La diosa Hestia, guardiana del fuego

En la antigua Grecia, ni la casa ni el templo se consideraban sagrados hasta que no entraba Hestia. ¿No ocurre lo mismo con los humanos?

La diosa Hestia, guardiana del fuego

Me encantan los pisos y las casas. Cuando entro en las estancias que habita otra persona, intuyo qué tipo de persona es. Los pisos y las casas son espejos del alma. Como dentro, también fuera.

Hace poco me mudé a una nueva casa. Es un privilegio y estoy muy agradecida. Cada mañana voy de habitación en habitación, saludo cada estancia, abro cortinas y contraventanas y dejo que entre la luz. Mi casa es mi castillo, o más exactamente: mi casa es mi templo.

Desde mi juventud, me ha acompañado el libro Goddesses in Everywoman, de Jean Shinoda Bolen, psicoanalista junguiana y maestra de sabiduría. Gracias a este libro, sé que debo mi amor por las viviendas y las casas a un arquetipo que actúa en mí: la diosa griega Hestia, poco conocida en nuestro país.

En la antigua Grecia, Hestia era venerada como la diosa del hogar o del fuego que ardía en la casa, en la chimenea o en el santuario del templo. Se creía que la diosa estaba presente en la viva llama del centro de la casa, el templo o la ciudad. Ni la casa ni el templo se consideraban sagrados hasta que Hestia hubiera entrado en ella. [1]

Para mí, que vivo en el siglo XXI, Hestia es la fuerza arquetípica que enciende, sostiene y reaviva el fuego dentro de mí, en mi corazón, cada vez que amenaza con apagarse. Para mí representa la espiritualidad femenina, el amor divino impersonal que habita en el silencio. Si estoy conectada a ella, ELLA me conecta, a través de la luz, el poder y el calor de su fuego sagrado, con el cosmos, con la creación, con todo lo que es.

Como contrapunto a nuestra ruidosa cultura occidental, materialista y utilitarista, caracterizada por una racionalidad masculina unilateral y una creciente alienación interior, Hestia, en la actualidad, parece estar despertando en cada vez más mujeres y hombres. Su silenciosa presencia conduce a un giro hacia el interior, hacia el centro del propio ser…, a un proceso más profundo de autorreflexión, combinado con la búsqueda de nuevas expresiones de comunidad y conexión, de una vida sencilla cerca de la naturaleza. El final de este viaje, individual y colectivo, está abierto. «Siento un fuego dentro de mí que no debo dejar que se apague, que por el contrario debo avivar, aunque no sé a dónde me llevará.» (Vincent van Gogh)[2].

De nuevo recorro las habitaciones de mi nueva casa. Aún quedan muchas cosas por amueblar, reorganizar, comprar… Y las habitaciones siempre necesitan cuidados, limpieza, un diseño creativo. Me pregunto: ¿Conseguiré hacer de mi casa un hogar, un hogar para mí y para los demás?

De esto estoy convencida: sin Hestia, será un proceso difícil.

Como fuera, también dentro. Ni siquiera mi casa interior puede convertirse en un templo en el que pueda habitar el alma divina sin la conexión y la devoción al fuego sagrado de mi corazón: la llama del Espíritu. La purificación y transformación de mi ser necesarias para ello solo pueden lograrse mediante la luz, el calor y el poder del amor divino.

 

Referencias

[1] Jean Shinoda Bolen: Goddesses in Everywoman. Sphinx Verlag, Basilea, 1986.

(Las diosas de cada mujer. Una nueva psicología femenina), Kairós, 2015.

[2] Vincent van Gogh: El fuego del alma. Reflexiones sobre la vida, el amor y el arte. Insel Taschenbuch, Frankfurt a. M., 1990.

Print Friendly, PDF & Email

Compartir este artículo

Publicar información

Fecha: enero 10, 2024
Autor: Silvia Matentzoglu (Germany)
Foto: explosion-Gerd Altmann auf Pixabay CCO

Imagen destacada:

Relacionado: