La multiplicidad deslumbra nuestros sentidos –y la tomamos por la realidad. Este es el velo de maya. Vela el surgimiento creativo.
“Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo para que los milagros del Uno puedan realizarse. Así como todas las cosas han llegado a ser del Uno a través de la mediación, todas nacen de este Uno” [1].
«Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba». Esta descripción hermética de una ley cósmica, que se encuentra en la Tabula Smaragdina (Tabla Esmeralda), provoca contradicción. No puede ser literal. Equiparar lo celestial-divino con lo terrenal-humano parece una parodia cuando uno ve cómo son las cosas en la tierra con nosotros los humanos. Sí, también «aquí abajo» hay un bien sin precedentes: personas que dedican su vida a los demás y al planeta hasta la extenuación. Y, una y otra vez, algo puede abrirse paso en las personas que revela una profunda conexión con todos los demás seres humanos, una unidad interior que no se percibe en la consciencia cotidiana. Hay innumerables ejemplos de personas que prestan ayuda cuando alguien está muy necesitado o en peligro de muerte. La voluntad espontánea de ayudar y el compromiso que nace del corazón siempre han existido. Sin embargo, no se puede decir que esto haya convertido el mundo en un «lugar celestial». Un vistazo a los acontecimientos mundiales actuales muestra que ocurre todo lo contrario.
El proceso de gestación de la manifestación
La comprensión del axioma hermético “Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba” puede abordarse si uno se da cuenta de lo que es el velo de maya. Este velo distorsiona nuestra percepción y nos hace creer en una realidad que no existe tal y como la experimentamos. Pero, ¿qué cambia cuando el velo se levanta un poco? Entonces recibimos impresiones de la forma en que los seres vivos aparecen, vienen a la existencia –incluidos nosotros mismos. Lo espiritual-mental emerge «hacia fuera», sin cesar, y se hace visible. En un proceso de flujo continuo, la vida crea sus formas, las mantiene durante un tiempo y luego vuelve a disolverlas para crear otras nuevas.
Nuestra tierra y todos sus habitantes son proyecciones de esencias y entidades espirituales. En su conjunto, expresan el potencial de toda la voluntad, el conocimiento y el deseo de un creador, el corazón más íntimo de todo lo que vive. El contenido y las cualidades de los mundos espirituales son tan inconcebiblemente profundos y ricos que, en nuestra esfera de vida, la esfera de la proyección, solo pueden encontrarse en una variedad incalculable. En su origen son uno, pero a nuestro nivel es imposible unirlos como las piezas de un rompecabezas. Aquí, con nosotros, están llenas de contrastes y contradicciones. Las experimentamos como lo contrario de la unidad, como fuerzas que están en constante conflicto entre sí.
Por lo general, consideramos que los fenómenos individuales son la realidad completa, reivindicamos para nosotros las cualidades de uno u otro, nos identificamos con ellos y hacemos de ellos el sentido de nuestra vida. Otros hacen lo mismo que nosotros, pero se refieren a otras cualidades y fenómenos. Esto se aplica a las religiones, a las culturas e incluso a las simples cosas con las que llenamos nuestras vidas. Y cada uno está convencido de lo suyo y tiene razón en cierto modo. Así es como transformamos en opuestos en nuestro mundo las polaridades que forman una unidad en los niveles de su origen; y luchamos unos contra otros. Y cada uno siente como correcta su propia convicción.
El velo de maya
El todo abarcante se despliega en la multiplicidad de sus aspectos. Lo que aquí es muchos, es uno en los niveles de origen. La multiplicidad deslumbra nuestros sentidos y la tomamos por la realidad. Este es el velo de maya. Vela el surgimiento creativo. La visión materialista de la ciencia natural actual es uno de los efectos más dramáticos de este velo. Pero el espíritu de investigación de los científicos está penetrando cada vez más profundamente en el mundo de los fenómenos y ha alcanzado un punto en el que la visión materialista del mundo se anula a sí misma. Esto es evidente en la física cuántica. Pero, ¿no deberíamos también nosotros, desvinculados de las fórmulas matemáticas y de las mediciones de complejos aparatos, ser capaces de adquirir una nueva mirada?
El sentido de los orígenes espirituales yace en nuestro interior. Si lo perseguimos con gran perseverancia, cuando nuestro ser se vuelve hacia el vacío, lo insondable, lo más íntimo, entonces el todo, la realidad, puede proyectar en nosotros su conocimiento, su sabiduría, su amor, su ser indivisible. Crea ojos anímicos en nosotros y percibimos cómo nosotros mismos y todo en la naturaleza surge del ser más íntimo.
Lo que todo lo abarca se enfrenta a sí mismo
El Tao-Te-King dice en su primer capítulo:
Verdaderamente
Aquel que permanezca eternamente sin deseo
verá lo más secreto;
el que siempre tiene deseo,
contempla solo la superficie.Estos dos son uno y el mismo.
Habiendo surgido, sus nombres son diferentes.
Su unión la llamamos mística.
Místico y místico otra vez:
la puerta de todos los secretos.
El secreto es nuestro ser más íntimo, la “superficie” es nuestra apariencia. El contorno y lo más íntimo son uno. Todo el mundo busca «su» lugar en el mundo. Pero el lugar donde somos uno con la vida no se encuentra fácilmente aquí. Los miedos inundan a la humanidad porque no hay un terreno fiable en la zona de la «superficie».
