malo o recompensar lo bueno, sino en guiarnos hacia una comprensión más profunda de nuestro propósito, a través de las experiencias vitales de consecuencia y responsabilidad.

Como seres humanos, generalmente no pensamos en nuestras vidas en términos de tener un propósito superior; no tomamos nuestras decisiones diarias basándonos en este hecho. En lugar de ello, tendemos a vagar por la vida sin rumbo, reaccionando en lugar de instigar nuestras acciones basándonos en el cumplimiento de un propósito espiritual más elevado. Las necesidades, deseos y anhelos del «yo» predominan en todas nuestras decisiones, y cualquier propósito que nos asignemos a nosotros mismos suele estar centrado en la consecución de estos objetivos personales. Pero nuestra ignorancia de un propósito superior es, exactamente, la razón por la que experimentamos el karma como lo hacemos.

Para acercarnos a la comprensión de cuál es realmente el propósito superior de nuestras vidas, debemos reconocer en primer lugar un nivel de dificultad. No porque la respuesta sea demasiado abstracta o metafísica y, por tanto, esté más allá de nuestra comprensión, sino porque su comprensión está ligada a las experiencias vitales del individuo, del «yo». Si se nos dice que el propósito subyacente de nuestras vidas es «volver a Dios», entonces la mente puede aceptarlo de forma superficial, pero la consciencia, la voz del alma, requiere una madurez de experiencia vital para responder positivamente a este conocimiento.

Porque, una cosa es que la mente acepte: «sí, mi objetivo último es volver a Dios», y otra muy distinta es que se deje llevar por el estado interior de su alma, de modo que se convierta en la fuerza motriz de sus acciones cotidianas. Y aquí nos encontramos cara a cara con la ley del karma. Si nuestras acciones diarias no están dirigidas a cumplir nuestro propósito más elevado, entonces cualquier acción consecuente provocará la acción «correctiva» o equilibradora del karma para guiarnos hacia la comprensión y el cumplimiento de ese propósito. Esta es la fuerza motriz del karma: cumplir el propósito que Dios nos ha asignado. Y lo hace poniéndonos cara a cara con las experiencias de las consecuencias y la responsabilidad y, por tanto, con la madurez del discernimiento, la madurez de la autoconsciencia.

Pero, claro, ahora nos enfrentamos a otro dilema: ¿por qué esta expresión del Amor, si es perfecta, parece juzgar y «premiar» el buen comportamiento y «castigar» el malo? ¿Y cómo entender cómo el Amor, cómo el karma, interpreta el bien y el mal: cuáles son los parámetros para que podamos evitar cruzar la línea del bien al mal, y así evitar dificultades penosas y, en su lugar, construir dificultades positivas?

Aquí es donde ahora tenemos que incluir no solo lo teórico, sino también lo práctico, para llegar a una comprensión más completa. Sabemos que nuestra realidad es que nacemos de esta naturaleza y, por lo tanto, estamos sujetos a las leyes de esta naturaleza; y así atrapados dentro de la rueda de los opuestos. Estamos constantemente oscilando entre estos dos polos -vida y muerte, bien y mal, blanco y negro, positivo y negativo- y, por lo tanto, el karma también debe funcionar dentro de las leyes de nuestro ser natural; de ahí que lo experimentemos en términos de «bueno» y «malo». Estas son las únicas expresiones, dentro de nosotros, que pueden comprenderse conscientemente: son nuestra «vara de medir», nuestro barómetro, nuestra cinta métrica.

Aun así, sabemos que el amor que experimentamos no es más que una sombra del verdadero Amor de Dios. Sin embargo, para nosotros es el primer y vacilante paso en el camino correcto hacia el cumplimiento de nuestro verdadero propósito; de modo que, cuando impregnamos nuestras acciones de lo que entendemos por amor, experimentamos las consecuencias como solidarias, nutritivas y armoniosas. Las acciones contrarias a este propósito, las acciones egoístas, dañinas, perjudiciales, etc., especialmente para los demás; las acciones que carecen de cualquier elemento de amor, provocarán una consecuencia sobre nosotros mismos igual a la que hemos dado. Lo que sembremos, eso cosecharemos.

Entonces, ¿por qué no «amar» para experimentar solo el buen karma y anular así el mal karma? Porque las «lecciones» del karma, es decir, la ley de las consecuencias, incluyen la «libertad de elección» y, por tanto, la lección de la responsabilidad. El karma no fuerza, manipula o domina, sino que nos sitúa ante nuestro propio estado de ser, ante las consecuencias de nuestras buenas o malas acciones y, al mismo tiempo, también nos enfrenta al movimiento circular, al péndulo que sigue oscilando entre estos dos polos. El karma no trata de enseñarnos la necesidad de forzar el péndulo hacia un extremo, es decir, de permanecer en el lado de la bondad, por ejemplo, sino que este péndulo debe seguir oscilando y lo hará. En nuestro estado natural, no puede mantenerse en un solo lado, por muy buenas personas que lleguemos a ser. «No hay nadie bueno, ni uno solo».

Así que tenemos que entender la confusión potencial que puede surgir de esto. Por un lado, vemos que el karma «recompensa» nuestras acciones de amor, animándonos así a movernos en una determinada «dirección», una dirección que está más en armonía con el cumplimiento de nuestro verdadero propósito, mientras que, por otro lado, vemos que también nos está enseñando las limitaciones de lo que experimentamos como amor, y abriendo así nuestra comprensión a la posibilidad de una expresión más elevada de Amor. Así que debemos llegar a ver que el camino hacia el «Amor» requiere que amemos, pero también que comprendamos las limitaciones de la emoción que llamamos amor. Si nos quedamos varados en una isla, debemos utilizar cualquier “madera” a la deriva que tengamos a mano para construir una balsa para escapar; pero esta madera a la deriva nunca se convertirá en el barco que nos lleve a puerto seguro. La madera a la deriva puede mantenernos a flote, pero siempre estará a merced de las corrientes.

