Absolutamente todos, en diferentes fases de nuestras vidas, en diferentes percepciones, hemos experimentado tanto la sensación de limitaciones impenetrables como la sensación de tener una gama más amplia de opciones.
Según el diccionario, la libertad es “la capacidad de una persona de ejercer su propia voluntad”. Pero pensemos: ¿es nuestra propia voluntad independiente e ilimitada? ¿O es impulsada y guiada por las circunstancias y el pasado personal de uno (aunque estas no son realmente cosas diferentes)?
¿Qué podemos decir de las circunstancias? ¿Son restrictivas por sí mismas o es más bien nuestra actitud hacia ellas lo que nos bloquea? De todos modos, el propio deseo de cambiar estas circunstancias es una indicación suficiente de nuestra dependencia.
Cualesquiera que sean las circunstancias, nuestro deseo de liberación suele ser una forma de resistencia contra ellas, y cualquier resistencia conduce a una mayor sensibilidad externa y exacerba la sensación de estar limitado. Así pues, no conduce a la liberación.
¿Qué podemos decir respecto al pasado personal de uno? ¿No ocurre que la voluntad ejercida ayer, en gran medida, nos lleva al tipo de manifestación de hoy? Como dice Krishnamurti, “nuestras acciones están determinadas por nuestras ideas, que a su vez están determinadas por nuestras experiencias de vida”.
La libertad relativa y superficial en este mundo nos ha ayudado a crear nuestro mundo exactamente como es ahora. Sin embargo, en su estado actual, nuestra voluntad se manifiesta en forma de reacciones. Y las reacciones son algo secundario y condicionado, lo que significa que no hay creatividad en ellas en absoluto.
Para nosotros, la libertad es el derecho a elegir; se dice que el llamado libre albedrío es el mayor regalo recibido por el hombre. Un símbolo del libre albedrío en el Antiguo Testamento, es, por ejemplo, Eva. Adán, que lo recibió, se benefició de todas las cualidades de su creador (se expresa en el hecho de que Dios creó los animales y Adán, por mandato de Dios, les dio sus nombres).
¿Qué significaría, entonces, el libre albedrío en la totalidad del relato bíblico? Puesto que Eva fue creada de su costilla, ella es la personificación de la posibilidad de una voluntad aislada del todo. Y, como se menciona en la Biblia, la serpiente solo podía hablar con ella. Y aquel Adán, que eligió exactamente ser separado, como resultado de ello se vio obligado a cerrar cada decisión por sí mismo; posteriormente esa decisión lo condujo al propio agotamiento.
¿Qué sugiere ahora la necesidad de elegir? ¿No es nuestro deseo de identificarnos, de ser algo más tangible, más establecido, más significativo? Pero todas estas afirmaciones, ¿no son lo opuesto a la independencia y a la carencia de límite? En este sentido, cada elección nos hace cada vez menos libres.
No podemos negar la predestinación a la que estamos sometidos, el destino provocado por nuestro propio pasado por el incumplimiento de las leyes de la naturaleza.
Hace mucho tiempo las religiones orientales, y más recientemente la física moderna, nos han mostrado que no hay una sola partícula en el universo que tenga su propia existencia separada, y todo es el resultado de la interacción de todos.
En tal caso, ¿existe la libertad?
Por supuesto que existe, pero solo para el Todo que comprende todas las posibilidades, y no para la entidad individual manifestada que busca ganar terreno para sí misma, convirtiéndose así en fija e inmóvil, es decir, poco receptiva y sin vida.
¿Cuál es el camino de regreso? No hay nada concreto (la palabra «concreto» en latín significa «duro») que tengamos que hacer para superar nuestras limitaciones personales o para liberarnos de ellas, sino tomar consciencia inmediatamente de estas limitaciones. Al ver nuestras fronteras, vemos las leyes por las cuales la naturaleza opera.
La base de todas las dependencias es nuestro deseo de distinguirnos y ser relevantes en medio de todo lo demás. También podemos llamarlo deseo de libertad personal. Esta libertad es nuestra mayor limitación. Y debido a que esta libertad es impelida por nuestro deseo de ser alguien, entonces sus intenciones están orientadas hacia este deseo.
No centrarse en el impulso orientado hacia la libertad y la relevancia personales aleja el núcleo de todas las dependencias, que pierden la capacidad de controlarnos. Cuando el muro que erigimos en nuestro interior para resistir y afrontar todos los desafíos desaparece, ya no es posible que algo nos golpee o ejerza presión. Las corrientes de la vida fluyen naturalmente, tanto en general como para la individualidad que representamos.
No hay opuestos, no hay confrontación, no hay dependencia.
Como se dijo antes, todas las oportunidades están presentes solo en la totalidad, y la privación del deseo del individuo de ser importante conduce a la relajación y a la receptividad, es decir, a la apertura a todos. La libertad siempre ha estado ahí. De hecho, en lo que se refiere al ser humano, la apertura misma es la libertad. Cuando el ser humano se vuelve así receptivo a lo universal y absoluto, esta actitud se puede llamar legítimamente “Libertad”.
No es personal. Es la Libertad misma.