Ahora, en esta situación pueden tener lugar los «milagros del Uno», como se dice en la Tabula Smaragdina (Tabla Esmeralda). Los milagros de la paz, el amor y la plenitud, los aspectos irrefutables del ser eterno, se revelan ahora «aquí abajo». En medio de transitorios y deslumbrantes juegos de luz, la luz silenciosa e imperecedera aparece en la conciencia del ser humano. Nuestro corazón, nuestra nueva consciencia, acoge ahora las imágenes del espejo, las proyecciones; y estas alcanzan su origen en nuestros espacios interiores. ¡Qué perfectamente encajan los dos, la superficie y la esencia que aquel rodea! Se levanta el velo.
Jesús expresa este proceso en el Evangelio de Tomás con estas palabras:
Cuando convirtáis los dos en uno, cuando hagáis lo de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de abajo, es decir, hagáis lo masculino y lo femenino en uno, de modo que lo masculino no siga siendo masculino y lo femenino no siga siendo femenino, y cuando haya ojos nuevos en lugar de los viejos, una mano nueva en lugar de la vieja, pies nuevos en lugar de los viejos, una forma completamente nueva en lugar de la vieja, entonces entraréis en el dominio de Dios (Logion (palabra o sentencia) 22).
Una forma nueva
La «forma completamente nueva» surge ahora en nosotros junto a la antigua. Es el fruto que llevamos a la Divinidad, el «largamente buscado, el fruto dorado, caído del antiguo tronco en trémulas tormentas», como escribe Friedrich Hölderlin en su épica Celebración de la paz (Friedensfeier). Y continúa: «Es la figura de los celestiales». Se compone de nuestra esencia original y de las esencias de todo lo que ha podido abrirse camino hacia arriba dentro de nosotros.
El «fruto dorado» es un nacimiento espiritual infinito, una transfiguración infinita, que tiene lugar en el centro entre lo de arriba y lo de abajo. El lugar del centro oscila, al igual que la vida oscila entre arriba y abajo.
El «Anciano» emerge de lo más íntimo, de lo de arriba. Él nos busca, nosotros lo buscamos. Cambiamos, y así cambia el lugar de encuentro. En la unión con el Anciano, nuestro yo espiritual, la esfera del centro es siempre nueva, es la nueva forma. La «superficie», la forma en que el Espíritu se expresa, la forma en que actúa en los mundos anímicos (mundos superiores al nuestro), está en constante estado de flujo. Las revelaciones del Espíritu en el alma etérica no tienen fin.
Los lugares del centro son lugares de fuego. El alma aumenta su vibración, el Espíritu reduce la suya. El alma cambia de «agua» a «vino». Entra en una «embriaguez» siempre nueva y tiene que recuperar la sobriedad una y otra vez para poder ocupar su lugar en la «Casa del Señor».
En este camino nos abrimos a vibraciones del alma más intensas tan a menudo como podemos, vibraciones más elevadas en las que el Espíritu se expresa más plenamente. Las comunidades espirituales pueden ayudarnos en este sentido. Cuanto más nos entregamos a estas nuevas fuerzas, más arden en nuestro interior; tienen un efecto purificador y doloroso, abren abismos interiores y liberan miedos. Nos muestran nuestro estado actual, nuestra sabiduría aparente. Pero las fuerzas superiores también nos llevan si nos confiamos completamente a ellas; experimentamos así la elevación, la alegría, la certeza de una especie que no sabíamos que existía.
Realidad, el fundamento infinito
Maya se da en todos los niveles de desarrollo. Pues el Espíritu siempre necesita una estructura, una «forma» para poder funcionar, aunque sea altamente espiritualizada. La sabiduría india llama “Parabrahman” a la realidad integral. Parabrahman es la única realidad, el principio infinito. Sin embargo, aunque todo lo demás, todo lo que está por debajo, es maya, este maya es, no obstante, el universo en el que existe nuestra naturaleza, al igual que nosotros estamos conectados a Parabrahman a través de nuestro ser más íntimo. Y puesto que Parabrahman es el universo, maya es también su envoltura o manifestación.
Parabrahman es la Realidad. Nosotros, como seres, somos “mayavi” (ilusorios), pero el corazón de nuestro corazón es Parabrahman y, por lo tanto, cada átomo de estas envolturas mayávicas que llevamos contiene su propio elemento fundamental, su esencia básica, que también es Parabrahman (Gottfried von Purucker)[3].
En todos los pasos del desarrollo, el velo de maya persiste mientras lo mantenemos, hasta que volvemos la mirada y nos esforzamos por renovar la unión con el espíritu del origen.
Debido a nuestras acciones, siempre somos portadores de un destino. A través de nuestra conexión con el Dios interior, este comparte nuestro destino, experimenta él mismo el destino de una determinada manera, y a través de esta «alienación» se experimenta a sí mismo. ¡Qué milagro! Lo superior se experimenta a sí mismo con la ayuda de lo inferior, lo inferior con la ayuda de lo superior. Se producen los milagros del amor divino[4].
Referencias
[1] Jan van Rijckenborgh: La gnosis egipcia original. Volumen 1, Rozenkruis pers, Haarlem, Países Bajos. Fundación Rosacruz. Zaragoza, 1999.
[2] Das Kybalion: Die sieben hermetischen Gesetze (Las siete leyes herméticas), (E-book), Capítulos IX y XI, 2022 George Lagrange. En español Ed. Sirio, Málaga, 2004.
[3] Gottfried von Purucker: Quelle des Okkultismus (Fuente del ocultismo).
[4] Armin Risi: God and the Gods (Dios y los dioses).