La poesía es, como todas las artes, una de las grandes manifestaciones del espíritu humano.
Antes de la escritura, y quizá antes de la palabra, ya existió la poesía en estado latente. En el magma del Espíritu.
Es posible que los sonidos primarios -el grito, el susurro, la plegaria, el llanto-, por ser expresión de sentimientos muy ancestrales y profundos, estén en la base de la poesía.
También el chasquido de las primeras herramientas, piedra sobre piedra, el chapoteo de las aguas de un río, el oleaje del mar, el susurro del viento, el ritmo de las lunas o las estaciones, tengan que ver con los ritmos esenciales que mueven a la poesía, que son los ritmos del universo.
La poesía, un lenguaje extraño, repleto de imágenes y símbolos, es una de las formas que adopta la extrañeza y el asombro ante el mundo.
El lenguaje de la poesía es el del mundo, las palabras de todos, pero su sentido es nuevo, recién descubierto: es el mundo de siempre desde un nuevo punto de vista.
El origen de la poesía es a la vez consciente e inconsciente. Nace –diríamos– de una intuición en libertad y un talento para decir; no para decir esto o aquello, sino lo esencial: palabra esencial en el tiempo, que decía Antonio Machado.
La poesía siempre ronda el misterio, resuelve a veces un enigma, y ese misterio es su razón de ser, el fin del poema. Y más que crear, descubre algo que ya estaba allí. Su poder es pues, el de la transparencia, poder ver a través de los velos para mostrar una verdad humilde y resplandeciente.
El loto del estanque
se abre, se cierra,
se deshoja
A veces el poema muestra el camino de desprendimiento desde el yo que escribe hasta su anulación por inmersión en la propia realidad desnuda, “fuera del nido”. Me gusta especialmente este del sueco Tomas Tranströmer:
Fantástico sentir cómo el poema crece
Mientras voy encogiéndome.
Crece, ocupa mi lugar.
Me desplaza.
Me arroja del nido.
El poema está listo.
Como en la iniciación a los Misterios, la mente, o el ego, nunca sabe qué va a ocurrir en el poema, por dónde el camino nos llevará. El resultado es una revelación que no constaba en la intención primera. Pura magia, diríamos, sí, pura magia, como el arcoiris, nacido sin causa de la luz y la lluvia.
El poema, como el camino gnóstico, requiere anhelo e intención. Solo llueve a la intemperie.
Yo no digo mi canción
Sino a quien conmigo va.
Así acaba el Romance del Conde Arnaldos. El Otro que va conmigo es el interlocutor mudo de mi palabra, mi testigo y mi amigo.
La poesía es un camino de evolución personal y de maravilla estética. El camino espiritual lleva en sí la semilla de la verdad última, lo poético por antonomasia, lo cotidiano maravilloso, que decían los surrealistas, el fin de la división entre mundo, hombre, Dios.
Existe un movimiento continuo, una continua metamorfosis: no soy el de ayer; el mundo que veo es el de la conciencia en su proceso de transformación, de fuerza en fuerza, de luz en luz.
Está la disposición a acoger, a ser acogido, a la entrega. Una actitud receptiva y alerta que precede a la revelación.
Dice el portugués Fernando Pessoa:
Siéntate al sol. Abdica
Y sé rey de ti mismo.
No hay resultados esperados, pero evidentemente, en ambas experiencias hay resultados más allá de toda intención: como en la música, hay una fusión en el tono y en la octava, entre el que dice y la consciencia que se revela.
Un poeta raramente es un erudito: su saber, si es que tiene alguno, es pura intuición, acto puro, sin intermediarios. Uno va por el filo de la navaja con el solo arma de su desapego, de su entrega al espíritu de la palabra:
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo. (César Vallejo)
Se ha transmitido algo profundo, un sentir que anula todas las reglas del sentido, pero que posee una verdad.
Siendo una manifestación humana, la poesía depende absolutamente del estado de conciencia de quien la dice y la transmite. Cada poema vibra en una escala y un tono en el firmamento de la consciencia.
Cuando la poesía expresa una conciencia gnóstica elevada, caso por ejemplo de Juan de la Cruz, Rumi, Lao Tsé, describe también estados del camino, una revelación de ese camino o incluso un instante de ese camino:
¿A dónde te escondiste, Amado
y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
Habiéndome herido.
Salí tras ti clamando,
Y eras ido.
Como el camino espiritual, el mismo proceso de la poesía es terapéutico y liberador. Incluso alquímico: una experiencia aparentemente dolorosa se transmuta en palabra revelada. Una vez traído a la superficie el poema, el dragón se arroja al abismo.
Los poetas son seres humanos, y, como todos, inestables en su humanidad y aspirantes a la perfección por el Espíritu mismo. El poeta espiritual, la persona que hace un camino espiritual y lo expresa en sus versos, abunda en chispazos de esa perfección que anhela, ese reino que le guiña desde lo más hondo de su ser.
El camino a que nos invitan las Escuelas de Misterios es el del espíritu en marcha, llamada y destrucción de lo viejo, el acto como expresión de la pureza. “Solve et coagula”.
De la misma forma, como dijo Isidore Ducasse, conde de Lautrémont, el fin del poema es la verdad práctica. En uno y otro caso funciona la alquimia de dar a luz, devolver a la luz lo que nos fue entregado:
En el principio fue la Palabra.
Y la Palabra estaba con Dios.
Y la Palabra era Dios.