Transportados por las suaves alas de la serenidad

Transportados por las suaves alas de la serenidad

La verdadera serenidad no puede basarse en la supresión de sentimientos opuestos.

Nos deseamos a nosotros mismos y a los demás toda la felicidad posible, pero ¿y si el sentimiento más elevado de felicidad, si la verdadera serenidad presupusiera un ser humano que también deba haber sufrido el dolor más profundo?

¿Es solo posible la felicidad en un corazón que ha madurado a través del placer y la aflicción?

La verdadera alegría es un asunto serio.

Séneca

No, esto no es una apología de la alegría en tiempos catastróficos. Las razones para no estar alegres se pueden encontrar abundantemente en los periódicos, en los programas de entrevistas, en internet y en nuestra vida cotidiana.

Hagamos la prueba. Un día cualquiera —no necesariamente el primer día soleado y veraniego tras una larga serie de días fríos, grises y nublados— caminemos por las calles de la ciudad. Pasemos junto a hombros caídos, capuchas bajas, rostros que expresan un vacío sordo o una muda desesperación.

¿Ha perdido mucha gente la sonrisa? ¿Es ingenuo, incluso provocativo, atreverse a sonreír?

En su aclamado libro Über die Heiterkeit in schwierigen Zeiten (Sobre la serenidad en tiempos difíciles), Axel Hacke escribe:

Sonreír tiene un efecto interior y exterior. Alegra a la persona que sonríe y a la persona a la que se sonríe. Sonreír puede provocar una reacción en cadena. Si sonríes a alguien, te devuelve la sonrisa, así que la sonrisa entra en el mundo y viaja más lejos. Solo hay que empezar.

Hace poco, cuando limpiaba el desván, una actividad que tiene un efecto inmediato de alegría y ligereza, encontré un artículo de 2015. Tras señalar con cierta extensión las crisis actuales, el autor resume de la siguiente manera:

Es difícil saber si lo negativo y amenazador, si el pesimismo y la misantropía han ganado ya la partida. Sin embargo, una cosa parece cierta: la oscuridad ya ha avanzado tanto que ella misma se ha convertido en una fuerza dominante contra la que hay que dirigir el poder subversivo de la confianza. También es cierto que la gente culpará a otros si no descubre el poder que hay en ellos mismos. (Die Zeit , 27.8.2015)

La pregunta es: ¿de dónde sacamos esta confianza, esta fuerza interior?

Siempre he admirado profundamente a las personas que, en medio de los mayores desafíos internos y externos, no solo han conservado su libertad interior y su dignidad humana, sino que se han elevado maravillosamente por encima de sí mismas. Tal es el caso de Viktor Frankl, superviviente de un campo de concentración, por citar solo un ejemplo.

Parece casi increíble que personas en situaciones vitales inimaginablemente espantosas puedan seguir mostrando sentido del humor. Hace años leí un artículo de periódico que me ha quedado grabado en la memoria; trataba sobre unos prisioneros británicos en un campo de prisioneros de guerra nazi. A través de todo tipo de ingeniosas ideas expresaban una sutil burla de sus condiciones de vida, lo que hacía su cautiverio más soportable.

La capacidad de utilizar el humor puede servir como arma contra las aflicciones inevitables de nuestra existencia. Ello atestigua, como dice Friedrich Schiller en su ensayo Sobre lo sublime, que el ser humano es portador de una libertad interior que lo eleva por encima de todo sufrimiento.

La serenidad en circunstancias desafortunadas requiere distanciarse de las propias expectativas, es decir, una actitud de serenidad ante cualquier posible desenlace.

La serenidad tiene que ver con dejar ir. Es similar al perdón: se trata de no guardar rencor. Sentirse sereno no tiene nada que ver con aceptar una injusticia ni con negar el dolor. La serenidad es una actitud de gracia que va de la mano de la bondad y la sabiduría.

¿Debería uno flotar siempre sobre la vida cotidiana sonriendo serenamente y gratificando a nuestros semejantes con una presencia radiante y estar siempre «de buen humor»? ¿No vivimos ya en una «sociedad en constante estado de embriaguez», como lamenta el filósofo Wilhelm Schmid en su libro La felicidad?

¿Una sociedad caracterizada por la «adicción a la felicidad», incapaz de lamentarse y que, en cambio, intenta hacer la vida más o menos llevadera con la ayuda del alcohol, las drogas y los medicamentos psicotrópicos o dándose atracones de series de Netflix?

La verdadera serenidad no puede basarse en la supresión de sentimientos contrarios. El poeta alemán Christian Morgenstern escribe:

Toda la felicidad posible, dicen. Pero, ¿y si el sentimiento más elevado de felicidad presupusiera un ser humano que también deba haber sufrido el dolor más profundo? ¿Y si la felicidad solo fuera posible en un corazón que ha madurado a través del placer y la aflicción? Quien exige el mayor número posible de oportunidades para la felicidad debe exigir también el mayor número posible de infelicidades, o niega sus condiciones básicas.