Las acciones del karma nos llevan gradualmente al punto de comprender nuestra imperfección, nuestra transitoriedad, nuestra mortalidad; intenta hacernos conscientes de la rueda cerrada en la que existimos. ¿Por qué? Para que comencemos a anhelar escapar de esta limitación y busquemos lo perfecto, lo absoluto, la unión con Dios; para que comencemos a anhelar cumplir nuestro verdadero propósito. A través de los golpes de martillo de la dura experiencia, el karma está abriendo nuestros corazones y haciéndonos comprender que esta rueda del bien y del mal es, en esencia, nuestra prisión, y que los esfuerzos por detenerla son inútiles. Pero, en la libertad que se nos ha dado, debemos responder a este anhelo y elegir conscientemente este camino. No solo debemos utilizar la madera a la deriva, nuestro amor natural, para construirnos una balsa con la que iniciar nuestro viaje, sino que debemos tomar la decisión consciente de escapar de nuestra isla desierta.

Así, debemos comprender que, debido a su naturaleza, no podemos escapar del karma, pero podemos empezar a fluir con él hacia su objetivo final. Y aquí reside la Misericordia, el Amor, que nuestra ignorancia fundamental nos ha ocultado en su mayor parte. Si cambiamos nuestra dirección en la vida, si aceptamos conscientemente el objetivo espiritual más elevado al que estamos llamados, y nuestras acciones diarias se sintonizan para alcanzar esta vida espiritual, entonces el karma no desaparece, sino que se convierte en la Bendición, la Gracia, la manifestación del Amor dentro de nosotros, que entonces nos apoya y nos guía hacia el cumplimiento de este verdadero propósito más elevado. Si nuestra vida está en sintonía con lo que Dios ha querido, entonces el karma ya no necesita corregir ni equilibrar, sino que se convierte en la ola, en la corriente que nos lleva hacia el puerto de nuestro destino.

La ley del karma, que generalmente hemos llegado a ver como la de la justicia ciega –como el juez y verdugo imparcial, pero personal–, ahora podemos empezar a verla con su verdadero propósito interno. Imaginemos que la raza humana se quedara sola, sin que sus acciones y comportamientos estuvieran sujetos a esta acción «correctora», a esta influencia equilibradora. ¿Quién nos enseñaría las consecuencias de nuestras elecciones en la vida, las consecuencias de las acciones buenas y malas? ¿Podríamos confiar en los insaciables deseos del «yo», en la ignorancia y el engaño de la mente, o en las acciones especulativas y engañosas que de ello se derivan, para dirigir nuestras vidas hacia un propósito más elevado?

En su mayor parte, tropezamos ciegamente con las consecuencias de nuestros actos, nos golpeamos los dedos de los pies y nos arañamos las espinillas, centrados únicamente en el dolor que esto nos produce, pero sin abrir nunca los ojos para ver hacia dónde nos dirigimos en realidad. Así, mientras algunos nos reímos de las tontas lesiones de los demás, hay quienes creen que la precaución, que se ve como algo bueno, es la solución para evitar futuras lesiones. Otros creen que si tomamos nota de todas las piedras y baches de nuestra carretera, si estudiamos con detalle nuestro viaje pasado, podremos atravesar y navegar por esta autopista sin sufrir daños en el futuro. Y discutimos entre nosotros sobre cómo es este camino, y qué dirección es la mejor para seguir con el menor número de obstáculos, y creamos normas y leyes para intentar minimizar nuestros golpes y magulladuras.

Todo el tiempo, el karma es la mano invisible, el guardián y cuidador invisible, que nos guía hacia nuestro destino final. Lamentablemente, como niños, la mayoría de las veces no comprendemos las verdaderas lecciones que el karma intenta enseñarnos, e ignoramos, nos resistimos o no mostramos interés en aprender. Pero a medida que nuestras experiencias vitales elevan nuestras almas hacia una madurez más profunda, a medida que los ojos del corazón comienzan a abrirse, vemos por primera vez el panorama, el paisaje en el que nos encontramos. Y así, armados con este nuevo conocimiento, con esta visión de nuestro propio estado actual de ser, somos capaces de decidir en qué dirección debemos ir, qué camino debemos empezar a seguir. Nuestro verdadero propósito brilla como un brillante nuevo amanecer en el horizonte de nuestro anhelo. Así, el karma no es solo el maestro benevolente, sino la Voz del Amor, que nos guía pacientemente hacia la comprensión y el entendimiento.

Así, el funcionamiento del karma que experimentamos en sus efectos correctores y equilibradores, puede adquirir un significado mucho más profundo para nosotros, y podemos dejar de intentar evitarlo o controlarlo, y empezar a permitir que nos guíe hacia esa comprensión más profunda. El karma no es nuestro enemigo, sino nuestro amigo; y cuando empezamos a comprender esas voces espirituales que hablan de tratar a tus enemigos como tratarías a tus amigos, entramos también en una necesidad espiritual fundamental que nos llevará a una unidad más íntima con lo que buscamos: no solo comprender, sino vivir en armonía y darle voz al verdadero propósito de nuestras vidas.

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Fecha: noviembre 21, 2023
Autor: Manny (Netherlands)
Foto: Neenu Vimalkumar on Unsplash CCO

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