¿Conozco a Dios?

En un día soleado, paseaba por el bulevar de Scheveningen. Las gaviotas volaban a mi alrededor y vi una mesita con folletos sobre todo lo que había para hacer esa semana.

¿Conozco a Dios?

La mayoría eran actividades turísticas. Uno de los folletos ponía: «Busca conchas con los socorristas». Otro hablaba de un viaje en barco. En medio había un folleto con un mensaje muy diferente: «Dios te conoce, pero ¿conoces tú a Dios?».

Después caminé por la playa, mirando el mar y las gaviotas. Todos los demás folletos los había olvidado hacía tiempo, pero éste se me quedó grabado. ¡Qué pregunta!
A otras personas puedes conocerlas, pensé. Nunca del todo, pero sí en gran medida, porque tú mismo eres un ser humano. Puedes compartir sus ideas, sus objetivos, sus hábitos, y entonces sabes cómo son. Entonces conozco a la gente y ellos me conocen a mí. Sí, así es.
Que Dios me conoce, no cabe duda. Si asumes que la humanidad y, por tanto, cada ser humano ha sido creado por Dios, entonces yo también he sido creado por Dios. Asumo que Dios conoce lo que ha creado.
Que yo conozca a Dios es otra cuestión.
Permítanme empezar con: ¿puede usted, como ser humano, conocer a Dios? ¿Y qué es conocer en este caso? ¿Conocer es saber cómo funciona algo? ¿O es más bien saber que alguien existe y lo que hace?
Si asumimos que el conocimiento es saber cómo funciona algo, entonces creo que la respuesta es «no». No sé cómo obra Dios.
Sé lo que leo, lo que está en todas las Escrituras, pero eso no significa que conozco a Dios. No es que nos hayamos dado la mano, o que yo pueda escribir exactamente cómo es Dios.
Sé lo que muchas personas han escrito sobre cómo ven a Dios. Pero esa no es mi propia experiencia.
Es como la historia de unos ciegos que describen un elefante. Uno dice que el elefante es un animal parecido a una serpiente pues ha tocado su trompa y otro dice que en realidad es un animal muy robusto porque ha palpado las patas del elefante.
Algunas descripciones de Dios me resultan más familiares que otras. Cuando leo que «Dios es Amor», esa es una descripción que me conmueve mucho más que cuando veo una imagen de Dios como un hombre con barba blanca.
Probablemente ningún ser humano pueda saber exactamente cómo es Dios porque no podemos abarcarlo con nuestra conciencia humana.
Si se parte de que Dios es Amor, entonces creo que sí conozco a Dios. Por algo escribo ese Amor con mayúscula. Porque el amor «ordinario», lo conozco. El Amor que siento con Dios es diferente. Más grande, y también no parcializado. No es «si tú ya no me amas, yo ya no te amo», sino que es incondicional.
El Amor de Dios está ahí, incluso cuando no pienso en ello. Incluso cuando hago cosas extrañas, porque Dios, pienso, no puede dejar de amar lo que ha creado.
Y cada vez que oigo esa frase, “Dios es Amor”, algo se mueve en mí. Algo que dice: sí, así es como debe ser, sé que es así.
Una vez escuché la explicación de que la humanidad (es decir, todas las personas que han existido y existirán) es en realidad UN solo organismo y, por tanto, pertenecen a una misma realidad. Cada ser humano es un ser humano completo y tiene todas las características que hacen que un ser humano sea un ser humano.
Supongamos que ocurre lo mismo con Dios. Cada ser humano conoce una parte de Dios y esa parte contiene todo lo que hace que Dios sea Dios. Y así, cada ser humano puede conocer a Dios porque cada uno lleva consigo, en su corazón, un trozo de Dios.

Yo sólo puedo experimentar la parte de Dios que llevo dentro de mí.
Ésa es entonces la respuesta a la pregunta: conociendo la parte que llevo conmigo, acabaré conociéndolo todo.

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Fecha: octubre 19, 2023
Autor: Maayke Stobbe (Netherlands)
Foto: Jonny Gios on Unsplash CCO

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