El poder de dejar ir

El único poder liberador es el de soltar, de crear silencio dentro de uno mismo, de calmar las tensiones y exigencias del ego en el reconocimiento sereno de su vanidad, de su nocividad.

El poder de dejar ir

Cuando un pájaro está vivo, come hormigas. Cuando el pájaro está muerto, las hormigas se lo comen.

Solo se necesita un árbol para fabricar un millón de fósforos, y solo un fósforo para quemar un millón de árboles.

Puedes ser poderoso hoy, pero recuerda que el tiempo es más poderoso que tú.

(Jean Mc Abby Bruny)

Magnánimo cuando se siente halagado, perverso y cruel cuando se le desafia, el poder es un animal peligroso. Acechando en las sombras, espía cualquier movimiento en su campo de influencia y actuación, su territorio. Observa, indaga, recopila información analizando, escudriñando pistas, juzgando; toma represalias de inmediato por todos los medios a su alcance, para restaurar su orden y mantener su posición a toda costa. Implacable, injusto si es necesario, porque está en juego su supervivencia.

Ya sea que el poder se ejerza sobre  una nación, una empresa, una asociación, una pareja, etc., ya sea estatal, religiosa u oculta, los mecanismos son los mismos. Estos mecanismos de control encierran a un grupo de personas adultas en una relación “padre-hijo”, que es tóxica, alienante y degradante para ambas partes. Nada auténtico puede surgir de ello; el comportamiento es tenso, rígido, convencional, carente de humor y creatividad, repetitivo.

Información es poder. Dice la sentencia: “Un hombre informado vale por dos”. Cuando la información se difunde, se distribuye libremente, se comparte el poder; se diluye y la tensión dañina se alivia; las relaciones se vuelven sanas, fluidas, sencillas, constructivas; los opuestos se reconocen como complementarios: encuentran su nobleza. En cambio, cuando se retiene la información, se mantiene en secreto, se concentra el poder, que es su tendencia natural, su veneno se vuelve más efectivo. Se mantiene entonces conscientemente una división malsana entre “ quienes saben” y

“ quienes saben menos”, en detrimento de todos; dos «campos» desiguales se forman arbitrariamente en el grupo infectado, impidiendo el libre flujo de energías humanas y espirituales. Y “quienes saben” lo saben bien; acumulan ventaja sobre ventaja, favor sobre favor, a expensas del bien común, que también es suyo… El veneno del poder paraliza; deforma y aprisiona tanto los cuerpos como las conciencias.

El poder temporal, el poder del ego, proviene del miedo; el poder destila miedo, el poder es miedo; miedo a sufrirlo o miedo a perderlo.

Quienes están sometidos a una u otra forma de poder obviamente desean liberarse de él, tomar su vida en sus propias manos, decidir su destino, ser libres para pensar, hablar y actuar como quieran. Cuando reflexionan, rápidamente llegan a la conclusión de que la única forma de alcanzar este objetivo emancipador, de realizar este deseo, es acceder ellos mismos al poder para poder gobernar la vida colectiva, para ponerle su propio sello y organizarla de acuerdo a sus criterios, valores e intereses. En los países llamados democráticos, buscan ser elegidos para el cargo público más alto; en los países totalitarios fomentan insurrecciones y revoluciones para derrocar el poder dictatorial vigente y tomar el control de las instituciones. Al hacerlo, olvidan que así es exactamente como operaban sus predecesores, aquellos a quienes quieren reemplazar. Si tienen éxito, el poder cambia de manos pero permanece intacto, sin cambios en sus estructuras separadoras. El descontento y la opresión cambian de bando, hasta las próximas elecciones, hasta la próxima revolución.

A veces un régimen democrático se convierte en una dictadura y viceversa. Pero la rueda del poder sigue girando, aplastando a su paso ideales políticos, impulsos revolucionarios, esperanzas de un mañana mejor; y también revelando intereses y motivos ocultos. Inexorablemente, el futuro desilusiona por la experiencia de tensiones, contradicciones, divisiones y conflictos insalvables, generados por la conquista del poder y la existencia de opiniones y aspiraciones individuales tan diferentes, tan divergentes. El ejercicio del poder produce inevitablemente una maraña inextricable de mentiras, disimulos, compromisos, trucos y tácticas, manipulaciones, tergiversaciones y contorsiones que desgastan y destruyen el alma.

Este tiovivo no tiene fin; ha existido desde el principio de los tiempos y continuará hasta su extinción. La rueda gira, aupando a su cima a los oprimidos de ayer, devolviendo las cabezas coronadas a la tierra de donde salieron. Esta es la función de la rueda: crear experiencia. La experiencia de los opuestos genera sufrimiento; el sufrimiento provoca reflexión; la reflexión produce conciencia; la consciencia se fortalece y profundiza: así se libera gradualmente de la forma, de los fenómenos, y se eleva por encima de ellos.

