Guiado por Virgilio, Dante se introduce en el Infierno, la primera etapa del opus alquímicus, la “nigredo”, fase en la que el peregrino deberá enfrentarse a la oscuridad que amenaza su ser anímico y suprimirla a través de una toma de conciencia.
En la Comedia, el Infierno es representado por nueve círculos o niveles infernales en los que Dante se ve confrontado con todos los errores, vicios y pasiones a los que el ser humano está sujeto.
El sentido esotérico de la obra resulta aún más evidente si tenemos en cuenta algunos de los personajes que aparecen. Así, para acceder al primer círculo, Dante y Virgilio se ven necesitados de la ayuda del barquero Carón. En la mitología griega, Carón o Caronte era el barquero del Hades, el encargado de guiar las almas de los difuntos de un lado al otro del río Aqueronte. Pero si nos remontamos al mundo egipcio, nos encontramos que el Hades, mundo subterráneo o Inframundo, no es simplemente el mundo de las tinieblas sino, particularmente, el lugar donde se llevaban a cabo las pruebas que debían atravesar los muertos para lograr la resurrección del cuerpo. En otras palabras, un lugar de iniciación. Podemos comprobar cómo en la mitología griega, el último de los trabajos de Hércules consistió en bajar al Hades, obligar a Caronte a que le llevase en su barca (ya que el anciano barquero no pasaba a los vivos) y robar a Cerbero, el perro guardián de tres cabezas. Sin embargo, como señala el mito, antes de que Hércules pudiese entrar en el Hades, tuvo que ser iniciado en los Misterios de Eleusis donde se le enseñaría cómo entrar en el inframundo y salir vivo de él.
Desde una perspectiva más actual, podemos decir que el Hades hace referencia al mundo astral y que su paso por el mismo alude a la necesidad de elevarse por encima de las pasiones y deseos propios del mundo material.
En el segundo círculo (círculo de los lujuriosos) el poeta se encuentra con Minos, encargado de indicar a qué circulo deberá bajar cada alma. El rey Minos, quien según los mitos fue castigado por dejarse llevar por la vanidad y la corrupción y no cumplir sus promesas ante los dioses, es un símbolo de cómo las acciones humanas tienen sus consecuencias (ley del Karma), pero también de cómo el ser humano traiciona sus ideales espirituales.
En el tercer círculo del Infierno (círculo de los glotones) Dante es confrontado con el fiero perro tricéfalo Cerbero o Cancerbero, el guardián de la puerta de los infiernos, encargado de que ningún mortal pudiera acceder al mundo de los muertos, ni ningún difunto al de los vivos, y cuya sola presencia resultaba aterradora. Para los platónicos, Cerbero representaba el propio mal extendido sobre los elementos Aire, Tierra y Agua (de donde derivarían sus tres cabezas). En términos generales, podemos decir que su simbología alude a los tres santuarios o aspectos del ser humano que una vez pervertidos le impiden alcanzar la liberación.
En el Infierno de Dante aparecen tres afluentes del Hades. El primero lo encontramos antes del acceso al primer círculo, es el Aqueronte (río de la aflicción). El segundo (en el quinto círculo) es la Estigia (el río del odio), el límite entre la tierra y el mundo de los muertos. El tercer río infernal es el Flegetonte (río de fuego) cuyo barquero de almas es Flegias (cuya hija, Corónide, seducida por Apolo, engendró a Asclepio) y quien, según la mitología, encolerizado, prendió fuego al templo de Apolo en Delfos (por lo que según los textos de Virgilio, penaba en el Infierno). Además de estos tres ríos, en el noveno círculo encontramos un inmenso lago congelado: el Cocito, dividido en cuatro fosos circulares concéntricos. En el corazón del último se encuentra Lucifer, descrito como una criatura trifronte que mastica continuamente a los tres mayores traidores de la historia: Cayo Casio, Marco Junio Bruto (Bruto y Cayo Casio pasan por ser los asesinos de César) y Judas Iscariote (traidor a Jesucristo).
En el séptimo círculo (violentos: tiranos, homicidas, ladrones, suicidas, blasfemos…) el poeta tiene su encuentro con el fruto de la traición del rey Minos: el Minotauro (quien junto con los centauros guarda el río Flegetonte). El Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, nos habla de la parte animal y bestial que habita en el corazón del ser humano una vez que su alma, inmersa en un proceso de corrupción, se ha rebajado de su condición original hasta el mundo de la muerte.
Gerión, un monstruo alado (símbolo del fraude), transporta a los viajeros al octavo círculo. Con rostro humano, «su rostro –dice el poeta– era el de un varón justo, tan benigna era por fuera la piel» (con lo que da a entender que el engaño se manifiesta con aspecto normal e inofensivo), cuerpo de serpiente, dos patas como las del león, la espalda, el pecho y los costados con escamas y la cola venenosa de escorpión (aludiendo a la traición a espaldas).
Un pozo custodiado por gigantes separa el octavo del noveno círculo del Infierno. Como nos recuerda Cirlot en su Diccionario de símbolos:
En el aspecto más profundo y ancestral, el mito del gigante alude a la existencia de un ser inmenso, primordial, de cuyo sacrificio surgió la creación.
Pero los gigantes pueden entenderse también como símbolos de la “rebelión permanente”, puede ser un símbolo del Hombre Universal (Adán Kadmon). Así, podemos ver en los gigantes un símbolo que hace alusión al hombre en cuanto microcosmos atado a la naturaleza mortal.
En el fondo del Infierno, el poeta se ve confrontado con la visión de Lucifer, tras lo cual Dante dice:
De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería.
Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas.
(Infierno, canto XXXIV)[i]
La visión de Lucifer alude al desenmascaramiento total de la dialéctica y su expresión en el propio ser humano: el llamado “Yo superior”. Quien es confrontado con su propio “Satán”, “Yo superior” o “Guardián del Umbral”, no ha muerto, pero tampoco queda vivo, esto es, aún no pertenece al mundo de los vivos, no ha desarrollado aún el Alma Superior, el Alma-Espíritu, pero su alma natural ha sido trasmutada, aunque sea de manera muy elemental, en un Alma Nueva, un alma anhelante y capaz de unirse al Espíritu.
Tal confrontación pone por tanto en evidencia que Dante ha superado el “nigredo” y está preparado para llevar a cabo la obra del “albedo”: la purificación del alma y el desarrollo de un alma Nueva.
[i] La Divina Comedia de Dante Alighieri, Freeeditorial/autor de este artículo