La noción del “yo” aparece una y otra vez en nuestro lenguaje. Hablamos, por ejemplo, de autoconciencia, autoestima y autoconfianza. Y, sin embargo, no está del todo claro qué es exactamente lo que se entiende por “yo” y cómo se relaciona con el ego. Cuando se habla del «yo», se piensa primero en un sinónimo de «ego», y la autoconciencia se equipara a la ego-conciencia, o se tiene la idea de que el «yo» es más que el «ego»; es decir, que el “yo” contiene al “ego”.
El id, el ego y el súper-ego
De hecho, el propio psicólogo Heinz Kohut y el psicoanalista Donald Winnicott entienden por “yo” una instancia que va más allá del alcance del ego. Ambos afirman que la interacción del lactante y el niño con la persona de referencia principal, y más tarde con el entorno social y la experiencia acumulada, conduce al niño a desarrollar sus propias imágenes, también llamadas auto-representaciones. Según Kohut, una relación empática amorosa del niño con los padres puede provocar un narcisismo saludable «lo que es sinónimo de un amor propio sano y, por lo tanto, de una confianza saludable en uno mismo”; mientras que Winnicott afirma que se desarrolla un “verdadero yo” en lugar de un “falso yo”. Para ambos, el «yo» comprende el “id o ello”, el «ego» y el «súper-ego», según el modelo estructural de Freud y, por lo tanto, todo el subconsciente humano. En contraposición a esto, el “ego” es la instancia que percibe conscientemente todos los sentimientos, impulsos, pensamientos, deseos y la realidad exterior. Kohut da una definición vaga del “yo” y dice «el yo… es, como toda realidad … irreconocible en su esencia»…”.[1] (S.299, 1976)
El hombre que asoma a la eternidad
Asimismo, el psicoanalista C.G.Jung describe el “yo” como el alma del ser humano, pero conectándolo con los aspectos espirituales y las experiencias transpersonales. Para él, el yo no solo abarca la psique personal consciente e inconsciente, sino también el inconsciente colectivo y la consciencia superior. El «Yo, más amplio y que sobresale en la intemporalidad», corresponde a la idea de «ser humano primordial, perfectamente globular y bisexual», en virtud del hecho de que constituye una integración recíproca de lo consciente y lo inconsciente .[2] Podría llamarse por tanto «el Dios dentro de nosotros»… Los inicios de toda nuestra vida espiritual parecen provenir inextricablemente de este punto, y todos los objetivos más importantes y finales parecen dirigirse hacia él[3] El objetivo de la vida, según Jung, es el proceso de la individualización, que significa tener consciencia del yo o convertirse en su propio yo, al incluir el “ego” en el yo. Con el sentir al yo… se alcanza el objetivo de la individualización[4]
El aspecto divino
También en la literatura espiritual podemos leer sobre el yo y un Yo superior o verdadero, sin embargo este yo no se interrelaciona mucho con la estructura psíquica, tal y como la ven la mayoría de los psicoanalistas. Al igual que Jung, en esa literatura se expresa como la manifestación del verdadero ser humano divino original que una vez fuimos y al que tenemos que evolucionar de nuevo.
Jan van Rijckenborgh describe a este ser divino original como un microcosmos con una personalidad séptuple, que consiste en el cuerpo físico, el cuerpo etérico o vital, el cuerpo astral, el cuerpo mental, la razón superior, el sentimiento superior y la consciencia superior. Los primeros cuatro cuerpos forman nuestra personalidad mortal. Los tres últimos cuerpos pueden estar presentes, pero la personalidad todavía no los percibe ni se expresa a través de ellos. Son el verdadero yo del hombre, o su alma espiritual, que primero deben sumergirse en los cuatro primeros cuerpos y unirse con ellos. Estos tres cuerpos superiores son llamados la Triada Superior por H.P. Blavatsky: Manas – Buddhi – Atman. Ella llama a esos tres cuerpos superiores el Yo superior o alma del ser humano. En “la voz del silencio”, ella escribe: “Antes de cruzar la primera puerta, tienes que fundir a los dos en el Uno y sacrificar lo personal al Yo impersonal”[5]
La realización del verdadero ser
También Catharose de Petri, en el libro «El sello de la renovación», afirma que los cuatro cuerpos inferiores deben sacrificarse a los tres superiores a través de la auto-ofrenda. Continúa diciendo: Entonces el ternario superior despertará, y el cuaternario inferior será sometido a un proceso de transmutación y transfiguración. Así desaparecerá en el hombre verdadero y, junto con el ternario superior, permitirá el nacimiento del Dios-hombre” [6]
La unión entre el yo personal y el yo impersonal es posible, ya que existe una conexión entre la triada superior de la conciencia, la cabeza y el corazón del ser humano. A través de estos dos puntos, el alma puede emitir su poder primordial, que oscila con una vibración superior a la de los cuerpos inferiores, en los cuerpos inferiores de la personalidad humana. Cuanto más se aleje el hombre del tumulto emocional del mundo, más podrá percibir y responder a ese poder en su corazón.
Este poder espiritual es lo que le impulsa a purificar su cuerpo astral y mental hasta que este poder psíquico esté incrustado en su corazón por medio del nacimiento del alma. Con la ayuda del poder del Espíritu, que penetra en la cabeza, el hombre puede trabajar en la realización consciente del alma, dejándole cada vez más la dirección.
En este proceso, Jan van Rijckenborgh distingue también al yo “superior» de la Mónada. El yo «superior» lo define como una capa exterior de nuestro microcosmos que almacena las experiencias de todas nuestras encarnaciones terrenales. Éste es el karma, que durante las encarnaciones ha desarrollado su propia consciencia y persistencia y, así, se ha convertido en un yo “superior”. Si bien todas las experiencias de vidas pasadas pueden considerarse como un inmenso patrimonio de la experiencia, tanto éste, como la personalidad inferior, deben ser superados con la ayuda del alma espiritual. Entonces la forma del antiguo ser superior desaparecerá, y las antiguas luces del hombre original, apagadas desde hace tanto tiempo, se colorearán en el rojo matinal de la aurora. [7] Así es como el hombre, en tanto que microcosmos, gana el alma, su verdadero yo.
[1] Kohut, Heinz, Narzissmus (Narcisismo), Frankfurt a. M., 1976, pág. 299
[2] Jung, Carl Gustav: Grundwerk C.G. Jung, Bd. 3, Olten, 1984, pág. 250
[3] Obra citada pág.121
[4] Obra citada pág.123
[5] Blavatsky, Helena Petrovna: La Voz del Silencio (pág. 66, Ediciones Kier en español)
[6] Catharose de Petri, El Sello de la Renovación, pág. 27
[7] Jan van Rijckenborgh, El Hombre Nuevo, pág. 109