Cada vez descubrimos más la maravillosa correlación de toda la vida.
Se publican libros sobre la vida oculta de los árboles, sus vastos sistemas de raíces y su comunicación mutua. Libros sobre cómo los árboles y los mohos cooperan y proveen para que la naturaleza, como sistema, prospere como un todo. Libros con bellos puntos de vistas sobre formas en las que la humanidad y la naturaleza están conectadas. La influencia del sol, las estrellas y la capacidad purificadora del océano. El maestro zen Thich Nhat Hanh cuenta cómo todo está unido en una blanca hoja de papel: el tiempo, el espacio, la tierra, la lluvia, los minerales, el sol, las nubes, los ríos, el calor y las personas.
El leñador que taló el árbol, las hojas que atrapan el sol, las raíces que absorben el agua de lluvia que arrastran las nubes. Con asombro y gran maravilla hablamos de resonancia y percibimos los campos de energía y vibración y la coherencia presente.
En nuestro complicado y fragmentado mundo, las especializaciones científicas nos han aportado un profundo conocimiento de la tierra y de la humanidad. Hoy vemos cómo surgen conexiones y vínculos de colaboración entre las disciplinas separadas. Es importante que tomemos consciencia de esta coherencia y unidad increíblemente especiales en la vida y reconozcamos que necesitamos la cooperación y el conocimiento de los demás. Ello amplía nuestra visión y nuestra concepción del mundo. Muestra nuestro lugar en él y nuestra responsabilidad. Lo que hacemos importa ahora y después, no solo para nosotros como individuos, sino para el conjunto de la humanidad.
Es maravilloso descubrir que, en un mundo de una diversidad tan grande, el orden y el sistema garantizan la vitalidad y el grandioso equilibrio del conjunto. Y es maravilloso que se escriban muchos libros sobre esto, pero ¿no debería haber otros tantos sobre la fuerza que subyace a toda la vida y que es capaz de purificarla en su nivel más profundo?
Vivir es moverse. Mirando más allá de nuestras vidas individuales, vemos que todo movimiento tiene lugar en un círculo: la cadena alimentaria, el ciclo del agua, la vida y la muerte. Y al igual que los círculos en el agua se producen al arrojar una piedra, Hermes Trismegistos dice que todo movimiento se produce a través de algo que, en sí mismo, es inamovible. Es de lo innombrable, de lo incognoscible, de lo incomprensible para nosotros, de lo que brota el fuego del espíritu. Utilizando el ejemplo del sol y de los planetas, Hermes explica que el centro, inmóvil y silencioso, aporta control, estabilidad y equilibrio a todos los movimientos. Todo lo que vive, según Hermes, lleva una chispa de ese fuego, de esa inteligencia espiritual, conocida en el pensamiento chino como esencia espiritual de Tao. Los rosacruces hablan de la chispa divina, de la gnosis, la sabiduría y el conocimiento interiores del corazón. ¿Es posible entonces ser capaz de acercarse, tal vez, incluso, comprender toda la interconexión de la vida, del mundo y de sus gentes, ser capaz de comprender todo esto en un pensamiento simple y abarcador, sin marearse ni abrumarse?
La sabiduría de todos los tiempos nos aconseja conectarnos con el núcleo interior del corazón. Cuando entras profundamente en tu corazón, superando todo conocimiento del mundo, te encuentras con la Gnosis, el fuego central que habita en ti, que te orienta hacia la conexión con tu ser interior, que fortalece, purifica, santifica y orienta. Allí se encuentra –según Hermes– «el maestro del movimiento». Llámalo Espíritu, llámalo Tao, el Dios de la Biblia, la Luz de las Luces, el Cristo. Allí, cerca de ti mismo, encuentras las instrucciones para vivir en el mismo lugar en el que te encuentras. Y esto es suficiente.