El poder temporal esclaviza tanto a quienes lo desean y lo ejercen como a quienes lo padecen. El poder sobre los demás nunca nos hace libres; nos ata a los demás. La carrera circular por el poder genera energía electromagnética, como un electroimán. Quienes  gravitan en esta esfera están literalmente pegados a ella, al igual que una persona que ha agarrado inadvertidamente un cable eléctrico vivo, con corriente,  no puede desprenderse de él: es uno con la corriente que ahora recorre su cuerpo. El cetro del poder, ese sonajero adictivo, sostiene firmemente las manos de quienes lo agarran con firmeza. La libertad es soltar el cetro con todos sus beneficios, prestigios y recuerdos. Entonces la energía aprisionante que contiene y transmite también nos deja ir.

No hay esperanza en la búsqueda del poder; solo idealismo y codicia aún inconsciente. Toda forma de poder organizado contiene desde el momento de su aparición el germen de su caída, de su destrucción. El error no es circunstancial: puede ser un error de estrategia, llegar en mal momento, enfrentarse a adversarios más poderosos… El error es estructural: consiste en agarrar con fuerza, con todo nuestro ser en juego, la rueda que nos elevará a su cima, no importa cómo y con qué intención. Y de hecho esa rueda nos levanta, tarde o temprano, si nos aferramos a ella con perseverancia.

Pero el poder no se queda ahí cuando se celebra ruidosamente la victoria, cuando se derrota al adversario. Sigue girando después, gracias a toda la energía y el impulso que le hemos dado para que nos eleve a su cima. Porque otros esperan y se esfuerzan, impacientes, por experimentar la poderosa y embriagadora droga de la victoria, del éxito, de la elevación por encima de los demás, del poder absoluto de decisión sobre la comunidad, de la libertad de la coerción y la opresión, de la obligación de obedecer órdenes, de acatar una ley que ellos mismos no han promulgado. Ellos también esperan, sin saberlo todavía, al igual que sus predecesores antes que ellos, para experimentar la caída, el derrocamiento, el descenso inexorable y el fin de la codiciada exaltación.

A medida que continúa girando, la rueda del poder precipita despiadadamente a quienes se han aferrado a ella desde la cima –alcanzada a través de repetidos y arduos esfuerzos– hasta el fondo, provocando el regreso al punto de partida. La caída rompe y duele; también revela y enseña. Es una experiencia dura, ¡pero también es iniciadora! La impotencia inherente a la condición humana –polvo arrojado a su pesar  al espacio interestelar–, incomprendida, mal asumida, no aceptada, conduce a la búsqueda del poder. El poder, en todas sus formas, lleva a tomar conciencia de su vanidad e impotencia. Un círculo vicioso que exige una ruptura consciente, una retirada categórica.

El único poder liberador es el de  desprenderse y soltar, hacer silencio dentro de uno mismo, calmar las tensiones y exigencias del ego en el sereno reconocimiento de su vanidad, de su nocividad; cesar conscientemente el juego morboso, destructivo e inútil que consiste en creer y esperar que cambiaremos algo reproduciendo el error de nuestros antecesores: quitarles el poder como se lo quitaron a otros antes que a ellos, por la astucia, el oportunismo o la fuerza. Mediante este repliegue consciente, retiramos nuestra energía de la rueda fatal que la “bombeaba”, debilitando en el proceso el magnetismo de esta rueda, su poder de atracción. A cambio, liberamos esta energía reapropiada para avanzar conscientemente hacia el centro inmutable, el eje donde todo es pacífico, sereno, donde todo vuelve a ser posible: el corazón inmóvil del que procede todo movimiento armonioso.

Todos moriremos un día, con las manos vacías; este es el despojo final, total, definitivo. ¿Qué habremos construido para entonces? ¿Castillos de naipes que proteger y consolidar ansiosamente día tras día, que inevitablemente abandonaremos a los vientos, a nuestros sucesores o a nuestros adversarios en el momento de nuestro último aliento? ¿O es una consciencia firmemente anclada en el presente, que ha encontrado y despejado en su interior la fuente de todo equilibrio y felicidad, insensible a las imágenes resplandecientes de los pseudo-éxitos que se arremolinan sin cesar en el estrecho caleidoscopio de la ambición personal?

La consciencia madura observa la rueda del poder como un visitante contempla la gigantesca rueda iluminada de un parque de atracciones. Sabe cómo se sube y alcanza su lugar (primero hay que “pagar el boleto”), cómo se asciende, dominando todo y a todos, y cómo se desciende hasta el punto de partida. La consciencia, madurada por la experiencia de la decepcionante y agotadora rueda del poder, ya no paga su boleto; ya no se deja arrastrar; guarda su oro para otro viaje, un viaje hacia el interior, un viaje sin camino ni desplazamiento.

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Fecha: diciembre 7, 2022
Autor: Jean Bousquet (Switzerland)
Foto: Pixabay CC0

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