«Amor que mueve el sol y todas las estrellas…»
Este verso de la Divina Comedia de Dante nos habla de una fuerza primordial que lo envuelve todo, al universo y a todos los seres. Este amor es perfecto y eterno, fluye como una corriente luminosa que permite una transformación interior, permitiéndonos conectar con lo más profundo y verdadero de nosotros mismos, de los demás seres humanos y de toda la creación.
La palabra amor es sin duda una de las más utilizadas, cantadas, poetizadas y pronunciadas.
En la vida, todo el mundo se enamora de un ideal, una persona o un trabajo. Esta pasión, a menudo llamada amor, es una emoción que responde a una profunda necesidad humana de llenar un vacío percibido en el interior y alcanzar lo que se siente como carencia.
El enamoramiento, inicialmente impulsado por un gran entusiasmo, a menudo se vuelve parcial, fragmentado, dividido, incompleto, imperfecto, y puede transformarse en un deseo de posesión y control, revelándose así como un espejismo.
Entonces nos preguntamos si alguna vez ha sido realmente amor.
¿Cómo podía convertirse en algo parcial lo que debía ser eterno e inagotable? ¿Todo este amor no era más que un sentimentalismo bien enmascarado? Pero entonces, ¿qué es el amor?
Parece que toda experiencia en este mundo conduce a una dura realidad: no conocemos el amor.
Sin embargo… debió de haber un momento en la vida en que algo tocó nuestro corazón, haciéndonos entrar en contacto con esta fuerza; algo que hizo vibrar todo nuestro ser, dando un impulso tan vivo que toda nuestra existencia no se convirtió más que en una búsqueda febril impulsada por este profundo anhelo…
¿Qué nos impulsa a buscar el amor o a intentar manifestarlo?
Platón decía en El banquete o Sobre el amor que la fuerza misteriosa del Amor es la búsqueda de la otra mitad de nosotros mismos, ya que nos percibimos incompletos, buscando recrear el ser original dándonos a nosotros mismos.
Como seres humanos estamos divididos, carentes de una parte de la que nos sentimos profundamente necesitados; también separados de esa condición de totalidad en la que todos los seres estaban «completos».
Sentimos constantemente un profundo anhelo de esta realidad, un pre-recuerdo que nos impulsa a la búsqueda.
Llevados por esa inquietud e incapaces de experimentar una satisfacción verdaderamente duradera y completa para esta profunda necesidad, nos dejamos seducir por mil ilusiones. Nada ni nadie llenará de verdad ese vacío al que finalmente debemos tener el valor de enfrentarnos.
Solo cuando dejamos de evitar el dolor de la nostalgia como polillas que buscan frenéticamente la luz, podemos observar lo que percibimos como vacío y hacer surgir por fin esa parte (el Otro que llevamos dentro) conectada con el Todo. A partir de ahí puede comenzar un viaje en una nueva dirección, tanto fuera como dentro de nosotros.
Las experiencias de enamoramiento y de amor entre seres humanos son absolutamente esenciales para experimentar los límites y la parcialidad e intentar elevarse por encima de las ilusiones.
Así, es posible ser cada vez más consciente del egocentrismo que guía nuestros actos y, así abrirse a entregarse al Otro, abandonando el miedo.
Reflejados en los ojos del amado, nos sentimos seres mejores –desconocidos incluso para nosotros mismos–, comprendidos y aceptados; descubrimos partes de nosotros mismos que revelan nuestra esencia. Esta sensación, aunque temporal, nos permite saborear una condición trascendente.
El amor es esa condición: una fuerza activa que impregna, envuelve y se expande por todo: la vida misma, cada célula nuestra.
En la actualidad solo percibimos su pálido reflejo, aunque a veces recibimos destellos de consciencia que iluminan nuestras vidas. Nuestra consciencia puede así elevarse para percibir la existencia de un mundo superior y sus leyes eternas. Para conocerlo de verdad, tal vez sea necesario fundirse en él. Abandonarse por completo para volver a ser uno con esa fuente inagotable.
Entonces descubriremos que por su naturaleza el Amor debe propagarse, como una fuerza que actúa centrífuga y no centrípetamente, es decir, que por su peculiaridad inherente se vuelve necesariamente hacia el otro.
Pero, ¿quién es ese otro?
Como el conocido lema evangélico «Ama a tu prójimo», se refiere tanto al mundo que nos rodea como a esa parte esencial de nosotros mismos que está «más cerca que nuestros pies y nuestras manos». Sin embargo, a menudo se olvida que la frase continúa con «como a ti mismo», es decir, «con aquellas características y habilidades que son nuestras».
¿Hasta qué punto sabemos realmente quiénes somos?
Los condicionamientos de los padres, la escuela y la sociedad –así como la conciencia de nuestros talentos, posibilidades y valor– influyen en lo que pensamos acerca de nosotros mismos: insatisfechos o exaltados por nuestros rasgos físicos o de carácter. Este juicio nos mantiene presos de la ilusión dentro de una idea ficticia de nuestra identidad.
Si pudiéramos detenernos y dejar espacio al silencio para entrar en contacto profundo con nuestro corazón –donde habita esa parte olvidada conectada con el Amor Único–, tendríamos la certeza de que allí no existe ninguna imperfección para este centro dentro de nosotros; no existe ningún juicio, ningún miedo.
Podríamos comprender que en esta unidad con el corazón somos perfectos tal y como somos, que no hay ni un solo error en nosotros, sino solo juicios y condicionamientos que podemos abandonar para dejar el timón a una Sabiduría superior.
Ante la mirada del Amor no existe el juicio; no hay separación; el Amor Ama; se emana a sí mismo: en su fuerza lo incluye todo, incluso las sombras de la existencia humana. El Amor lo abarca todo en su inmensidad.
Gracias a su fuego puro, todo puede transformarse para liberar lo que es más denso y aún nos retiene, para permitirnos la Libertad absoluta, para convertirnos en parte integrante de esta perfección, de esta totalidad.
Para ello es necesaria una purificación de los seres humanos y de sus resistencias egocéntricas. Al igual que hay que quemar la paja para liberar lo esencial, hay que emprender un viaje interior para disolver las ataduras, indispensable para comprender verdaderamente el Amor y sus leyes.
Así ocurre en la alquimia «solve et coagula», el proceso que consiste en disolver una sustancia para reunificarla en una nueva forma. Esto es necesario para crear la piedra filosofal, para que el plomo de la existencia terrenal se transforme en el oro de la inmortalidad.
El amor es el mayor proceso creativo –transformador y generador– en el que está inmerso todo el universo; solicitado y empujado a la acción para que se realice el plan previsto.
El amor es una ley que «todo el universo obedece».
Descubrir quiénes somos realmente forma parte del viaje de transformación necesario para aprender a amarnos a nosotros mismos –la parte profunda de nuestro interior que acepta nuestras imperfecciones y sombras– sabiendo que, como dijo Jesús, «Aquí nadie es bueno».
Así pues, solo podemos abrazar a los Otros –a todos los demás– como fragmentos de una única humanidad que busca el Amor tanto como nosotros; no lo olvidemos: estamos aquí para aprender a hacerlo.
Perdernos a nosotros mismos y toda presunción de saber quiénes somos, dejarnos transformar por esta Fuerza de Amor mientras abandonamos poco a poco nuestras resistencias, ya no da miedo.
En esta entrega, recibimos a cambio el Amor que todo lo abarca; todo lo perdona; liberándonos de todo apego.
Todo adquiere un nuevo valor; una nueva visión se hace posible.
El Amor existe donde ya no existe el miedo; donde no hay miedo existe la libertad.