Y continúa:

¿Acaso la posibilidad de una felicidad cada vez mayor no reside en un conocimiento y un amor cada vez mayores (en formas cada vez más elevadas)?

¿Somos capaces de eso, de una serenidad alegre por decisión propia y por nuestra fuerza?

El regalo de las experiencias dolorosas puede conducirnos a que hagamos un alto en el camino que hemos elegido y empecemos a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre la vida en general. Probablemente necesitemos haber sufrido para liberar la compasión, la sabiduría y la serenidad de su prisión en nuestro interior.

No todo el mundo necesita experimentar duros golpes del destino para ello. Sin embargo, hay una profunda verdad en las palabras del místico medieval Meister Eckhart:

El sufrimiento es el caballo más rápido hacia la perfección.

¿Cómo podemos alcanzar la ecuanimidad que nos permite estar alegres, tanto si estamos en lo alto como en lo bajo de la Rueda de la Fortuna? Aquí, una puerta se abre y revela un nivel nuevo. ¿Nuevo? ¿De verdad? Los antiguos griegos ya sabían que una vida verdaderamente armoniosa, la eudaimonía, solo puede lograrse en armonía con un orden universal divino, cuando nos experimentamos como parte de la abundancia del infinito.

Lo que constituye un grave problema para muchos contemporáneos, además de la miríada de miedos, quejas y malestares que la existencia trae a la Tierra, es que no se encuentra sentido a lo que está sucediendo. Es difícil reconocer —citando el Fausto de Goethe—lo que mantiene unido al mundo en su esencia.

Por supuesto, puedo gritar a un universo aparentemente indiferente mi desprecio por la muerte con ingenio y humor. Sin embargo, eso no me libra del conocimiento ineludible de mi mortalidad, de la fugacidad de todo y de todos aquellos a quienes he amado. En retrospectiva —no solo a la hora de la muerte—, muchas cosas que antes consideraba que valían la pena, todos los dramas que mantenían girando la rueda de mi vida, pierden su importancia.

Eso puede deprimirme profundamente. ¿O se supone que eso debería alegrarme?

También podría sentir el impulso de una risa increíblemente curativa y liberadora, que resuena en armonía con un universo benévolo que responde a su vez.

Wilhelm Schmid habla de la «felicidad de la coherencia», de una «abundancia de experiencias de trascendencia en lo metafísico»:

Es muy fácil imaginar que esta es la contribución esencial para realizar una vida plena: abrir la vida a una dimensión de trascendencia que va más allá de los límites de la vida finita…

Estas percepciones pueden ser de una ayuda profunda, pero es importante no limitarse a reconocerlas mentalmente. A menudo observamos con asombro que la gente sigue sufriendo, en lugar de desprenderse de sus patrones habituales de pensamiento y sentimientos. La investigación moderna atribuye este hecho a las vías neuronales del cerebro, que se convierten en surcos profundamente grabados por nuestras representaciones repetidas constantemente, atrapándonos así en nuestra dosis tóxica habitual de negatividad. Parece que, así, realmente nos sentimos bien. En cualquier caso, los medios de comunicación prosperan y viven del deseo generalizado de fatalidad y tristeza.

La buena noticia es que podemos crear nuevas vías neuronales en el cerebro. Nuestro corazón es la clave, cuando por fin se abre con amor y alegría. Su papel es entonces relevante en los procesos de renovación.

Cuando estamos dispuestos a abandonar el nivel que consideramos familiar de la realidad, las cosas finalmente se disuelven en un estado de serenidad. Si nos tomamos «en serio» el proceso de experimentación mental y espiritual, el sufrimiento se convierte en alegría. Descubrimos, o más bien des-cubrimos, la alegría como nuestro derecho de nacimiento, ya inherente a nuestro ser.

«Heiterkeit», la palabra alemana que designa la alegría y la serenidad, era originalmente un término meteorológico que describía la luz del cielo. Como la alegría profunda, sin causa, que es independiente de las circunstancias externas. La luz, el color, el sonido, son manifestaciones de nuestro ser celestial.

En las suaves alas de esta vibración celestial, podemos elevarnos en el aire y contemplar desde una perspectiva aérea nuestras vidas y la actividad humana. Con toda compasión: ¡es muy divertido, trágico-cómico y enormemente liberador!

Entonces ya no se trata tanto de hacer frente a la gravedad de la vida, sino de transformarla junto con otros que también están aprendiendo a «volar».

La serenidad alegre no es una evasión espiritual. Ella ilumina la oscuridad y muestra el camino de salida. Conduce del dolor y la tristeza de la separación a la alegría de estar conectado con la fuente sanadora y sagrada de todos los seres.

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Fecha: junio 15, 2025
Autor: Isabel Lehnen und Peri Schmelzer (Germany)
Foto: water-Bild von Slaghuis auf Pixabay CCO

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