El canto de los pájaros puede elevarnos porque estos se mueven en una esfera superior. Su vuelo los eleva por encima de sí mismos a alturas que les inspiran para cantar.
Todo lo vivo refleja algo de lo que somos. Tenemos una conexión con todo lo que encontramos en la naturaleza. Por eso todo nos habla, y cada situación nos dice algo sobre nosotros mismos. La naturaleza nos revela imágenes de aspectos individuales de nuestra alma y nuestro cuerpo. Por eso los sabios siempre se han dirigido a sí mismos cuando perciben algo, y han dicho: «Este eres tú (tat tvam asi)». Los pájaros no son tan alegres como nosotros, las abejas no son tan laboriosas como nosotros, el tronco de un árbol no es tan fuerte como nosotros, pero todos ellos nos lo representan. Las resonancias se crean a través de las conexiones. A través de ellas tenemos acceso a los demás, podemos ayudarnos, unirnos, separarnos, luchar… y redimirnos.
La palabra «alegre» está relacionada con la imagen de la luz. Llamamos «alegre» al tiempo soleado. No porque pueda medirse externamente un mayor número de lúmenes, sino porque la luz puede ponernos alegres interiormente. Cuando sale el sol por la mañana o en primavera, también se enciende una luz en nuestro interior y nuestro estado de ánimo se eleva. Cuando sale el sol, también se enciende un «sol» en nuestro interior, y nuestro estado de ánimo se eleva, nos volvemos más radiantes. Sentimos la serenidad en el ambiente. Esto puede evocar un recuerdo, una añoranza de la pureza de nuestro origen, de nuestra alma. Puede ser una respuesta inicial a nuestra búsqueda y llevarnos por un camino totalmente diferente en la vida.
Alegría invisible
La luz se conoce por su apariencia a los sentidos y por elevar nuestro espíritu, pero es invisible por naturaleza. Lo que nos hace radiantes es la luz espiritual invisible que nos ilumina por dentro. Podemos experimentar una chispa momentánea cuando nos sumergimos en una experiencia, por ejemplo; la experiencia de la luz obtenida durante la meditación es más duradera: la expansión del alma en una iluminación interior, o la luz del sol que hace visible el mundo terrenal, todas estas luces demuestran ser poderosas para nuestra alma, más allá de toda medida, a través de su cualidad invisible de espíritu-alma.
Amado por el genio
Los escritores resaltan repetidamente en sus obras el poder edificante del canto de los pájaros. El escritor suizo Albert Steffen (1884-1963) lo describe de forma armoniosa, probablemente con una mirada autobiográfica retrospectiva:
“Al final de un día, el poeta en paro encontró un aforismo de una época en la que aún se le permitía dar rienda suelta a sus impulsos creativos, sin restricciones. Decía así:
Cuando salgas, debes elegir bien el camino y la hora. Pasear por las villas ajardinadas al atardecer es el momento más propicio. Espíritus amistosos revolotean en las alas del resplandor vespertino e impulsan las bellas experiencias del día que has recogido en tu alma, a abrazar a los dioses buenos de la noche.
El poeta fue incapaz de ponerse a la altura de esta máxima. Sin embargo, cuando un mirlo se puso a cantar al otro lado de su ventana, el deleite que se apoderó de él y le dio fuerzas para desprenderse de las imágenes del día anterior, con todas sus decepciones. Se distanció de la vida cotidiana y dejó que su miseria se desvaneciera en la nada. … El poeta supo enseguida una cosa: su genio le amaba, y eso era suficiente” [1].
La boca de Dios
El canto de los pájaros puede elevarnos porque las aves se mueven en una esfera superior. Lo que nosotros solo realizamos interior y espiritualmente, ellos lo expresan exterior y físicamente. La luz del sol que se eleva con las mañanas de primavera las llena de canto. Su estado de ánimo se levanta, y se elevan a una esfera que los sitúa por encima de sí mismos, lo que los inspira a cantar. Algo superior se apodera de ellos, los eleva hacia sí, y finalmente suena en sus gargantas. Christian Morgenstern (1871-1914) resumió este acontecimiento en un poema:
En el árbol, querido pajarillo,
¿cuál es tu canto, tu canto al fin?
Tu pequeña canción es la palabra de Dios,
tu pequeña garganta es la boca de Dios.
El sentir ‘Yo canto’ aún no canta desde ti,
el eterno poder creativo suena
todavía sin nublar en puro esplendor
en ti, dulce ornamento.
Los pájaros cantores expresan algo superior que embarga su ser, y esta elevación se revela a través de su canto. ¿Quién no querría experimentar la belleza del canto de un pájaro tan alegre?
Añadimos un breve extracto del libro: Warum singen Vögel? (¿Por qué cantan los pájaros?) de Hans-Christian Zehnter (ed.) y Wolter Bos, Hägendorf (Suiza), 2018:
“Quizá se podría conjeturar que los pájaros cantores y la luz del sol están hechos el uno para el otro. Un júbilo pleno y polifónico, incluso desenfadado, acompaña la salida del sol. Ningún pájaro se contiene ya; ¡con la salida del sol todo empieza a cantar! Así es como el pájaro se vuelve hacia el ser espiritual o divino que le pertenece.
En última instancia, nosotros sentimos lo mismo. Cantamos cuando nos sentimos aliviados –ya sea en la ducha o al fregar los platos– de nuestras preocupaciones cotidianas, libres de espíritu y, por tanto, elevados. Yo canto cuando eso me eleva; y cuando me eleva, me inspira: canta en mí y conmigo. Sin embargo, lo que parece ser un hecho fortuito tiene más consecuencias de lo que se cree. Porque: ¿En qué nos estamos convirtiendo? Y a la inversa, ¿quién o qué nos eleva? ¿Quién o qué nos hace cantar?”
Referencias
[1] Albert Steffen: Merkbuch, Dornach 1982, p. 164 ff.